El fugaz sueño de un Estado propio
Diseminados en pequeñas comunidades entre las actuales repúblicas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán, Siria (cerca de un millón de habitantes), Irak (algo menos de cinco millones), Irán (unos siete millones) y Turquía (alrededor de 15 millones, entre los campesinos del sureste y las personas emigradas a las grandes ciudades costeras), los kurdos han sobrevivido en sus valles y montañas al paso de distintas civilizaciones dominantes. Tras la caída del Imperio Otomano, las potencias occidentales prometieron la creación de un Estado del Kurdistán como recompensa a la lucha de las milicias kurdas contra las fuerzas turcas. El Tratado de Sèvres (1920) es la biblia del nacionalismo kurdo, en el que se garantiza el nacimiento de un nuevo Estado, dentro de un complejo sistema de partición de los antiguos territorios otomanos para evitar el resurgir del sultanato.
La realidad de la situación bélica en Anatolia, una vez que Mustafá Kemal, Atatürk, lograra reagrupar a sus fuerzas y expulsar de Anatolia a las tropas ocupantes griegas, acabó echando por tierra los sueños de autodeterminación de los kurdos. Tres años después, el Tratado de Lausana borró del mapa el Estado del Kurdistán antes incluso de que llegara a existir. La consolidación del territorio de la Turquía moderna y las nuevas fronteras trazadas en Irán e Irak por la invisible mano de las compañías petroleras francesas y británicas acabó consagrando la partición del pueblo kurdo en más de cuatro países.
Con sus remotos orígenes indoeuropeos, los kurdos siempre han estado a caballo entre Europa y Asia. Sus primeros reinos y organizaciones nacionales se vieron aplastados en 1514 en la batalla de Chaldirán, en el choque entre las emergentes civilizaciones persa y otomana. La conciencia nacional, la llamada "cuestión kurda", comienza a plantearse ya a lo largo del siglo XIX, en la lucha del poder central de Estambul contra los príncipes feudales kurdos, en un pueblo que se divide en más de un millar de clanes y tribus.
A lo largo del siglo XX se suceden continuas rebeliones y estallidos de violencia en el territorio del Kurdistán. Uno de los líderes más carismáticos del sureste de Anatolia, el jeque Said, desafió al Ejército de la recién nacida República de Turquía. En la, hasta ahora, mayor revuelta kurda conocida, se llegó a proclamar la llamada República de Mahabad, un Estado kurdo que pretendía ser independiente con apoyo de la desaparecida Unión Soviética. Todos los alzamientos kurdos han sido sangrientamente reprimidos.
Tras el fin de la guerra del Golfo, en 1991, una vez derrotado el Ejército de Sadam, los partidos kurdos del norte de Irak dieron la orden para un levantamiento general contra el Gobierno central de Bagdad. Los misiles que cayeron entonces sobre las ciudades de Erbil y Suleimaniya, las principales del Kurdistán iraquí, sembraron el pánico y desencadenaron un exilio masivo de la población civil hacia Turquía e Irán. Los kurdos de Irak no huían en vano. Apenas tres años antes, el régimen de Sadam exterminó a miles de civiles en la ciudad de Halabja, al bombardear con gas mostaza a la población kurda por su supuesto apoyo a Irán durante la guerra que enfrentó a ambos países.
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