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Reportaje:APROXIMACIONES

De Sicilia a Andalucía

En enero de 1957, durante nuestro primer viaje a Italia, Monique Lange y yo nos detuvimos un par de días en Milán y fuimos los huéspedes de Ginetta y Elio Vittorini en su ático del brumoso Viale Gorizia, al borde de un canal hosco y desangelado. Vittorini y su esposa formaban parte del núcleo de escritores aglutinados en torno a Dionys Mascolo y Marguerite Duras y asiduos de su ahora ya mítico piso del número 5 de la Rue de Saint-Benoit: Edgard y Violette Morin, Robert y Monique Antelme, André Frénaud, Louis-René des Forêts, núcleo al que se agregaban de forma esporádica Roland Barthes y Monique. Algunos de ellos solían ir a veranear a Italia con los Vittorini y Marguerite noveló estas vacaciones y las tensiones soterradas con su pareja en una de sus primeras y mejores novelas, Los caballitos de Tarquinia. En 1955, Elio, Ginetta, Dionys, Marguerite y Monique Lange decidieron romper el tabú político de la Guerra Civil y aventurarse con el entonces naciente turismo por la España de Franco. Aunque su ingenua tentativa de dar con "resistentes" se saldó con un fracaso, el recorrido les impresionó. Por esta razón, Vittorini, que había roto con el partido comunista y campaba a su aire en el terreno fecundo de la izquierda, tenía un gran interés por conocerme y escuchar mis opiniones un tanto utópicas sobre la atmósfera intelectual y política que se respiraba en la Península en los medios universitarios.

La sombra omnipresente del régimen nacionalcatólico cubría entonces toda la vida intelectual y social española
Los disconformes tratábamos de apuntar a las ocultaciones de la prensa y de colmar sus vacíos mediante unas verdades sugeridas y de guiños dirigidos al lector

En otro lugar, expuse la emo

ción que me causó esta inmediatez al escritor: la sencillez, rectitud, cordialidad e interés por España de Vittorini, su combinación singular de fuerza e inteligencia, apariencia montaraz de beréber y maneras suaves. Cuando se cansaba de hablar con Ginetta y nosotros, recibía a sus amigos sicilianos y jugaba con ellos interminables partidas de cartas.

Yo había leído entre tanto Conversación en Sicilia, felizmente reeditado en castellano por la editorial Gadir en una buena traducción de Carlos Manzano. Por razones obvias, el libro me entusiasmó, no de la forma en que lo percibo hoy, sino en función de la situación concreta a la que nos enfrentábamos los escritores antifranquistas de entonces. Su arte de lidiar con la censura mussoliniana de 1941, sus alusiones mordaces a las fuerzas del orden, las referencias a los clamores de victoria de la prensa tocante a la Guerra Civil evocada siempre tangencialmente, su descripción sobria y eficaz de la pobreza reinante en Sicilia, constituían una magnífica lección, un inestimable ejemplo de estrategia narrativa. El primer párrafo de la novela nos brinda y cifra ya la coloración estética y moral de su contenido:

"Aquel invierno yo era presa de furias abstractas. No diré cuáles, no es eso lo que quiero contar, pero sí que eran abstractas, ni heroicas ni vivas: furias, en cierto modo, por el género humano perdido. Llevaba mucho tiempo así e iba con la cabeza gacha. Veía los estridentes titulares de los periódicos y agachaba la cabeza; veía a amigos, durante una hora, dos horas, me quedaba con ellos sin decir palabra y agachaba la cabeza; tenía una muchacha o esposa que me esperaba, pero ni siquiera con ella pronunciaba palabra, también con ella agachaba la cabeza. Entre tanto llovía y pasaban los días, los meses, y yo tenía los zapatos rotos, me entraba el agua en ellos y no había nada más: lluvia, matanzas en los titulares de los periódicos y agua en mis zapatos rotos, amigos mudos, la vida en mí como un sueño sordo y sin esperanza, pero con calma".

La guerra de España, el motivo central de la humanidad ofendida, la conversación en el vagón del tren entre Con Bigote y Sin Bigote, las chozas y cuevas de los pueblos afectados por epidemias de tisis y malaria, todo ello reflejaba una realidad muy próxima a la nuestra, especialmente a algunas comarcas andaluzas, murcianas y extremeñas. Pese al carácter nítidamente hostil de la obra, la censura del Duce no había hallado ningún cabo al que agarrarse para imponer cortes: o todo o nada, y así pasó del todo, de su publicación íntegra, a nada, a su prohibición posterior en razón de la gran acogida del público.

