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Columna
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Hierve el agua

Muchos de cuantos valencianos hayan transitado este verano por nuestro País, el valenciano, además de pasmarse por la imparable osadía urbanizadora y el cultivo del "feísmo" arquitectónico, habrán tenido muy probablemente ocasión de ver y conmoverse por los estragos que la sequía ha provocado en el campo, incluso en comarcas y términos municipales que, aun sin andar sobrados de agua, siempre han podido sortear con tino y oficio los tiempos de escasez, como estos.

Y el duelo o conduelo por los daños y las expectativas habrá decantado casi fatalmente el debate sobre la precariedad de los recursos hídricos, su administración y, en definitiva, la oportunidad de los trasvases, las desaladoras o las soluciones y reivindicaciones que están en boga. Y eso es natural, incluso cívico. Nunca esta comunidad ha estado tan en vilo por la sed que padecen sus tierras y condiciona a corto plazo su futuro económico. Lo que no es cívico y sí alarmante es la violencia de las actitudes, que se explica por la magnitud de los intereses en juego y también por los demonios familiares comunitarios que emergen -decimos de la vertebración- al socaire de la sed y la sequedad.

No decimos nada novedoso cuando afirmamos que los valencianos estamos ante uno de los mayores retos que nunca hemos tenido, y que no se atenúa o disimula, sino todo lo contrario, por el hecho de coincidir con otras grandes crisis, como la industrial, el "peligro amarillo" o la poquedad de nuestra clase política para calibrar y ser consecuente con la dimensión del desafío. Añádase a ello, asimismo, la reluctancia generalizada a la evidencia de que no hay más agua que la que podamos propiciar mediante una nueva cultura de su reciclaje, desalación, uso y consumo. Los ríos presuntamente redentores, o las escorrentías en que han devenido, pueden darnos un pedazo de pan provisorio, para salir del paso mediante un trasvase, pero no son el milagro que se invoca.

En todo caso, sólo es una opinión, que contrasta con otras, a menudo virulentas y alentadas por una demagogia tanto más repugnante por electoralista. Agua para todos, el agua es de todos, tenemos derecho al agua, y etcétera. Sí, ¿pero qué agua? ¿Dónde está y con qué criterios ha de distribuirse sin que ello nos aboque a un conflicto civil, que no serán ya las disputas de sobremesa en torno a un velador o los discursos inflamados e irresponsables de los politicastros de turno?

Ha llegado la hora de hablar, de poner en marcha el Foro del Agua que acaba de proponer el presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE). Que hablen todos cuantos tengan algo que alegar, partiendo de cifras y datos ciertos, y sin condicionamientos partidarios, que no han hecho otra cosa que embarullar el debate. Hagámoslo antes de que el agua nos hierva y escalde, la sequía nos agoste o acabemos a hostias. En fin, que se trata de razonar.

Hay anunciada una mani para primeros de setiembre en Alicante. El PP, convocante, reiterará sus mantra y descalificaciones, que asocian el delito de lesa patria con la crítica a los trasvases. Con ello no demuestran su perentoriedad, sólo avivan la discordia civil. Pero ése y no otro ha venido siendo su discurso.

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