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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las prioridades de Bush

Bush ha articulado su mensaje a la Unión, que en buena medida es una prolongación de su discurso de toma de posesión en enero, en torno a dos ideas: el mantenimiento del rumbo en Irak y la reforma inevitable del sistema de pensiones de la Seguridad Social, que según los expertos estará en bancarrota en 30 o 40 años. La alocución al Congreso se ha producido esta vez en un contexto relativamente relajado para el presidente de EE UU. Aunque su ejecutoria en la Casa Blanca no convence a la mitad de sus conciudadanos, Bush tiene como telón de fondo internacional las alentadoras elecciones en Irak y un clima de esperanza en el conflicto palestino-israelí. Que Washington vaya a quintuplicar su ayuda a los palestinos hasta 350 millones de dólares y proclame que un acuerdo está al alcance de la mano parece indicar el final de un trágico letargo diplomático. El proceso se pondrá a prueba la semana próxima con el viaje de Condoleezza Rice antes de la cumbre entre Sharon y Mahmud Abbas.

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El alivio proporcionado por las elecciones iraquíes, primeras en 50 años, ha dado a Bush el argumento central de su discurso exterior. Junto a una preocupante alusión al papel de Irán y Siria como regímenes que juegan con fuego, Bush considera, acertadamente, que no ha llegado el momento de fijar la retirada estadounidense de Irak. Pero su énfasis en la receta previa de una adecuada preparación de las fuerzas iraquíes -en cuya formación colaborará España- significa bien poco en una situación límite como la del país árabe ocupado. Una cosa es no decidir cuándo se lía el petate y otra la ausencia de una estrategia política coherente. Los comicios representan un atisbo de esperanza, pero corroboran que Irak es un violento polvorín fragmentado en torno a credos y etnias.

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En política interior, una de cal y otra de arena, aunque queda claro que en su presupuesto para 2006, que se conocerá el lunes, la Casa Blanca elimina o entra a saco en más de 150 programas sociales. Bush tranquiliza a su base conservadora confirmando su apoyo a una enmienda constitucional para prohibir las uniones homosexuales. Y lo equilibra prometiendo más dinero para pagar una buena defensa a los numerosos condenados a una anacrónica pena de muerte.

El gran argumento doméstico de la presidencia republicana es, sin embargo, el desguace del sistema de pensiones de la Seguridad Social, donde se hace insalvable el foso entre ingresos y prestaciones. Bush promete retóricamente salvar un sistema de 70 años, pilar básico del andamiaje interior estadounidense, pero se muestra extremadamente vago sobre cómo hacerlo. Y resulta rotundo y claro en su deseo privatizador. En la batalla crucial que se avecina, el presidente cuenta con un incierto apoyo en su propio partido y la oposición frontal de los demócratas.

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