Interior desoyó las demandas de ayuda del CNI para buscar al 'emir' del 11-M
La policía no se tomó en serio la implicación del argelino Lamari hasta su suicidio en Leganés
"Saber que estábamos en la pista correcta no es ningún consuelo. Al contrario. Lo cierto es que no fuimos capaces de evitarlo", afirman fuentes próximas al servicio secreto. El pasado viernes, el Ministerio del Interior confirmó lo que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) venía asegurando hace tiempo: que el séptimo suicida de Leganés y presunto emir (jefe) del comando del 11-M era el argelino Allekema Lamari. Durante meses, antes y después del 11-M, Interior ignoró las reiteradas peticiones del servicio secreto para que se ordenara la "urgente y prioritaria" localización del argelino.
El pasado 6 de noviembre, casi cuatro meses antes del 11-M, el servicio secreto trasladó al Ministerio del Interior una nota en la que advertía de que Lamari, ex dirigente del Grupo Islámico Armado (GIA), preparaba "un atentado en España" y pedía ayuda para localizarlo. Lamari, de 39 años, fue detenido en Valencia en abril de 1997 y condenado a 14 años de cárcel, pero el Tribunal Supremo rebajó su condena a sólo nueve, lo que le permitió salir de prisión en junio de 2002.
Tras una breve estancia en Tudela (Navarra), se trasladó a Madrid, donde el CNI siguió sus contactos con elementos radicales islámicos en los barrios de Tetuán, Lavapiés y la localidad de Leganés, donde se acabaría suicidando. Lo que alarmó al servicio secreto fue comprobar las grandes medidas de seguridad que adoptaba: ni siquiera sus antiguos amigos conocían su paradero y era él quien decidía cuándo y dónde contactaba con ellos.
En estas condiciones, el CNI pidió el apoyo de las Fuerzas de Seguridad del Estado, ya que con sus medios le resultaba imposible encontrarlo. "Sabíamos que preparaba algo gordo, pero no cuál era su objetivo ni cuándo, aunque las sospechas apuntaban a diciembre de 2003 o enero de este año", señalan fuentes próximas al servicio secreto.
Un hilo conductor
Las demandas del CNI no obtuvieron respuesta y los meses pasaron sin que la amenaza llegara a concretarse, pero el 6 de marzo, cinco días antes de los atentados contra los trenes de cercanías, volvió a insistir en su peligrosidad. El mismo 11 de marzo, mientras Madrid se sumía en el caos, agentes del CNI fotografiaron en un parque de Valencia a antiguos miembros del GIA, a la búsqueda del hilo que les condujera hasta su jefe.
El 16 de marzo, cinco días después de la matanza y dos de las elecciones generales, el CNI fue invitado por vez primera a la célula de crisis creada en el Ministerio del Interior para coordinar las investigaciones. Los representantes del centro de inteligencia acudieron a la cita con un nuevo informe sobre Lamari. Estaban convencidos de que el argelino tenía "suficientes dotes de liderazgo y capacidad de fanatismo" para ser el cerebro de la masacre por encima de los meros peones detenidos hasta ese momento. Así constaba en los documentos clasificados que los diputados de la comisión de investigación del 11-M examinaron el pasado 13 de julio a puerta cerrada.
El CNI planteó al Ministerio del Interior que la imagen de Lamari se incluyera en el juego de fotografías de sospechosos que a finales de marzo se distribuyó a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado para su localización inmediata. Tampoco en esta ocasión se le hizo caso.
La investigación policial se centraba en las tarjetas de los teléfonos prepago utilizados como detonadores de las mochilas bomba y en las mismas no aparecía rastro alguno del argelino. Pero el CNI sabía que Lamari jamás utilizaba móviles, sino que recurría a cabinas telefónicas para sus contactos y este comportamiento, lejos de exculparle, resultaba aún más inquietante.
La preocupación se acrecentó porque, en esas mismas fechas, el centro de inteligencia tuvo noticia de que Lamari aseguraba estar dispuesto a inmolarse.
Los temores se materializaron el 3 de abril. Mucho antes de que, la semana pasada, las autoridades argelinas confirmaran, después de cotejar el ADN de sus padres, que Lamari era el séptimo suicida sin identificar cuyos restos se encontraron en el piso de la calle Martín Gaite, su implicación estaba clara. Abdelmajid Bouchar, el ocupante del piso de Leganés que se dio a la fuga tras percatarse de la presencia de la policía y avisar a sus compañeros, era un hombre de Lamari.
Las huellas dactilares del argelino se hallaron también en un libro de rezos coránicos, recuperado entre las ruinas del inmueble, que en 1998 le envió a prisión el sirio Safwan Sabagh.
El perfil genético de Lamari fue hallado de nuevo en un pañuelo en el interior del Skoda encontrado el 13 de junio por la policía en las cercanías de la estación de Alcalá de Henares (Madrid) y que, a la vista de este dato, debió ser aparcado antes del suicidio colectivo del 3 de abril, pese a que la versión oficial pretende que lo fue más tarde.
Por último, el CNI identificó a Lamari como uno de los tres hombres que aparecían en la cinta de vídeo descubierta en el piso de Leganés en la que se amenazaba con nuevos atentados.
Para la policía, ahora, y para el CNI, hace tiempo, Lamari era el máximo jefe del comando ejecutor del 11-M, integrado mayoritariamente por marroquíes, a quienes el argelino y su grupo aportaron experiencia y, probablemente, contactos internacionales.
La pista de Lamari, seguida en solitario por el CNI, igual que ocurrió con la vigilancia policial de algunos de sus colaboradores (como Serhane Ben Addelmajid Fakhet, El Tunecino) o la investigación sobre la mafia de explosivos, fue otra oportunidad perdida por celos profesionales, descoordinación, imprevisión política o desconfianza mutua entre los aparatos del Estado.
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