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Columna
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El infierno

Para un crío de seis años de colegio de curas el fuego era la evidencia de que existía el infierno. Un día se declaró un incendio en la misma manzana en que vivía. Fue en un piso cuyos inquilinos se marcharon dejando el brasero encendido. Las llamas salían por las ventanas ofreciendo una imagen que entonces me pareció aterradora. Cuando llegaron los bomberos, el único ser animado que luchaba por sobrevivir era una canario cuya jaula colgaba de la fachada. El pobre pájaro se lanzaba una y otra vez contra los barrotes de su celda en el intento desesperado de escapar de aquel averno. Un bombero que subió por la escala del camión trató de descolgar la jaula y salvar al animal pero, cuando el humo y las llamaradas se lo permitieron, el canario yacía ya inerte en el suelo de su prisión. Volví pávido a casa con esa imagen del fuego y la muerte horrible del pajarillo. La conmoción fue tal que durante meses me levantaba por las noches a comprobar si la cocina estaba apagada.

El sábado pasado reviví de nuevo aquella obsesión ante el dantesco espectáculo que el fuego nos brindó a los madrileños devastando el rascacielos Windsor. Llegué cuando las llamas lamían amorosamente la fachada de las plantas 21 y 22 y el edificio mantenía su porte regio ignorante aún del abrazo mortal que habría de devorarlo. Pregunté a un grupo de bomberos que se disponía a elevar una gigantesca escala y me dijeron que solo pretendían observar la azotea del Corte Inglés, que el ataque había sido desestimado y pasaban a una estrategia defensiva. La respuesta me recordó el error que por exceso de celo cometió años atrás ese mismo cuerpo en el siniestro de Almacenes Arias. El local había sido también desalojado y decidieron comerse el fuego desde dentro e intentar salvarlo. Las soldaduras de las vigas de hierro no soportaron el calentón y la planta baja se desplomó segando la vida de diez bomberos. Su sacrificio no fue baldío. A partir de entonces fueron revisadas las técnicas de actuación priorizando la preservación de vidas humanas. También los medios técnicos para combatir el fuego fueron mejorados, al igual que el acceso a la información sobre la estructura de los inmuebles. Quienes actuaron en el siniestro del pasado sábado dispusieron de los planos del edificio Windsor y sabían que materiales fueron empleados en su construcción, una ventaja con la que no contaron sus antecesores en el incendio de Almacenes Arias. A pesar de todo, a las dos de la madrugada del domingo, la visión apocalíptica de ese coloso en llamas parecía presagiar una catástrofe de dimensiones inimaginables. El propio alcalde confesaría después que temió que el siniestro se extendiera a todo el complejo Azca. Nada de eso aconteció gracias fundamentalmente a dos elementos de los que hoy debemos felicitarnos sobre todo porque ninguno es fruto del azar. En primer término, el edificio Windsor diseñado por arquitectos españoles y construido por empresas españolas, resultó poseer una estructura interna de hormigón que mantuvo su estabilidad en unas condiciones extremas. Probablemente, la comparación no sea del todo justa pero en la mente de todos estaba el desplome de las torres gemelas de Nueva York y la debilidad manifiesta de su esqueleto metálico.

El segundo elemento positivo fue la excelente respuesta que los servicios de emergencia de Madrid le dieron a la crisis. Funcionó la profesionalidad, la cadena de mando y la coordinación entre los distintos cuerpos e instituciones. Una exhibición de eficacia que deberá tener en cuenta el Comité Olímpico que evalúa las candidaturas del 2012. Afrontar un siniestro de esa magnitud sin que haya que lamentar una sola víctima mortal, ni siquiera heridos de consideración, es a todas luces un éxito. Hemos de aprender, no obstante, de lo ocurrido y avanzar en la prevención, como ocurrió tras los incendios de Alcalá 20 y Almacenes Arias. El orgulloso edificio Windsor carecía de sistemas automáticos de extinción porque el reglamento de prevención no se lo exige a los inmuebles, cuya cuota de evacuación esté por debajo de los cien metros, solo tres más de los que tiene. Con la seguridad no puede haber actitudes miserables. Habrá que revisar esa norma, acelerar su implantación y revisar todos los rascacielos de Madrid que presenten riesgos similares. Hay que mantener bien cerradas las puertas del infierno.

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