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Ciudad de 'cowboys'

Un libro revisa la historia de Balcázar Producciones, que rodó unas 200 películas en Esplugues

Esplugues de Llobregat fue durante una década ciudad de cowboys. A mediados de los años sesenta, el municipio acogió los estudios de Balcázar Producciones Cinematográficas, que en aquella época se convirtieron en unos de los más destacados de España y de Europa. De hecho, en el Baix Llobregat se recreó con gran realismo un poblado del Oeste americano, conocido como Esplugas City. En las instalaciones se rodaron más de 200 películas, entre producciones propias y extranjeras, algunas de ellas protagonizadas por conocidas estrellas del Hollywood de la época, si bien muchas no se llegaron a estrenar en España por problemas con la censura. Salvador Juan y Rafael de España narran la trayectoria de esta productora en Balcázar Producciones Cinematográficas. Más allá de Esplugas City, una obra que acaban de editar conjuntamente la Universidad de Barcelona y el Ayuntamiento de Esplugues.

Producciones Cinematográficas Balcázar nació en 1951 con un capital de tres millones de pesetas. A principios de los sesenta los hermanos Balcázar -Alfonso, Francisco y Jaime Jesús- se dieron cuenta del filón que representaban las películas del género conocido como spaghetti western, filmes ambientados en el Oeste americano producidos en Europa, donde los costes eran menores. Para ello necesitaban un espacio adecuado ya que dos años antes se habían incendiado los estudios Orphea de Montjuïc. "Eran los únicos en Barcelona, en una época en que las productoras de Europa venían a rodar a España porque eso suponía abaratar aún más los gastos", explica Salvador Juan. Pese a que toda la industria se trasladó a Madrid amparada por la política del régimen, los Balcázar, afincados en Barcelona, decidieron montar sus propios estudios en Esplugues. Se instalaron en la calle Sant Antoni Maria Claret y en unos terrenos de una hectárea entre las calles de la Riereta y de Andreu Amat crearon el poblado del Oeste americano para las escenas de exteriores. "Rodaron ininterrumpidamente, de día y de noche" durante 10 años, rememora Juan, que vivió su infancia en Esplugues y pudo seguir con sus propios ojos los montajes que llevaban a cabo.

La primera película que nació en Esplugues fue Pistoleros de Arizona (Alfonso Balcázar, 1964). "Los cristales del saloon eran de caramelo para que pudieran romperse sin dañar al que salía disparado por la ventana", explica Salvador Juan. La pastelería Fíguls de Esplugues se encargaba de preparar hasta 500 cristaleras, que se quebraban continuamente en la repetición de escenas. Al acabar, los alumnos de la escuela Isidre Martí se comían los restos "como si fueran piruletas".

Ese mismo año, el poblado del Oeste se convirtió en manos del director artístico Juan Alberto Soler en otro de tipo oriental y ambientado en el desierto para Totó de Arabia (José Antonio de la Loma, 1964). Poco después, en el periodo más productivo, recreó la costa africana en Tormenta sobre el Pacífico, sobre el corsario Surcouf (Sergio Bergonzelli y Roy Rowland, 1966). Los dos directores estuvieron un año rodando el filme y su secuela, en la que fue una de las mayores superproducciones del momento. En Crónica de un atraco (Jaime Jesús Balcázar, 1968), thriller ambientado en Estados Unidos en la década de 1950, "el saloon pasó a tener luces de neón y se montó una gasolinera al lado, y los caballos se cambiaron por Cadillacs", explica el autor del libro. La protagonizó Anita Ekberg, pocos años después de La dolce vita.

La mayor parte de las filmaciones eran coproducciones hispano-italianas, aunque también las hubo hispano-alemanas e hispano-francesas. Por los estudios pasaron estrellas del cine estadounidense, como Janet Leigh, Robert Taylor -que realizó en Esplugues su última película, una producción hispano-francesa titulada El rublo de las dos caras, en 1968-, George Chakiris, Broderick Crawford, Charles Boyer y Edward G. Robinson.

El paso de la autopista A-2 se encargó en 1967 de recortar parte del poblado, que se reconstruyó unos metros más allá. Ya en el declive, los problemas económicos de los Balcázar y la ralentización de la industria del cine español hicieron el resto. En el rodaje de la última producción en Esplugues, Le llamaban Calamidad (Alfonso Balcázar, 1973), se incendió el poblado, pero esta vez no era ficción, sino que se quemó de verdad aprovechando que se iba a abandonar.

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