"Turquía será la reconciliación de civilizaciones en Europa"
Mira a los ojos y cuadra la mandíbula para hacerle saber a su interlocutor: "La historia juzgará y Turquía no se olvidará de quienes sean los responsables si fracasa su candidatura a la UE". No suena exactamente amenazador, ni enojado; sólo advierte. Él es un hombre serio. El líder turco inauguraba el pasado fin de semana uno de los proyectos estrella de su Gobierno. El Istanbul Modern, así directamente en inglés para que nadie dude de la modernidad del país. Y en unas dependencias escasamente ad hoc del magnífico museo, entre cables de televisión, asesores y espontáneos, en general, un grupo de periodistas europeos entrevistó a Recep Tayyip Erdogan, de 50 años, mostacho cepillo, cabeza del islamismo moderado y parlamentario de su país, y, desde hace casi dos años, jefe de Gobierno de Turquía.
El próximo día 17 los líderes de la UE han de pronunciar un equívoco ucase. Van a dar su aprobación al inicio de negociaciones para la adhesión de Turquía a la Unión; la declaración no establecerá de manera evidente limitación alguna a esas conversaciones que se entenderá que deberían concluir con el ingreso de Ankara; pero una lectura escolástica del texto muy probablemente revelará reticencias, salvedades, miedos, una mirada a las catacumbas de los demonios familiares de Europa.
Erdogan se sabe todas las respuestas. Turquía apenas es Europa en su geografía; su historia se ha escrito durante el longevo tiempo otomano contra la Europa cristiana, con la que guerreaba desde el Mediterráneo a los dos sitios de Viena; su sociología, incluso en la cosmopolita Estambul, aún parece oriental, al menos para los espíritus timoratos; y su bienestar económico es una fracción de la media europea. Pero, contrariamente a lo que pudiera suponerse: "Es Europa la que necesita a Turquía, más que nosotros a Europa. Si Europa es sólo un club cristiano puede pasarse sin nosotros, pero si es un conjunto de valores comunes necesita a Turquía, porque somos una pieza esencial para la reconciliación de civilizaciones".
La entrevista se desarrolla en inglés y turco, con variadas traducciones intermedias, por lo que no haría falta demasiada imaginación para sustituir alianza por reconciliación, aunque no esté claro que el líder turco conozca a fondo los proyectos exteriores del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
En ese camino plagado de escollos que no es imposible que conduzca a Europa en 10 o 15 años -España tardó 11-, y en el que Chipre se levanta como un áspero Peñón de Gibraltar, Europa pide a Ankara que reconozca al Estado chipriota antes del día 17, puesto que sería pintoresco que Turquía negociara con los 25 mientras ignora la existencia de uno de ellos, y aún peor, cuando ocupa militarmente la parte norte de la isla para proteger a la población turcochipriota de la mayoría griega del resto del país. "Es un error pedirnos eso. Entre los criterios de Copenhague -las condiciones de democratización para ser candidato- no hay nada que diga que debamos reconocer al sur de Chipre. Es competencia de la ONU y hemos hecho todo lo que nos ha pedido el secretario general, Kofi Annan. Hubo un referéndum de reunificación de la isla y el sur de Chipre [nunca dice grecochipriota] lo rechazó, mientras que el norte [turcochipriota] dijo sí. La UE no ha de interferir y de ninguna forma haremos ningún gesto de reconocimiento antes del 17; pero cuando haya una fecha para negociar, sabremos lo que tenemos que hacer, lo necesario para resolver el problema. Entre tanto, lo que no puede ser es que se cambien las reglas del juego a mitad de partido; se nos dijo que los criterios de Copenhague eran las únicas condiciones a cumplir; lo hemos hecho y no aceptaremos requisitos de última hora. Tampoco ellos [el mundo, en general] han reconocido a la República Turca del Norte de Chipre. No aceptamos presiones de ninguna clase", advierte.
Se abre camino también, últimamente, una idea formulada por el ex presidente francés Valéry Giscard d'Éstaing y también cabeza de la Convención para redactar el proyecto de Constitución Europea, según la cual Turquía podría encontrar una inserción particular en la UE, lo que se ha llamado asociación especial, que no comportara la adhesión plena. Pero Erdogan no quiere ni oír hablar de ello: "Soy un estadista, una persona seria. No juego. Hacemos política con criterio. Hemos hecho los deberes y ahora le toca a Europa. Podemos aceptar limitaciones temporales, pero no permanentes. Entendemos que nada hay decidido de antemano. Al fin de las negociaciones seremos miembros o no. La adhesión no es automática; puede que nuestros amigos europeos nos digan que las negociaciones no marchan, o que seamos nosotros los que queramos pararlas. Pero nunca seremos socio privilegiado porque esa figura no existe".
