Blair quiere que Europa aplique las reformas del Nuevo Laborismo
Tony Blair nunca será el líder de Europa, pero es muy posible que Europa esté acatando ya su liderazgo sin darse cuenta de ello. El hombre que un día eligió a Washington frente al eje París-Berlín, el que proclama a los cuatro vientos que la medicina que necesitan los franceses es la que más temen: reforma económica, el hombre que no se atrevió a meter al Reino Unido en el euro, está ganando la guerra porque le ha dado la vuelta al calcetín: si los británicos no quieren ser más europeos, hagamos que los europeos sean cada vez más británicos.
Hace no tantos años, aún se debatían cuatro modelos posibles para Europa: el de los padres fundadores, la Europa a dos velocidades, la federación europea de Joschka Fischer y la Europa de Blair. El modelo de los padres fundadores, de inspiración francesa, consiste en avanzar siempre hacia la integración aunque sea sin saber hacia dónde, paso a paso. La Europa a dos velocidades propone la creación de un núcleo duro de países más integracionistas y una periferia de países más reticentes a la integración.
Una tercera Europa más visionaria es la trazada por el todavía hoy ministro alemán de Asuntos Exteriores, Joschka Fisher, en la Universidad Humboldt de Berlín el 12 de mayo de 2000: una Europa federal que, lejos de querer convertirse en un súper Estado europeo que sustituya a los Estados-nación, fuera una federación de esos Estados, con un Parlamento bicameral (una cámara en representación de los Estados y otra en representación de los ciudadanos a partir de los parlamentos nacionales) y un Gobierno federal o un presidente de Europa elegido.
El cuarto modelo, la Europa de Blair, huye de las disquisiciones institucionales y se ancla en el pragmatismo: colaborar en lo europeo sólo en aquello que permita mejorar lo que se hace en lo nacional. Eso es la Europa sin fronteras para el comercio y los servicios, pero también en la lucha contra el crimen organizado, en la seguridad y en la inmigración. Es también la Europa diluida por sucesivas ampliaciones, en la que franceses y alemanes ven debilitarse su tradicional influencia.
Pero la Europa de Blair es también la de la Agenda de Lisboa, la reforma económica, la liberalización de los servicios, la reforma de la política agrícola. Es muy posible que Tony Blair no consiga impulsar de forma decisiva ninguna de esas prioridades durante el actual semestre de presidencia británica. Los expertos auguran que no habrá acuerdo presupuestario, que la cumbre de octubre sobre el modelo social europeo será un brindis al sol, que no prosperará la directiva sobre servicios. Incluso las negociaciones de adhesión con Turquía, que deberían empezar mañana, lunes, parecen ahora mismo en el alero.
Pero las dificultades a corto plazo no deberían enturbiar la visión a largo plazo: Blair ha conseguido que todas sus prioridades estén encima de la mesa. Su discurso de apertura de presidencia en el Parlamento Europeo, que tanta euforia causó entre los federalistas europeos, se puede sintetizar en una frase: Europa tiene que aplicar las reformas que el Nuevo Laborismo ha aplicado en el Reino Unido.
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