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Columna
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Anomalías

Manuel Rivas

Fraga Iribarne, históricamente, es una deconstrucción. Su talla gana en el vaciado. Pena no haber seguido la senda de Sila: "Hombre superior en inteligencia, al retirarse se entregó a todos los excesos". En otro tiempo, cometió el mismo grave error que Heidegger con su rectorado nazi, y confundió la cueva de Platón con el Ministerio de Información del doctor Mabuse. Se le han caído o se ha ido desprendiendo de las hojas de la Jactancia (sobre ese concepto versó su primer trabajo doctoral), y ya parece por fin superada la era de la política-ficción en Galicia, donde llegó a inaugurar una cascada milenaria (la catarata del Xallas) para que funcione sólo los domingos al mediodía. Ahora Fraga se ha instalado en el minimalismo espacial y verbal. La nueva residencia de Monte Pío tiene también algo de cueva platónica, pero deshabitada. En las paredes, las únicas sombras que toman forma son las cornamentas de los trofeos de caza y un crucifijo, composición que acaso cabe ver como una recreación simbólica y taxidérmica de la estampa medieval de san Eustaquio, patrón de cazadores, cuando divisó al Cristo entre las astas de un venado. Si aceptamos la benevolente versión del hombre paradojal, que decía lo que no pensaba y pensaba lo que no decía (y que hizo el bien mal y el mal, bien), lo que queda ahora en el lenguaje son las muescas de las anomalías. En la producción paradojal, lo que se denuncia como anomalía se enuncia como valor. Quizás Fraga al hablar de anomalía estaba pensando en Eduardo Blanco Amor, homosexual y rojo, gran amigo de Lorca, y autor de la mejor novela gallega, A esmorga (La parranda), que tuvo que publicarse en el exilio por culpa de la censura. Es lástima que, para compensar la teología del malhumor, dominante hoy en el pensamiento conservador español, tanto Fraga como monseñor Rouco, ambos nacidos en Vilalba, no escuchen al más universal de los vilalbeses, el teólogo Chao Rego. Perseguido en el franquismo, Chao es autor de maravillosas anomalías como O libro da auga (El libro del agua). Jesús, explica Chao, no habló nunca de sexualidad. Lo que si hizo el de Nazaret fue garabatear una anomalía en el polvo: "Quien de vosotros esté libre de culpa que arroje la primera piedra contra esta mujer". Se fueron uno tras otro...

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