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Reportaje:

El abrazo del perdón

El juicio por el asesinato de Tamara del Castillo a manos de María Ángeles Vázquez acaba con un gesto conciliatorio entre las madres de ambas jóvenes

"Mamá, necesito hablar contigo". Tamara del Castillo, de 19 años, pegó con un imán este mensaje en la nevera. Una necesidad que no pudo ser cubierta, porque esa madrugada Tamara falleció tras ser apuñalada en una plaza de Cádiz por María Ángeles Vázquez, de 21. Pilar Bonilla se quedó con esa conversación pendiente con su hija. Ángeles Serrano ha podido hablar con la suya en la cárcel, donde permanece desde aquella fatídica noche.

Las dos madres asistieron al juicio. Dos días en los que escucharon los horrores de aquel crimen. Pilar, en primera fila; Ángeles, en la última. En los recesos, cada madre esperaba a cada lado de un largo corredor. Y, mientras el jurado deliberaba su veredicto, la madre de la víctima decidió cruzar ese pasillo. Se acercó a la madre de la asesina confesa de su hija y le dijo. "Tú no tienes culpa de nada". Y Ángeles le devolvió un perdón. Y se abrazaron.

Ángeles, de 21 años, acuchilló por celos a Tamara, de 19, en una plaza de Cádiz
Las dos mujeres llevaban viéndose dos días en el juzgado sin intercambiar palabra

Pilar quería hablar con Ángeles, decirle que, como madre, la comprendía en su dolor y que no la culpaba. Que quería justicia pero no venganza. No se atrevía al principio. Su familia le animó. Le insistieron en que, si no se acercaba a ella, luego se arrepentiría, que le quedaría siempre esa espina. El gesto fue de la madre de la víctima. Y Ángeles lo recibió emocionada. Llevaba mucho tiempo queriendo pedirle perdón a Pilar en nombre de su hija. Pero le superaba el miedo al rechazo.

La vida de Tamara del Castillo se esfumó en la madrugada del 2 de agosto de 2002. Esa tarde, casi a las puertas de su casa, María Ángeles Vázquez, a la que conocía de vista, se le acercó y le dijo: "Tengo que hablar contigo". María Ángeles se había enterado de que su novio, Joaquín, había estado la noche anterior con Tamara. Las palabras recriminatorias pasaron a las manos y se golpearon con violencia. La pelea terminó con un "te voy a matar" de María Ángeles. Y aquella noche lo cumplió. Fue a buscarla a la plaza de San Juan de Dios de la capital gaditana. Ambas se tiraron de los pelos y cayeron al suelo hasta que su grupo de amigos las separó. Cuando la disputa estaba disuelta, María Ángeles se volvió. Lo hizo con una navaja, en forma de pistola, que clavó en el cuello de Tamara. Una herida, definida por los médicos como "mortal de necesidad".

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La madre de Tamara acudió al juicio con muchas cosas pendientes. Ver de cerca a María Ángeles, escuchar su testimonio, su porqué, esperar un veredicto, aguardar a que se haga justicia. Se sentó siempre en primera fila, a dos metros de la joven que mató a su hija. Escuchó detalles macabros de cómo se produjo la puñalada, vio cómo el jurado examinó fotos de la autopsia. Lo soportó, en esa primera fila, con un ligero balanceo en su banco; a veces, indignada; otras, profundamente triste. La mayoría, con la mirada ausente.

La vista por este caso se fijó en enero, pero se retrasó hasta el pasado 28 de marzo. Iba a durar cinco días. Iban a declarar una veintena de testigos. Pero un cambio en la estrategia de la defensa, a petición de la propia acusada, desbarató esas previsiones. El juicio duró dos días y testificaron nueve personas. María Ángeles había asegurado inicialmente que no tuvo intención de matar, que no sabía de dónde había salido la navaja. No reconocía lo que había hecho. Según su abogado, Javier García Marichal, dos años y casi nueve meses de prisión le sirvieron para asumir aquel instante de aquella noche, para darse cuenta de que fue ella la que sacó de su bolso la navaja y la que se la clavó a Tamara en el cuello. Así que el juicio comenzó con su confesión. Y terminó igual. "Estoy muy arrepentida. En algún momento de la agresión se me pasó por la cabeza que podía matarla", dijo en su último turno de palabra. El jurado popular la consideró culpable de asesinato y amenazas. Aún no hay sentencia firme y el juez debe ahora fijar la pena.

Desde la madrugada del 2 de agosto de 2002, cuando fue detenida escasas horas después de la agresión, María Ángeles ha estado encarcelada. No ha salido de una celda más que para prestar declaración y acudir al juicio. La mayor parte del tiempo lo ha pasado en un centro penitenciario de Sevilla. Su único contacto con el exterior han sido las comunicaciones con su abogado y su familia. No recibe visitas de ese novio por el que llegó a matar.

El médico forense que la atendió, Alberto Villarejo, explicó en el juicio que, más que por celos, María Ángeles actuó por temor a perder el prestigio alcanzado por ser pareja de Joaquín, el líder de la pandilla. La describió con varias palabras. Inestabilidad. Dependencia. Baja autoestima. Irritabilidad. Inmadurez. Rasgos que se desorbitaron aquella noche. Un trastorno que definió como leve y que fiscalía, acusación particular y la defensa han aceptado como atenuante a la hora de pedir para ella 15 años de cárcel, la pena mínima por asesinato, así como siete meses por un delito de amenazas.

Su abogado relata que María Ángeles tiene que medicarse para evitar los brotes de nervios en prisión. También tuvo que hacerlo para declarar en el juicio. "Creo que, por eso, algunos interpretaron sus palabras y sus gestos en la sala como de frialdad", explicó. La acusada llegaba siempre con el rostro parcialmente cubierto por un jersey negro. "Cádiz es una ciudad pequeña y en algunos de los traslados ha sufrido amenazas y descalificaciones. Esos gritos le han afectado mucho", justificó su letrado.

Hay veces que a Ángeles Serrano la han señalado por las calles gaditanas: "La madre de la asesina". Ella también acudió al juicio. Escuchó cómo su propia hija relataba el modo en que mató a otra joven, se enteró de los horrores de aquella noche, vio el sufrimiento de la otra familia. Junto a sus parientes, Ángeles se sentó siempre en última fila de la sala, a veces incluso de pie porque ya no tenía sitio. Cuando había algún receso esperaba en un banco al final del pasillo. El mismo corredor donde estaba la madre de Tamara, siempre pegada a la puerta de la sala. Las dos rodeadas de los suyos. Ángeles, en un pequeño grupo. Pilar, con mucha más gente alrededor.

Nada más retirarse el jurado a deliberar, cuando el juez dio por finalizada la vista, Pilar decidió cruzar ese pasillo. Fue en ese momento cuando se acercó a la madre de la joven que mató a su hija, mientras todos la observaban. "Tú no tienes culpa de nada". Y Ángeles, ya entre lágrimas, le pidió perdón en nombre de su hija. Algo que llevaba dos años y casi nueve meses esperando hacer, pero que, por miedo, no se había atrevido. Pilar le prometió a Ángeles que si la veía por la calle la saludaría. Y se abrazaron.

La madre de Ángeles Vázquez, de frente, se abraza con la de Tamara del Castillo.
La madre de Ángeles Vázquez, de frente, se abraza con la de Tamara del Castillo.DIARIO DE CÁDIZ

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