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Reportaje:

Kosovo, atrapada en el pasado

Cinco años después de la intervención de la OTAN, la provincia serbia vive pendiente de su estatus final

Guillermo Altares

El monumento de Gazimestán, el eje de historia serbia, es ahora un abandonado torreón en la llanura central de Kosovo. Allí tuvo lugar en 1389 la batalla del Campo de los Mirlos, en la que los serbios perdieron su Estado frente a los turcos; allí, Milosevic pronunció en 1989 el discurso -"Nadie, jamás, volverá a hacer daño a un serbio"- con el que sentó las bases de lo que sería su campaña de limpieza étnica en los Balcanes. Ahora, 15 años después de aquellas funestas palabras y cinco desde los bombardeos de la OTAN y la entrada de las tropas internacionales, la provincia serbia de Kosovo sigue siendo un protectorado de la ONU, que se plantea hasta cuándo podrá retener las ansias independentistas de la mayoría albanesa, que quedaron más claras que nunca con el resultado de los comicios parlamentarios del pasado sábado.

Gazimestán está en la carretera que une Pristina con Mitrovica, la ciudad rota entre una parte sur albanesa y una norte serbia, que se ha convertido en el símbolo de la división de Kosovo, cuyos 1,8 millones de habitantes son en un 90% albaneses (80% de ellos musulmanes) y en un 8% serbios, cristianos ortodoxos.

Cinco años después de los bombardeos que obligaron a la salida de los soldados y paramilitares serbios, que dejaron atrás un sangriento rastro de crímenes y fosas comunes, los cortes de agua y luz son habituales. Y los avances que se habían conseguido en la convivencia étnica quedaron en entredicho cuando, en dos días de marzo y pese a la presencia, entonces, de 15.000 soldados de la OTAN (ahora hay 19.000) en un territorio del tamaño de Asturias, radicales albaneses mataron a 19 serbios y quemaron más de 4.000 casas.

"Me pregunto si estamos preparados para la independencia", asegura Hasnije Ilazi, de 36 años, profesora de filosofía, asesora del Parlamento en temas de mujer y responsable del Instituto de Investigación Social y Desarrollo de Kosovo. "Creo que no, y Serbia, tampoco. Sigue siendo un asunto demasiado emocional. Tengo miedo de las consecuencias de la independencia sin ser un Estado. La crisis económica es demasiado fuerte, hay demasiada corrupción", prosigue. El conocido periodista y antiguo guerrillero del ELK Dardam Islani, de 31 años, cree, en cambio, que, sin el estatuto definitivo que podría empezar a negociarse a mediados de 2005, la situación económica no se arreglará. "No se concede una independencia: se consigue, y eso es un proceso que va más allá del año que viene; pero está claro que necesitamos ser un país para conseguir créditos internacionales y mejorar la economía".

En Pristina, al calor de los internacionales -funcionarios de la ONU y de otros organismos, de ONG, policías, etcétera-, han nacido restaurantes, bares llenos hasta las tantas, supermercados con productos de todo el mundo, inmensas tiendas de DVD piratas y muchas agencias de viajes que ofrecen vuelos a todas partes, seguramente no para los kosovares, que, con sus carnés de identidad y salvoconductos de la ONU, pueden ir a muy pocos países. En las carreteras, donde los coches de lujo se cruzan con los vehículos destartalados, los tractores y los blindados de la KFOR se multiplican los hoteles modernos. "Algunos han sido construidos por gente que ha venido del extranjero; otros, bueno, está claro de dónde vienen los fondos", dice una profesora kosovar. El dinero negro, las mafias, el tráfico de personas, armas y drogas, representan un grave problema en Kosovo, donde fuentes de la KFOR aseguran que hay 300.000 armas y que dos de cada tres hogares tienen su Kaláshnikov.

Pero muchos albaneses aseguran que el verdadero Kosovo está en el campo empobrecido y también en la dividida Mitrovica, donde empezaron los disturbios de marzo. Skifer, de 37 años, casado y con cuatro hijas, es un geólogo que vende frutas en el mercado de la zona sur, aunque es uno de los pocos que viven en el minúsculo enclave albanés del norte, tres bloques de viviendas protegidos por las fuerzas internacionales. "Nos han atacado muchas veces y los serbios siguen bloqueando el proceso a pesar de lo que nos han hecho", dice.

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La ciudad está dividida por el río Ibar y el puente que separa las dos zonas está vigilado por tropas especiales francesas, que controlan el paso con fortificaciones. Tras cruzar el puente, se cambia de mundo. Los coches tienen las antiguas matrículas serbias, en teoría prohibidas, en vez de las nuevas placas de Kosovo o, casi la mitad, directamente no tienen. La moneda no es el euro, sino el dinar. Lubisa Petrovic, un hombre de negocios de 44 años, asegura que los serbios jamás se irán de Kosovo, ni permitirán que sea un Estado independiente. "Estamos solos desde hace cinco años y por eso no hemos votado. Fuimos cazados como animales en marzo y la KFOR no nos protegió. Sabemos que el Gobierno de Pristina dirigió los ataques", afirma, antes de quejarse por la falta de electricidad. En eso, al menos, están todos de acuerdo.

Un albanokosovar lee en un periódico los resultados electorales en un mercado de Pristina.
Un albanokosovar lee en un periódico los resultados electorales en un mercado de Pristina.REUTERS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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