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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Catarsis chilena

Enfrentarse al pasado y a sus aberraciones es un requisito básico para construir un futuro en convivencia. En Chile, esta catarsis imprescindible acaba de verse reforzada por la divulgación del informe de la Comisión sobre Prisión Política y Tortura, aunque hayan tenido que pasar 30 años para llegar al corazón del horror. La conclusión de este relatorio de 1.300 páginas, construido sobre los testimonios directos de las víctimas, ya era conocida: que la tortura fue hasta 1990 uno de los pilares de la infamante dictadura de Augusto Pinochet. Pero ahora adopta la forma de un documento público al alcance de todos.

Durante décadas, pese a llevar 14 años de Gobiernos democráticos, las víctimas de las torturas, que ahora tienen entre 50 y 60 años de edad, han sido invisibles para una sociedad que ha preferido vivir anestesiada. Los 30.000 testimonios que componen este catálogo de la infamia son, según las organizaciones humanitarias, sólo un tercio del total de quienes fueron víctimas de los verdugos de Pinochet en las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad, unos secuaces cuyos nombres permanecen piadosamente ocultos en el informe.

Esta represión de proporciones formidables, orquestada como política de Estado por el indigno anciano que ahora se reclama senil para eludir su cita con el banquillo, fue posible, según el documento, por la vergonzosa abdicación del poder judicial y el silencio cómplice de los medios informativos permitidos por la dictadura. Chile ahora va a resarcir este olvido de su historia más reciente con una pensión mensual de 144 euros a las víctimas y ventajas educativas y sanitarias.

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Siendo como fue la tortura una política diseñada por los generales golpistas, resulta chocante el mutismo de algunos de los más altos representantes de las Fuerzas Armadas. Buena muestra

de que muchos de los militares chilenos no han acabado todavía de digerir su tenebroso papel en el pasado es que sólo el jefe del Ejército haya reconocido responsabilidades en este abyecto inventario del crimen. La Armada y la Fuerza Aérea guardan, a estas alturas, un ominoso silencio.

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