La revolución olvidada
El éxito editorial de Historia de un alemán, de Sebastian Haffner, ha tenido un estupendo corolario: que se multiplique la publicación de otras obras de este historiador y periodista, que se refugió en Gran Bretaña huyendo del nazismo y que ha practicado la entomología sobre lo que sucedió en su país en las décadas de los treinta y cuarenta del anterior siglo. Ahora llega a España uno de sus libros, que data de los años sesenta, al que una década después hizo una edición escrita con "menos indignación", y que estudia uno de los fenómenos menos conocidos de la historia alemana del siglo XX: la revolución de noviembre de 1918.
En la semana del 4 al 10 de noviembre de 1918 hubo un estallido revolucionario en Alemania, protagonizado por miles de trabajadores y soldados, que supuso el derrocamiento coyuntural de la antigua autoridad y su sustitución por una nueva. Alemania pasó de una dictadura militar a una república de consejos de trabajadores y soldados, como elementos -toscos y primarios- de un nuevo orden. Esa revolución, según Haffner, no fue en primera instancia ni socialista, ni comunista; fue republicana y pacifista y, sobre todo, antimilitarista: Alemania estaba perdiendo la guerra mundial. Los nuevos órganos de gobierno y dirección no eran ni espartaquistas ni bolcheviques, como ha interpretado toda una historiografía, sino socialdemócratas.
LA REVOLUCIÓN ALEMANA DE 1918-1919
Sebastian Haffner
Traducción de Dina
de la Lama Saul
Inédita Editores
Barcelona, 2005
231 páginas. 21 euros
Medio año después, la revolución, cuyo objeto principal había sido terminar con la guerra y derrocar al poder militar y a la monarquía (lo que significaba, de paso, el arrumbamiento de las clases dirigentes), había sido vencida y una "ola de derechas" llevaría a ese país primero a la República de Weimar, y un poco más adelante al III Reich.
Sebastian Haffner sostiene
que más que vencida, la revolución fue traicionada. ¿Por quién? Por los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), a cuyo frente estaba Friedrich Ebert y el sanguinario Noske que, según el autor, hubiera estado mejor alistado en las filas del nacionalsocialismo que en las de la socialdemocracia.
Ebert odiaba a la revolución "como al pecado". Esa revolución que teóricamente defendía y que los dirigentes socialdemócratas prometieron hasta el último minuto fue para ellos un asunto que había que dejar para mañana o pasado; nunca estuvo en el orden del día. Se decía que la revolución "llegaría" en algún momento; no era algo que uno debiera llevar a cabo aquí y ahora. Bastaba con esperarla.
Cuando llegó, ante la incomodidad de la dirección del SPD, Ebert tomó partido de forma visible por el bando de la contrarrevolución. Quería salvar exactamente lo que la revolución pretendía destruir: el antiguo Estado y la antigua sociedad.
Con este libro, Haffner pretende combatir tres leyendas sobre un acontecimiento histórico que se ha tergiversado. En primer lugar, la versión de que no hubo una auténtica revolución: la hubo y, como hemos descrito, la sofocaron Ebert y la dirección socialdemócrata.
La segunda leyenda señala
que lo ocurrido en 1918 no fue la revolución proclamada en los cincuenta años anteriores por la socialdemocracia, sino una revolución bolchevique. Leyenda inventada por el SPD y repicada por los comunistas a posteriori, para quedarse con la gloria de la misma. Seguramente las mejores páginas del libro son aquéllas destinadas a analizar el papel secundario de mitos como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo y del movimiento espartaquista en la revuelta. Y las que describen la ignominia de su asesinato. Los fundadores del Partido Comunista Alemán fueron mucho más un símbolo de la revolución que los dirigentes de la misma. Iconos tanto para sus amigos como para sus enemigos, comprendieron mejor que nadie el doble juego que practicaron desde un principio aquellos que estaban destinados a dirigir la revolución. Por su lucidez, no por su liderazgo, acallaron su voz.
La tercera leyenda fue que la revolución tuvo la culpa de que Alemania perdiese la guerra y que apuñaló por la espalda al victorioso Ejército que luchaba en el frente. La guerra ya estaba perdida cuando estalló la primera revuelta en Kiel. La gran paradoja fue que Ebert y el SPD tuvieron que administrar con lealtad la derrota; cuando en 1920 se firma el Tratado de Versalles y la "ola de derechas" se ha instalado en la sociedad alemana, Ebert y los suyos fueron acusados de traición también por la burguesía contrarrevolucionaria. Traidores a izquierda y derecha. Justo castigo al doble juego que denuncia Haffner con toda contundencia, en un libro tan interesante como ameno.
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