_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

UE: La vuelta de los tiempos oscuros

Joaquín Estefanía

Cuando coinciden una crisis política y otra económica, vienen tiempos malos. La historia lo demuestra: vuelven los nacionalismos, las exclusiones, los proteccionismos defensivos. Fue lo que ocurrió tras la Gran Depresión de 1929 y la II Guerra Mundial; y eso es lo que podía haber pasado si no se hubieran despejado las principales incertidumbres de los atentados terroristas del 11 de septiembre al mismo tiempo que el inicio de una recesión económica que, afortunadamente, no duró. Las categorías y los grados no son comparables con la actual parálisis europea, pero sí la tendencia.

Así se debe abordar lo acontecido en las últimas semanas en la Unión Europea (UE): rebelión de la opinión pública contra sus élites y el establishment (político, mediático, económico) en varios países, y falta de una reacción unánime de este último para enfrentarse a la desconfianza y al distanciamiento entre la ciudadanía y sus líderes. Hay que estar atentos a las reacciones: en lo inmediato, qué harán los mercados de cambio y bursátiles frente al fracaso europeísta. El viernes pasado, la Bolsa de Madrid cerraba en los máximos de los últimos cuatro años, pese a que el precio del petróleo se acercaba a los 60 dólares; y el euro seguía un deslizamiento a la baja respecto al dólar.

A continuación, los ciudadanos deberán elegir entre dos modos de entender Europa, que estaban implícitos pero que se han concretado con intensidad: los que quieren un continente convertido en poco más que un mercado común, y los que pretenden avanzar hacia una unión política más ambiciosa. Más allá de los grandes principios, esos modelos habrán de medirse en dos terrenos muy concretos: la definición del modelo social europeo (lo que implica una discusión sobre el monto total del presupuesto y sobre la distribución de sus tripas) y el ámbito geográfico, las fronteras de la Unión.

Las posiciones entre los partidarios de ambos modelos no son nítidas, ni se dividen por ideologías, sino que están entrecruzadas: son transversales. Blair tiene razón en la necesidad de abrir un debate sobre los fundamentos de la UE: es cierto que la excepción del cheque británico tiene su explicación en otra excepción: que 4 de cada 10 euros que se gastan en el seno de la UE se destinan a la protección agrícola. Pero pretender resolver esa discusión en una cumbre y no en la dinámica cotidiana de la UE es condenar al fracaso a la primera. ¿Por qué será que el razonamiento de Blair de dar ambición al capítulo de competitividad (investigación, formación y redes transeuropeas) en las perspectivas financieras 2007-2013, siendo de sentido común, suena sólo a excusa, a una forma de poner palos en las ruedas de la UE?

No menos contradictorios son los llamamientos retóricos de Chirac y Schröder a una Europa política más ambiciosa, si al mismo tiempo vetan que el presupuesto europeo sea superior al 1% del PIB comunitario. No hay nada más falso que levantar la bandera política de crear una Europa unida y fuerte con un presupuesto minimalista, imposible de comparar, por ejemplo, con el presupuesto federal de los Estados Unidos de América: hay un problema central de equilibrio entre los objetivos de la UE y el dinero que se utiliza para obtenerlos; y hay otro problema de reparto interno de ese poco dinero: el presupuesto agrícola representa una parte desproporcionada en relación con objetivos como la modernización o el desarrollo científico (que son los que permitirán a Europa combatir fenómenos como el de la deslocalización o el dumping social o ecológico de otras zonas del mundo). Y hay que ser coherente con el hecho de que uno de los valores esenciales del proyecto europeo es la solidaridad, que implica políticas de cohesión muy relevantes.

El momento más patético de la cumbre de la semana pasada fue cuando los nuevos socios admitieron rebajar las ayudas a las que tienen derecho, a cambio de que los ricos desbloqueasen la discusión. Las palabras del primer ministro polaco, Marek Belka, nos sonarán muy cercanas a los españoles que tanto tiempo estuvimos esperando a entrar en el club europeo: "Si sólo es un problema de dinero, decidme cuánto es. Mis hijos querían ser europeos y ahora vuelvo para explicarles que no hay dinero". Lamentable.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_