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Reportaje:

El misterio del apéndice

El pequeño saco intestinal común a simios y humanos parece un vestigio evolutivo pero podría tener una función inmunitaria

Recientemente pasé varios días recuperándome de una operación de apéndice. Mientras me movía por casa en pijama, medité sobre esa querida parte de mi intestino desaparecida. Sólo tomé conciencia de mi apéndice cuando éste se inflamó por la infección. Al poco, estaba tumbado en una ambulancia. Una tomografía confirmó el diagnóstico. Poco después estaba inconsciente, y un cirujano me abría para quitarme el apéndice antes de que reventara. Quizá mi vida pendiera de un hilo, pero la operación tenía la eficacia ordinaria de una limpieza dental.

Cada año se someten a apendectomía millones de personas. ¿Por qué falla un órgano en tantas personas sanas? Lo que lo hace más asombroso es que nadie necesita jamás un transplante de apéndice. Sin apéndice, se puede tener una vida normal. Llamé a Rebecca Fisher, antropóloga física de la Midwestern University de Glendale, Arizona, que ha estudiado seriamente la paradoja del apéndice. El hecho de que uno siga vivo sin el apéndice, dijo, no significa que éste carezca de función. El apéndice sobresale de una protuberancia en el intestino grueso denominada ciego. Forma una bolsa estrecha del tamaño de un dedo. No parece participar en la digestión de los alimentos, pero quizá ayude al intestino a combatir enfermedades. Está lleno de tejidos productores de células inmunitarias. El hecho ha llevado a algunos científicos a sugerir que durante la niñez enseña al sistema inmunitario intestinal a distinguir entre patógenos a los que debe atacar y alimentos inocuos a los que no debe prestar atención. Pero cuando se extirpa el apéndice, otros tejidos productores de células inmunitarias en el ciego y otras partes pueden compensar la pérdida.

¿Por qué falla un órgano en tantas personas sanas? Lo más asombroso es que nadie necesita jamás un transplante de apéndice

Aunque el apéndice tenga una función, es difícil entender por qué presenta una forma tan peculiar. "No hay una explicación convincente sobre por qué tenemos un extremo sin salida", dice Fisher. "Las células inmunitarias pueden entrar igualmente en el ciego, pero, ¿por qué hacerlo más difícil? No lo sabemos".

La forma del apéndice es también la razón de su peligrosidad. Su estrecho canal puede quedar sellado, bien por un ligero crecimiento de sus propias células o bien por un trozo de comida a medio digerir. Una vez inflamado el apéndice, la hinchazón impide la irrigación de los vasos sanguíneos, lo cual lo hace vulnerable a las bacterias. A veces se oye a algunas personas rechazar la afirmación evolutiva de que nuestro cuerpo muestra claras señales de estar "diseñado de manera inteligente". Me pregunto cuántos de ellos habrán padecido apendicitis.

Para resolver la paradoja del apéndice humano, Fisher quiere saber cómo evolucionó. Ha comparado nuestro intestino con el de otras especies. Los chimpancés y otros simios son nuestros parientes vivos más cercanos, y todos ellos tienen un apéndice parecido al nuestro. Así que es razonable deducir que nuestro ancestro común también lo tenía hace 30 millones de años. Pero al observar el intestino de otros primates, la imagen se tornó más borrosa. "En algunos casos no está, pero en otros es exactamente igual a un apéndice humano", señala. Fisher sospecha que el apéndice evolucionó varias veces en los primates, pero no puede explicar qué condiciones favorecieron su evolución.

¿Por qué un órgano tan peligroso y desechable pudo sobrevivir en el tiempo evolutivo? "Lo consideramos inadaptado porque queremos vivir muchos años", opina Fisher. "Pero, desde el punto de vista darwiniano, tal vez no lo sea". Imaginemos un rasgo que ayuda a un animal a sobrevivir hasta la edad adulta, pero que también tiene efectos secundarios que pueden causar problemas a una edad más avanzada. Si, en total, los animales consiguen más progenie con el rasgo que sin él, la selección natural lo favorecerá. Quizá el apéndice aumentara las posibilidades de que nuestros antepasados pudieran sobrevivir a las enfermedades infantiles y alcanzar la edad reproductiva. Aunque también causara muertes por apendicitis, el apéndice quizá habría constituido una ventaja global.

La hipótesis de la "ventaja global" planteada por Fisher es una de las explicaciones posibles. Pero mientras los científicos no sepan más, afirma, todo son conjeturas.

Por fascinante que pueda ser la evolución del apéndice, Fisher me hizo pensar en otra parte del cuerpo: el cerebro. Agradecí que no sólo hayamos heredado un apéndice potencialmente peligroso, sino también un cerebro capaz de inventar la cirugía. Ahora tal vez viva lo suficiente para ver resuelto algún día el misterio del apéndice.

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