¿Hay una tercera vía, un camino turco a lo contemporáneo? "No se equivoque. No necesitamos a nadie. Podemos valernos por nosotros mismos. Lo que proponemos es un acuerdo entre civilizaciones [¡y otra vez por poco dice alianza!] por el que Turquía sería el puente entre Asia y Europa, y eso, precisamente, porque mi país es musulmán; la diferencia de religiones es todo menos un problema".
Desde que ocupó en la década pasada la alcaldía de Estambul, y mucho más como jefe de Gobierno, ha intrigado en Occidente la estruendosa moderación de su partido islamista, no sólo parlamentario aparentemente convencido, sino ajeno a cualquier salida de tono integrista. Una ley que reforzaba la enseñanza religiosa y pretendía permitir la asistencia a la universidad con ese velo que en Francia provoca tanta prohibición y aspaviento, fue rechazada por presión del Consejo Nacional de Seguridad, que aunque desde fecha reciente está dirigido por un civil, es una especie de Tribunal Constitucional a la turca integrado por militares que vigilan el cumplimiento de una laicidad compulsiva. Son los descendientes del fundador del Estado turco, Mustafá Kemal, Atatürk, que, por decreto, ordenó al país ataviarse en todo lo externo de occidental; y Erdogan, que se ha tragado el sapo de Atatürk, envía, sin embargo, a sus dos hijas a una universidad norteamericana donde tiran de velo hasta donde quieran, al igual que su señora que le acompañaba en la inauguración con la modestia vestimentaria de una monja de clausura.
Por todo ello hay quien habla de una agenda secreta islamista, hasta que el partido haya conquistado a la mayoría de la opinión -gobierna con poco más de un 20% de sufragios-y entonces dirá lo que vale un peine. El primer ministro Erdogan no se inmuta. "Soy musulmán, turco, demócrata, y mi Gobierno es secular. Todo lo demás son especulaciones. Lo he probado en la alcaldía de Estambul y en dos años de gobernación. Turquía es la garantía de que la relación entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado puede ser armónica". Servicios que, afirma, pueden hacerse extensivos a Oriente Próximo. "No tenemos problemas, ni políticos, ni económicos con Israel. Respetamos el derecho de dos Estados a existir en la zona: el palestino y el judío, y aspiramos a desempeñar un papel en la solución del conflicto". Tanto que aunque Erdogan es meticuloso hasta la caligrafía en nunca criticar a Israel, su pueblo es abrumadoramente favorable a los derechos nacionales palestinos.
Turquía ha convertido en vocación geopolítica su ingreso en la modernidad europea; aunque quizá, poco al tanto de que Europa ya es posmoderna: un continente con un creciente ánimo de atrincheramiento, protocolariamente acogedor pero sumido en un laberinto de relativismos y una opinión que el envejecimiento hace recelosa. El 17 comienza una maratón de años; lo que se tardará en saber cuánta Turquía le cabe a Europa en la cabeza.
Interés europeo por los museos
Francia, Alemania y el Reino Unido estuvieron presentes en la inauguración del Istanbul Modern, el nuevo Museo de Arte Moderno de la capital económica turca. Tras la intervención del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, se leyeron mensajes del presidente francés, Jacques Chirac, y de los jefes de Gobierno de Alemania, Gerhard Schröder, y británico, Tony Blair; el primero, en francés, y los otros dos, en inglés. Y la ironía es que las mayores inquietudes que despierta el eventual ingreso turco en la Unión Europea se producen en Francia y Alemania, países a los que, como el Reino Unido, se les exime de visado de entrada en Turquía, mientras que españoles e italianos, cuyos Gobiernos se muestran entusiastas por la candidatura de Ankara, han de abonar unos euros por un sello al llegar al país. Lo único verdaderamente español que sonaba el sábado en el museo era el nombre de su conservadora, Rosa Martínez, nacida en Soria pero barcelonesa de adopción. Una profesional, nómada como se define, que sí conoce Turquía.
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