Energía: ¿crisis de oferta?
Constituye un lugar común considerar la energía como una variable estratégica insustituible para el desarrollo, aunque en la historia de la segunda mitad del siglo XX no encontremos muchos ejemplos de países que posean grandes cantidades de energía de las no renovables que hayan transformado ese potencial en verdadero desarrollo, económico y social para las sociedades de estos países. El famoso oro negro ha beneficiado a minorías muy reducidas y marginado a las grandes mayorías sociales de los países productores.
Es menos frecuente analizar la energía como un elemento clave en la integración regional, con la perspectiva de ampliar mercados y fomentar, en ese nivel supranacional, áreas de crecimiento sostenido. Por ejemplo, América Latina como región posee recursos energéticos que serían decisivos para todo el continente, aunque los intercambios en este capítulo sean escasos. Lo mismo cabría decir de Oriente Medio y de otras zonas del mundo, como la Unión Europea y Rusia.
Por otra parte, los últimos treinta años revelaron, a partir de la primera crisis del petróleo, la importancia de la energía en las relaciones internacionales, en la paz y en la guerra. Por tanto, para los países productores, la energía es también un factor decisivo para su relevancia internacional. En los años ochenta del pasado siglo, algunos líderes consideraban inevitable un desplazamiento del centro de gravedad del poder mundial hacia los países productores, desde los consumidores dependientes.
Finalmente, los sucesivos choques petroleros pusieron en alerta a las zonas más desarrolladas del planeta, que empezaron a plantearse el ahorro energético y el desarrollo de energías alternativas a las fósiles. Este fenómeno se ha visto acompañado de una oleada creciente de preocupación por el medio ambiente, indiscutiblemente alterado por el uso masivo de estas energías.
De forma periódica se añade a estas consideraciones la del agotamiento de los recursos disponibles, aunque las predicciones sobre el límite temporal se trasladan hacia adelante en el horizonte, acompañadas de nuevos estudios sobre reservas útiles.
Lo más notable de este panorama es que la periódica alarma por la situación de las energías no renovables, desde el alza de precios hasta el calentamiento atmosférico, no ha movido a los actores más afectados -las economías consumidoras más desarrolladas del mundo- a fomentar consistentemente la investigación sobre otras fuentes energéticas que disminuyan la dependencia del petróleo. Tampoco se han producido, ¡paradojas de la economía financiera!, inversiones capaces de responder a las demandas crecientes en el campo mismo del petróleo y del gas.
El escenario al que estamos abocados en la próxima década es el que se corresponderá con la primera crisis de oferta de la era industrial. El crecimiento de la demanda mundial, fuertemente influenciado por actores emergentes de gran transcendencia como China, no sólo mantendrá la tensión en los mercados, con precios muy por encima de las previsiones que se venían haciendo desde la crisis de 2000, sino que nos llevará a una clara insuficiencia en la capacidad de oferta.
Entre los EE UU, la Unión Europea, Japón y China pueden llevarse -o pretenderlo- la casi totalidad de la energía no renovable disponible en el horizonte del año 2010 o 2012. Incluso si el nivel de inversiones en nuevos yacimientos se incrementara ya, de forma sustancial, la maduración de estas inversiones no alcanzaría a satisfacer ese crecimiento de la demanda.
Probablemente estamos enfrentando el problema decisivo para la estabilidad internacional, aunque no aflore en los análisis. La lucha de intereses por la energía disponible tensionará las relaciones de poder en el mundo muy por encima de los límites que ya estamos conociendo.
Y antes hablaba de paradoja, refiriéndome sólo a los aspectos peculiares de una economía global que no premia -por decirlo suavemente- los esfuerzos inversores de las grandes petroleras, más allá de los enormes beneficios resultantes de los precios del crudo. Pero también es paradójico que los gobiernos, con las naturales excepciones, no estén preocupados de otra cosa que de los precios de la energía, olvidando estrategias energéticas sostenibles a medio plazo. Sostenible, en este caso, está considerando sólo el aspecto económico, ni siquiera el medioambiental.
Por tanto, frente a lo que he considerado inevitable como crisis de oferta, los movimientos de las grandes compañías y de los responsables políticos son cuando menos escasos y no parece esperable una reacción consistente a corto plazo. Si los estudios que se manejan son ciertos, como creo, no se trata de recursos escasos, sino de falta de inversiones en la mayor parte de los casos.
Los países con estrategia energética, como Estados Unidos o China, están tomando posiciones frente a los recursos actuales y futuros en las energías no renovables, empleando recursos económicos, capacidad de influencia y/o potencia pura y dura, pero no están haciendo un esfuerzo paralelo para la investigación y el desarrollo de otras energías para sustituir a las actuales, ni siquiera para avanzar seriamente en la eliminación de los residuos nucleares. Parecen dispuestos a competir o combatir por el reparto de lo que hay, más que al análisis de alternativas para aumentar la oferta o para completarlo con otras fuentes de energía.
Así que, más allá de las consideraciones de la energía como variable estratégica para el desarrollo, como elemento decisivo para los procesos de integración regional, lo más preocupante -por urgente- es la consideración de la escasez de energía como uno de los factores más importantes para la paz o la guerra. Aunque resulte exagerado, tan importante como la proliferación armamentística y las amenazas del terrorismo internacional, que para colmo no vamos a poder separar de los problemas de la energía.
Antes que un conflicto de civilizaciones empezamos a padecer un conflicto por la energía, aunque este tema merezca una atención mucho menor.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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