Si Vittorini abrió el camino a la

denuncia del abandono inicuo del Mezzogiorno, no fue el único en hacerlo. Junto a él, tras él, algunos compatriotas siguieron sus huellas: el bellísimo libro de Carlo Levi, Cristo se detuvo en Éboli, describe también de forma magistral su confinamiento por razones políticas en un pueblo mísero de Basilicata y un autor menos conocido, pero igualmente aguijador, Rocco Scotellaro, publicó asimismo en los cincuenta un excelente relato titulado L'uva putanella, esto es, El redrojo, sobre la Italia menesterosa y abandonada del Sur. Sicilia, Calabria, Basilicata y Apulia fueron en aquellas décadas la Andalucía que Antonio Ferres y yo recorrimos unos años más tarde.

Tal vez resulte difícil comprender ahora nuestra vocación testimonial. La sombra onmipresente del régimen nacionalcatólico cubría entonces toda la vida intelectual y social española, y la prensa era un reflejo de ello. Recorrer ésta a diario constituía un rutinario ejercicio de irrealidad: discursos del jefe del Estado y ceremonias o desfiles presididos por él, procesiones religiosas, fútbol, corridas de toros, piruetas y vilezas de bufones asalariados, todo un mejunje tedioso, indigesto y atemporal. Como escribí por aquellas fechas, los disconformes tratábamos de apuntar a las ocultaciones de la prensa y de colmar sus vacíos mediante unas verdades sugeridas apenas y de guiños dirigidos al lector. Ello podría parecer hoy irrelevante, mas, como advirtió Blanco White un siglo antes, los pueblos habituados al silencio impuesto por decreto, "adquieren la viveza de los mudos para entenderse por señas". Insinuar la realidad solapada por la mentira oficial se convirtió así en nuestra mejor posibilidad de evasión.

La deuda contraída con Vittori

ni fue inmensa. Si se trasluce algo de ella en Campos de Níjar y quizás en Tierra de olivos de Antonio Ferres -dos obras en los antípodas de El viaje a la Alcarria de Cela-, su presencia explícita en La Chanca es mucho mayor y en razón de ello le dediqué posteriormente el libro. Durante nuestra visita a Milán, Elio me había pasado un ejemplar de El Simplón guiña un ojo al Frejus y el impacto de su lectura fue tan fuerte como el de mi cala, dos años después, en el entonces maldito barrio almeriense. Las cuevas de Sicilia eran idénticas a las tan bellamente captadas por la cámara de Carlos Pérez Siquier; a la malaria y tisis del relato de Vittorini correspondían el tracoma y otras enfermedades endémicas hoy en África y el subcontinente hindú y en la Almería de antaño.

Como Conversación en Sicilia, Campos de Níjar logró sortear los escollos de la censura: se publicó sin cortes. La Chanca tuvo peor suerte: la revista barcelonesa Destino acogió un capítulo en sus páginas, pero el libro tuvo que editarse en París. Comprendí, a raíz de esta experiencia, que la autocensura colaboraba a fin de cuentas con el censor y decidí escribir en adelante sin cortapisas, dejarle cumplir su tarea a él. Al influjo de Vittorini, Carlo Levi y Rocco Scotellaro, debería añadir el del revulsivo neorrealismo cinematográfico italiano: el de Terra trema de Visconti y de los primeros filmes de Rossellini programados regularmente en la antigua cinemateca parisiense de la Rue d'Ulm. Creo que escritores como yo, Ferres, López Salinas, Grosso, Andrés Sorel y el porfiado y admirable Juan Eduardo Zúñiga de Capital de la gloria, aprendimos mucho de Italia y de sus novelistas y cineastas. Cuando España cambió, la mayoría de nosotros cambiamos con ella y nuestras miradas se dirigieron a otros ámbitos literarios. El grupo generacional se dispersó: cada cual siguió su propio camino. No obstante de eso, todos debemos saludar la iniciativa editorial de reunir en la misma colección Conversación en Sicilia y Tierra de olivos como una oportuna recuperación de la literatura iniciada por la primera así como de la memoria de la por fortuna extinta miseria del campo español. Los dramas reales y la humanidad ofendida de hoy son otros, aunque por un vuelco de la historia se repitan en las costas de Sicilia y Andalucía. ¡Ojalá algunos escritores de las dos orillas del Mediterráneo alcancen el don de extraer su fuerza literaria creadora del espectáculo de la humanidad perdida! Sería el mejor homenaje que se puede tributar a Vittorini y a quienes rehúsan caminar, como su héroe, con la cabeza gacha.

Fotograma de 'Terra trema' (1948), película de Luchino Visconti.
Fotograma de 'Terra trema' (1948), película de Luchino Visconti.ALBUM

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