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Columna
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300 balas para Giuliana

El oficial de la patrulla, apostada en la inmediaciones del aeropuerto de Bagdad, observó detenidamente por los prismáticos de campaña, y luego gritó a sus hombres: "Va en ese coche, y tenemos que dejarla hecha puré". Los soldados apercibieron sus armas. En el interior del coche, Giuliana Sgrena conversaba y reía con los agentes paisanos, que habían ayudado a su liberación. Por cierto, que sus secuestradores le advirtieron: "Cuidado, los americanos no quieren que tú vuelvas". Estaba ya a un escasa distancia del aeropuerto, cuando el oficial ordenó: "Apuntad bien a ese trasto y acribilladlo". Giuliana diría : "Faltaba menos de un kilómetro, cuando... Recuerdo sólo fuego. En ese momento una lluvia de fuego y proyectiles se abatió sobre nosotros acallando para siempre las voces divertidas de pocos minutos antes". Murió el agente Calipari, quien protegió con su cuerpo a la reportera, que resultó herida. El presidente del Gobierno hizo lo que aquí no se hizo, cuando asesinaron a Couso: llamar a consulta al embajador de EEUU y abrir una investigación. En su hospital romano, la periodista manifestó: "No descarto que yo fuera el verdadero objetivo". Bush, muy disgustado con tan ostensible chapuza, le aseguro a su lacayo Berlusconi que iba a llevar a cabo una minuciosa indagación, y que tomaría medidas drásticas. Y cumplió, como se verá más adelante. De manera que, mientras los expertos italianos examinaban un coche con 300 impactos, la inteligencia americana emprendió un exhaustivo examen del comportamiento y preparación de aquella patrulla de marines o mercenarios o sicarios situados en las cercanías del aeropuerto bagdadí, y que tan desafortunadamente habían actuado. Muy pronto, Bush llamó a Berlusconi y le garantizó que iba a tomar severas medidas contra cuantos intervinieron en la decepcionante acción. Casi todos los integrantes de la patrulla fueron a parar a Guantánamo. La Administración Bush no andaba para lujos: 300 proyectiles era mucha munición para desperdiciarla asesinando a una sola persona, que ni siquiera era el objetivo. Qué falta de puntería y cuánto derroche. De pena, murmuro el presidente.

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