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Reportaje:

Los 'padres' del lince

La veterinaria Astrid Vargas y su equipo son los artífices de la cría en cautividad del felino más amenazado del mundo

Tereixa Constenla

Los linces ibéricos tienen nombre propio, señal inequívoca del rumbo fatal de la especie. Cada felino que campea por Doñana o Sierra Morena ha sido bautizado como si fuera un gato doméstico. Son tan pocos que los investigadores han acabado individualizándolos gracias al pelaje que les diferencia (librea). A cada nuevo recuento se constata su retroceso. El felino que tenía casi toda la Península Ibérica como territorio natural en 1900 camina desde hace unas décadas hacia la extinción de forma imparable. En los dos reductos donde sobreviven poblaciones viables apenas suman ya 150 animales. El Lynx pardinus, declarado en peligro crítico de extinción por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, será la primera especie de gato silvestre en desaparecer en los últimos 2000 años si no se frena su declive.

El centro dispone de un quirófano para cesáreas y una incubadora para cachorros prematuros

Desde esta semana, sin embargo, el animal dispone de un seguro de vida tras el éxito del programa de cría en cautividad que se desarrolla en el Parque Nacional de Doñana (Huelva) desde 2003. Saliega se convirtió el pasado lunes en la primera lince ibérica del mundo en parir fuera de su hábitat natural. Ese día salió a cazar el conejo que le sueltan a diario, se echó una siesta y, sin contracciones que delatasen el acontecimiento, soltó tres cachorros en pocos minutos. David Rodríguez, de 27 años, dio la voz de alarma: "Era mi turno, es que todo pasa en mi turno, también ocurrió con la primera cópula". El biólogo gaditano, voluntario desde hace dos meses, montaba guardia ante los monitores de televisión que muestran las jaulas, vigiladas las 24 horas. "En la ciencia ocurren las cosas de la manera más tonta", le comentó al veterinario sevillano José Rodríguez Llanes, uno de los últimos en incorporarse al programa.

En el centro de cría, dirigido por la veterinaria Astrid Vargas Gómez-Urrutia, de 40 años, se habían preparado de forma concienzuda para lo peor. "No sabes lo mal que lo hemos pasado, la posibilidad de que no salga adelante la cría de los felinos en cautividad es de un 50%", señala. El equipo había redactado protocolos con los pasos a seguir en cualquier circunstancia. Una de las estancias del centro dispone de un quirófano donde practicar cesáreas y una incubadora para cachorros prematuros. Casi con timidez, la veterinaria muestra el oso de peluche de su hijo que han empleado para ensayar técnicas de estimulación. La filosofía del programa de cría, sin embargo, rehuye la intervención humana, de ahí que ni existiese certeza antes de la gestación de Saliega ni ahora de la de Esperanza tras sus cópulas con Garfio. "Intentamos que los animales puedan tener la vida más parecida a la naturaleza. Para que estén bien tienen que estar cazando", expone.

En 2003 Astrid Vargas fue nombrada directora del plan de cría en cautividad, tras el consenso alcanzado entre la ministra de Medio Ambiente, Elvira Rodríguez, y la consejera andaluza del ramo, Fuensanta Coves. Las peleas entre investigadores y administraciones habían echado a perder la década anterior, porque formalmente la cría en cautividad arrancó en Doñana en 1992, aunque no llegó a contar con ejemplares idóneos para la reproducción. Uno de los pocos machos que pasó por las instalaciones, Hollywood, tenía fracturas vertebrales y de pelvis.

Vargas sustituyó a Pablo Pereira en la dirección del centro, pero también cambió el resto del equipo. "Nuestra llegada aquí fue dura para todos", admite. "Hacía falta una inyección de aire fresco, gente con buena experiencia pero sin bagaje en el lince", indica. La veterinaria, que se doctoró en conservación de especies amenazadas, llegó con el aval del éxito de la cría en cautividad del turón de patas negras que dirigió en Estados Unidos entre 1988 y 2000. Con los 10 ejemplares que sobrevivían lograron reproducir más de 5.000. Antes de regresar a España, trabajaba en la conservación del sifaka de corona dorada, un primate de Magadascar.

