Cinco razones que revelan por qué el conflicto entre Estados Unidos y Venezuela entró en su fase crítica y más peligrosa
Sigue siendo válido preguntarse si una acción militar —sea con tropas o ataques quirúrgicos— contra Venezuela y otros países latinoamericanos es realmente inevitable

Por fin, más de 100 días después del inicio del despliegue naval estadounidense en el Caribe, Trump anunció su decisión de pasar de los ataques marítimos a los terrestres. Los objetivos iniciales, adelantó, están en Venezuela, aunque también amenazó a Colombia y a cualquier país que produzca o trafique drogas. “Acabaremos con esos hijos de perra”, sentenció, imprimiendo a su declaración ese toque camorrero que es su marca de fábrica. Así, la crisis llegó a su punto más álgido. Se sabe que algo va a pasar, pero no qué, cuándo ni cómo. Pero, incluso como ejercicio retórico, sigue siendo válido preguntarse si una acción militar —sea con tropas o ataques quirúrgicos— contra Venezuela y otros países latinoamericanos es realmente inevitable.
Durante la semana pasada, Trump fue sembrando señales para avisar a la opinión pública que su Gobierno había entrado en contacto con la dictadura de Nicolás Maduro. Primero dijo que hablaría con él; luego reveló que ya lo había hecho, pero minimizó el hecho diciendo que solo fue una llamada. Sin embargo, Reuters informó el lunes por la noche que la conversación tuvo lugar el 21 de noviembre y duró 15 minutos. Los detalles: Maduro planteó una lista de requisitos para abandonar el poder, que incluía una amnistía amplia para él y un centenar de acólitos, además de un gobierno interino presidido por la actual vicepresidenta Delcy Rodríguez. Trump aceptó permitir su salida del país con su familia y le dio un ultimátum verbal para que dejara Venezuela antes del 28 de noviembre, lo cual no ocurrió. Pero rechazó todo lo demás, porque la definición de qué se puede o no conceder a Maduro no le corresponde.
Lo central es que, a partir de esa llamada, de las declaraciones posteriores de Trump y de hechos recientes, han quedado claras cinco claves que revelan por qué el conflicto ha entrado en su fase más crítica y peligrosa.
1. Un conflicto personalizado
El pulso se ha concentrado en las dos figuras máximas de cada gobierno. Pese a sus amenazas recientes, al restarle importancia a la llamada, Trump envió un mensaje dirigido más a Maduro que al público estadounidense: el canal de negociación sigue abierto sin implicar una acción militar inmediata, pero dentro de un marco de máxima presión. En términos de ajedrez, Trump le habría cantado a jaque a Maduro sin garantizarle el mate. Pese a la enorme asimetría de fuerza entre los dos países, esta situación favorece a Maduro, aunque sea Trump quien controla el reloj de la jugada. Como lo explicó José de Córdoba en The Wall Street Journal, al final de este mano a mano habrá un presidente que ganó y otro que perdió. Y sabemos que a Trump no le gusta perder.
2. El objetivo real: cambio de régimen y control del “patio trasero”
Bajo el discurso antidrogas y de protección de su población, el propósito estructural de Estados Unidos es generar un cambio de régimen y una transición alineada con la oposición afín a María Corina Machado. Es, al mismo tiempo, un intento de reposicionamiento geopolítico de Estados Unidos para justificar el control hegemónico del “patio trasero”, esa “pequeña región aquí mismo”, como la llamó en 1945 Henry L. Stimson, Secretario de Guerra de Franklin Delano Roosevelt. Venezuela opera aquí como país-recurso: control político, acceso a bienes estratégicos y capacidad de proyectar influencia frente a otros actores globales.
3. Guerra de narrativas y desgaste de la coartada antidrogas
Desde el inicio del despliegue naval, la acusación de que Maduro dirige el Cartel de los Soles ha sido cuestionada por expertos y medios como un pretexto impulsado por opositores venezolanos en Washington para facilitar la acción militar.
El reciente indulto a Juan Orlando Hernández, el expresidente de Honduras condenado a 45 años de prisión por colaborar con el envío de 500 toneladas de cocaína a Estados Unidos, ha socavado aún más la narrativa antidrogas, evidenciando la doble moral de Trump. Esta contradicción estratégica –¿o incoherencia flagrante?– erosiona su posición en un momento en que sus bombardeos en el Caribe enfrentan creciente rechazo por parte de demócratas y republicanos en el Congreso, entre sectores MAGA y en la población general.
