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Columna
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¿Será posible que vayamos al revés?

Llevo cinco días en Lima abriendo y cerrando cajas. Sólo un escueto número permite distinguir una caja de otra. Son fácilmente apilables y de la medida justa para guardar las decenas de miles de piezas que un coleccionista ha reunido a lo largo del último medio siglo. Son objetos usados por culturas precolombinas del Perú: chavín, moche, nazca, chimú, tiahuanaco, huari, inca... Nunca han sido expuestas. La colección tiene su criterio: la ciencia y la tecnología.

La inmersión en la cultura precolombina va dando de sí y, a través de las piezas, uno empieza a hacerse una idea de cómo veían el mundo: un juego de tiralíneas para trazar líneas rectas muy por encima de lo que puede abarcar un observador plantado en el paisaje, colecciones de cuchillas, agujas, mazas, punzones y cinceles de varios tamaños para una supuesta gran variedad de funciones, hondas y lanzaderas, finísimos tejidos de los camélidos de la zona (llamas, guanacos, alpacas, vicuñas...), orificios casi microscópicos realizados con fresas, hornos de fundición y una variadísima cerámica ilustrada donde se lee la vida cotidiana, acueductos y sistemas de riego... Ante todo ello, un germen de idea va tomando cuerpo, una idea que se refuerza una semana después en el pequeño y revelador Museo Etnográfico de Buenos Aires: Se diría que las culturas más primitivas son las de mayor igualdad social.

La idea se refuerza en el pequeño y revelador Museo Etnográfico de Buenos Aires: se diría que las culturas más primitivas son las de mayor igualdad social

La Edad de los Cazadores y Recolectores parece la más igualitaria socialmente. ¡Cielos! ¿Será posible? Esta época se acaba con el sedentarismo y sus nuevas ideas: el territorio, la propiedad y la explotación. Y con la explotación nace una escisión de la sociedad: los explotadores y los explotados. Primero ocurre dentro de la propia sociedad (fractura en castas y dignidades), luego fuera a varias distancias (conquista del vecino, expediciones lejanas, y termina en general cuando el conquistador pasa de conquistador a conquistado). La historia de los explotadores y explotados es larga, pero cambia de forma. Su versión más directa es la esclavitud, vigente y legal hasta hace poco.

¡Libertad!, fue el primer grito de guerra de los explotados. Luego llega la libertad, pero la revolución industrial da otro aire a la fractura entre explotadores y explotados. El explotado es libre y está integrado socialmente para pedir trabajo y una remuneración justa por él. Su grito de guerra cambia. ¡No al paro! ¡No a la subida de precios! ¡Aumento de salarios! Pero resulta que ya estamos saliendo de esta edad. Entramos ahora en la Edad de la Globalización. Es la edad del conocimiento, de la sociedad de la información. La historia queda así dividida en tres pedazos: a) sociedad nómada, mil veces milenaria, ir de una parte a otra; b) sociedad sedentaria, diez veces milenaria, radicar en una particular parte, y c) sociedad global, desde mañana mismo, estar en todas partes. ¿Y ahora? ¿Qué va pasar ahora? Poco a poco se advierte el fin de la escisión entre explotadores y explotados. Los explotadores con nuevas tecnologías ya no necesitan a los explotados, por lo que la tendencia es que los explotadores dejen de serlo. La tercera edad origina su propia escisión. Ahora la sociedad se divide en incluidos y excluidos. Pedir libertad, trabajo y salarios adecuados es un privilegio de los incluidos. Los excluidos son libres, no tienen trabajo que pedir para disfrutar de su libertad, ni salarios que reclamar, ni nada que comprar con ellos... Son los excluidos del conocimiento en la sociedad del conocimiento. Su grito de guerra sonará más o menos así: ¡No a la exclusión! ¡No a la desinformación! ¡Aumento de conocimiento!

¡Cielos! ¿Será posible que vayamos al revés? Quizá sea sólo una alucinación por la mezcla de dos emociones fuertes: una febril ante la interminable pila de cajas de piezas precolombinas, la otra, ante una fotografía del gran Guerrero. A lo mejor resulta que todo ha sido una falsa alarma y que de repente, como en un cuento de Cortázar, me despierto sudando en una primitiva sociedad de cazadores y recolectores.

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