En noviembre de 2003, Astrid Vargas se mudó con su familia a Matalascañas, cerca del centro de cría del Acebuche. Ese mes también llegó Fernando Martínez Sánchez, un veterinario catalán de 34 años que había trabajado en un hospital de halcones en Qatar y en la cría del gato montés: "Profesionalmente esto es el sueño de cualquier veterinario al que le guste la conservación".

Sólo cuatro linces vivían entonces en Doñana, las hembras Morena, Esperanza, Aura y Saliega. Alguna malcriada como un gato doméstico, justo lo que trata de evitar Martínez. Ahora cuentan con seis hembras y cuatro machos en jaulas de 550 metros cuadrados, que se pueden conectar entre sí para facilitar coqueteos. Hasta 25 cópulas le han contado a Morena, que a sus 15 años probablemente resulte demasiado vieja para procrear. Si quieren comer deben matar. Un productor les abastece de conejos vivos. "Traemos alrededor de 40 y los almacenamos aquí, pero tratamos de darles salida cuanto antes", explica Luis Díez Klink, que estaba aprendiendo a construir violines cuando recibió la oferta para incorporarse al programa. "Es nuestro hombre del Renacimiento", le define la directora. De Díez, madrileño, 45 años, licenciado en Periodismo, antiguo empleado de la Embajada de España en Estados Unidos, dependen asuntos variopintos como la videovigilancia, la elaboración de los boletines informativos o la recogida de conejos.

La única persona que contacta a diario con los linces es Juana Bergara Freire, una cuidadora sueco-uruguaya de 27 años con experiencia en tratar leones y jaguares. "Los linces son muy instintivos, tienen el comportamiento de los felinos grandes a pequeña escala", describe. El parto de Saliega ha obligado a extremar las precauciones. La hembra come el triple y pasa 22 horas al día con su camada, escondida en una paridera. Saliega fue criada en el zoo de Jerez, uno de los centros colaboradores del programa de cría en cautividad, desde que tenía un mes. Capturada en 2002 en Sierra Morena, estaba abocada a una supervivencia dudosa como tercer cachorro de la camada. Apenas tres años después se ha convertido en una madre muy esperada, que permite aventurar un futuro menos dramático para la especie. Sus cachorros, cuando se conozca su sexo, recibirán el nombre de alguna planta que comience por la letra b. Faltan años para que los linces dejen de tener nombre.

El equipo del Centro de Cría en Cautividad de El Acebuche (Doñana).
El equipo del Centro de Cría en Cautividad de El Acebuche (Doñana).PABLO JULIÁ

Un presupuesto de 30 millones

Astrid Vargas rechazó el trabajo la primera vez que se lo ofrecieron: "Tenía mi propio programa de cría, me había venido a Málaga a tener a mi niño cerca de mi madre, teníamos otros planes y nos costó tomar la decisión, pero lo hicimos porque también sientes responsabilidad por el lince".

La veterinaria pidió su propio equipo, medios como la videovigilancia y presupuesto. Pero el dinero no ha sido nunca el problema del lince.

El presupuesto dedicado al felino entre 2000 y 2005 por el Ministerio de Medio Ambiente y la Junta de Andalucía suma 30 millones de euros, en el que se incluyen las aportaciones de la Unión Europea a través de los Proyectos Life (11 millones de euros para 2000-06). Además del programa de cría en cautividad, las administraciones públicas tratan de mejorar el hábitat natural del felino para garantizar su conservación in situ mediante acuerdos con propietarios de fincas (en Andalucía abarcan 126.000 hectáreas). La recuperación de la población de conejos -su descenso fue una de las razones del declive del lince- constituye otra medida capital. "No tiene sentido criar un montón de linces en cautividad si no tenemos donde colocarlos", precisa Vargas.

El objetivo que se han marcado en el centro de cría, aconsejado por genetistas, es alcanzar 60 ejemplares reproductores antes de liberar linces nacidos en cautividad en el campo a partir de 2010. Con estos 60 animales se conservaría el 85% de la diversidad genética que existía en 2004 en la naturaleza, un salvavidas para amarrar su supervivencia.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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