_
_
_
_
Crónica:CARTA DE LA CORRESPONSAL | Bruselas
Crónica
Texto informativo con interpretación

La ciudad de los políglotas

Gabriela Cañas

Dicen que en el pasado Bruselas era un pueblo burgués y aburrido del cual había que huir de vez en cuando para conocer mundo y airearse un poco. Las cosas empezaron a cambiar en los años cuarenta cuando italianos, españoles y otros pobres del sur desembarcaron aquí en busca de una vida mejor y, sobre todo, cuando se asentaron poco después las instituciones europeas. El resultado es una ciudad repleta de extranjeros donde reina el multilingüismo, el lugar ideal para que de vez en cuando haya disputas lingüísticas como la que Italia y España acaban de librar contra la Comisión Europea por eliminar la traducción del italiano y del español de parte importante de sus ruedas de prensa.

La tendencia a reducir el número de lenguas en las instituciones europeas tiene su reflejo opuesto en la realidad plural de Europa y también de la propia ciudad de Bruselas, moderno cruce de caminos donde españoles e italianos tienen que hacer verdaderos esfuerzos para poder practicar otra lengua que no sea la suya. Ello se debe no sólo al hecho de que la italiana y la española sean de las comunidades más numerosas de Bruselas. También a la cultura de esta capital en la que todo el mundo parece dispuesto a chapurrear lo que se ponga por delante.

Los bruselenses están sumidos en su propio caos lingüístico. Aunque Bruselas se sitúa en Flandes, cuya lengua es el flamenco u holandés, la influencia extranjera ha logrado que la mayoría hable francés, aunque en muchas multinacionales y sociedades aquí radicadas lo que verdaderamente se practica en exclusiva es el inglés. A ello se suma el gusto de los bruselenses por hablar otras lenguas; un gusto contagioso, por cierto.

En el barrio europeo (donde se alzan los edificios de las instituciones europeas) hay una cafetería de dimensiones minúsculas que surte de comida rápida a decenas de funcionarios. La dueña, una belga de rubia melena, saluda, cobra, devuelve los cambios y desea un feliz día en media docena de idiomas, dependiendo del cliente. No es una excepción. En Bruselas, para ser dependiente en una tienda de moda de la avenida de Louise hay que hablar tres idiomas, aunque el último que me atendió era un catalán que, en realidad, maneja cinco: inglés, francés, holandés, español y, por supuesto, catalán.

En sentido contrario, hay muchos anglófonos que llevan años viviendo en Bruselas sin saber ni intentar practicar ningún otro idioma distinto al de Shakespeare. Los anglófonos disfrutan aquí de una extensa red de lugares comunes -desde su propia guía cultural hasta sus librerías o pubs- por la que circular como si estuvieran en casa, y si salen, el inglés es la lengua extranjera dominante.

Los hispanos, sin llegar a tanto, pueden disfrutar de una situación similar. Con alrededor de 30.000 residentes (equivalente a la ciudad de Teruel) entre el millón de habitantes de la capital, los españoles también tienen su propia red, formada por tascas, restaurantes, centros culturales (el del Principado de Asturias, situado en una joya arquitectónica recién restaurada es especialmente importante, además del oficial Instituto Cervantes), sus tiendas, su emisora en español, su propia revista...

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Antes de la emigración económica llegaron unos 3.000 niños de la guerra. Muchos se han jubilado aquí, donde viven sus hijos y sus nietos, ya más belgas que españoles. La posterior emigración económica ha dejado huellas indelebles y los muchos que se han quedado confraternizan con los altos funcionarios europeos. Es un mundo de círculos concéntricos enriquecido por otra oleada migratoria, más reciente, de latinoamericanos.Bruselas tiene un millón de habitantes, pero la tercera parte somos extranjeros o de origen extranjero. Es el peor lugar del mundo para sumergirse en un idioma distinto al propio, pero también uno de los peores para sentirse forastero.

Eurodiputados durante la votación de una moción de censura contra la Comisión Europea en 1999.
Eurodiputados durante la votación de una moción de censura contra la Comisión Europea en 1999.ASSOCIATED PRESS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_