Vale la pena destacar dos datos. Solo 1 de cada 5 estadounidenses ha oído lo suficiente acerca del despliegue militar en el Caribe, mientras 70 % de la población se opondría a una acción militar. El repudio se basa en preocupaciones sobre violaciones al derecho internacional y posibles crímenes de guerra asociados al bombardeo de las embarcaciones supuestamente cargadas de drogas. Todo esto sube el costo político de una acción decisiva justo cuando las cifras de aprobación de Trump tocan mínimos históricos. Por extensión, la oposición venezolana de María Corina Machado –que apostó a esa narrativa como marco moral y estratégico de la confrontación con Maduro pero no ha logrado explicarla ni “venderla” entre los estadounidenses– también paga un desgaste severo.
4. Ecosistema mediático y límites del enfoque centrado en Estados Unidos
La cobertura de medios como The New York Times, The Washington Post, CNN o The Guardian ha generado duras críticas entre venezolanos que los acusan de “fabricar un consenso” a favor de Maduro. Aunque no existe tal campaña, puede haber sesgos anti-Trump de distinta intensidad.
La irritación de los venezolanos es entendible, porque se basa en un marco de visión que limita la comprensión de la realidad venezolana: produce relatos que recortan el conflicto desde Washington y no desde el terreno Pero habría que reconocer más bien que los venezolanos somos una parte interesada, lo cual influye en nuestra percepción de sesgo en lo que los grandes medios publican.
Esas coberturas reflejan las perspectivas de expertos y académicos que dominan el análisis sobre Venezuela, inercias profesionales y agendas editoriales orientadas a lo que interesa a la clase profesional estadounidense, sin destacar el estrangulamiento de la sociedad venezolana: la profundidad de la corrupción y la represión chavistas ni la complicidad entre su cúpula (Maduro, Cabello, Padrino López) y redes criminales, narcoguerrillas colombianas y grupos como Hezbolá. Esto alimenta malentendidos y frustración entre opositores y ciudadanos que ansían un cambio real.
5. Parálisis de la flota y política del “jaque sin mate”
Volviendo a la flota: hoy es el símbolo de un jaque congelado y, para los venezolanos, de una espera interminable. La falta de resolución le ha dado a Maduro tiempo para promover una narrativa épica antiimperialista, organizar las fuerzas de su régimen y mejorar su posición negociadora, mientras aumenta el desgaste para Trump y para una oposición venezolana urgida de resultados tangibles. Aunque Trump tiene poder de acción ejecutiva y ha demostrado su disposición a actuar incluso fuera de los marcos legales –de hecho, podría hacerlo en cualquier momento–, también opera en un escenario saturado de crisis internacionales: la guerra Rusia-Ucrania, tensiones globales por sus políticas arancelarias, una paz frágil en Gaza y resistencias internas a sus impulsos autoritarios. Todo esto condiciona cualquier decisión sobre Venezuela. En ese contexto, el aislamiento del régimen difícilmente producirá un desenlace por sí solo. Sin un gesto más contundente de Estados Unidos, Maduro seguirá ganando tiempo y leyendo las amenazas de Trump como parte del “bluffeo” que lo caracteriza.
El corolario de este escenario: la inacción termina siendo una acción con efectos propios: perpetúa la crisis, erosiona la credibilidad estadounidense y deja a la oposición venezolana atrapada entre la expectativa y la frustración. Es difícil recomendar acciones en este marco, pero si Washington no tiene claro su próximo movimiento debería tomar una serie de medidas. Primero, estimar incentivos que provoquen la salida de Maduro y reduzcan la posibilidad de una resistencia armada del chavismo y sus socios criminales a una intervención militar. Segundo, prever el costo humano de una acción militar, mejorar sus apoyos políticos internos y evitar el postureo bélico. Tercero, fortalecer alternativas no militares sin abandonar la disuasión militar. En suma, evitar errores que podrían resultar muy costosos.
Mientras estos factores interactúan y generan nuevos escenarios que podrían tener efectos imprevistos, en Venezuela las narrativas sobre el cambio de régimen y la transición se dividen en tres grupos. Primero, quienes confían en que Machado podrá llevar al país a un Gobierno democrático bajo una especie de protectorado de Trump. Segundo, los apocalípticos que creen que la salida de Maduro abriría una nueva era de violencia y anarquía, como si Maduro fuera el mal necesario que contiene un mayor caos, aunque lo detesten. Y por último, quienes ven con reserva ambos relatos, pero consideran a Maduro un gobernante ilegítimo y corrupto que debe dejar el poder lo más pronto posible. Saben que cualquier transición puede ser turbulenta. Saben que asociarse a Trump implica el enorme riesgo de suscribir un pacto fáustico. Pero confían en el deseo mayoritario de los venezolanos de recuperar su democracia y reconstruir un futuro de forma pacífica tras un cuarto de siglo de debacle chavista.
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