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La hora del valiente que ETA necesita

El autor evidencia la debilidad "irreversible" de ETA tras la redada del 3 de octubre, plantea el "conflicto" entre las instituciones vascas y españolas ante el referendo de diciembre y apunta, como salida de Batasuna, la aparición

La amenaza persistirá por tiempo indefinido y las borrosas siluetas de los escoltas seguirán formando parte del paisaje de Euskadi, pero ETA no volverá a ser la omnipotente organización que dictaba la agenda política, que encogía los corazones y nublaba las mentes en la sociedad vasca.

Golpe a golpe, redada a redada, la policía le está llevando a agotar su ciclo vital y no hay noticias de que de ese mundo vayan a surgir las gentes responsables y valientes capaces de poner término a este disparate sangriento, de administrar la derrota, de buscar una salida aseada que evite, de paso, que la autodenominada izquierda abertzale acompañe a ETA en su caída por el pozo negro de la historia.

Otegi y los otros dirigentes no quieren aceptar la condición de poner fin a la violencia
No es que ETA esté liquidada, es que está atrapada en un cerco que se cierra inexorablemente
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Aunque hay otras fechas de referencia, la del pasado domingo 3 de octubre sirve perfectamente para acreditar la aceleración determinante de un proceso de desgaste continuo, ya irreversible por larga y convulsa que llegue a resultar la fase agónica del terrorismo vasco.

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La prudencia a la que, razonablemente, se obligan estos días los responsables políticos y policiales tampoco puede llevarse al extremo de obviar el hecho de que ha empezado a cumplirse el vaticinio del antiguo líder de ETA, Domingo Iturbe Abásolo, Txomin, muerto en Argelia en 1987: "Primero, vendrán a por nosotros; luego a por las armas y el dinero. Y entonces, ya no habrá nada con que negociar".

Es lo que pasó el 3 de octubre con la redada practicada en el País Vasco francés. Es lo que viene pasando de un tiempo a esta parte, desde que las policías española y francesa ensamblaron sus redes de información y desplegaron una densa malla de vigilancia que atenaza los movimientos de ETA a uno y otro lado de la frontera, desde que los jueces empezaron a recortar los espacios de complicidad criminal dispuestos impunemente en la política vasca, desde que buena parte de la sociedad vasca empezó a sacudirse el miedo.

No es que ETA esté liquidada -puede matar y no nos enteraremos de su desistimiento porque probablemente no habrá un comunicado de autodisolución-, es que está atrapada en un cerco que se cierra lenta pero inexorablemente, es que sus siglas están tan devaluadas que aparecen ahora descarnadamente ante la sociedad vasca como el espantajo criminal fuera de todo tiempo y razón que siempre ha sido.

"Euforia injustificada", titulaba el lunes el diario Gara en un editorial en el que, además de recordar que "ETA ha relevado a distintas direcciones", aseguraba que "hoy mismo sigue contando con la incorporación de nuevos militantes a sus filas".

El problema es que el círculo vicioso de desmantelamiento-reestructuración viene ofreciendo últimamente como resultado el debilitamiento progresivo de una organización más y más débil, más y más pequeña, más y más vulnerable. No deja de ser sintomático que una parte sustantiva del último Zutabe (boletín interno de ETA) esté dedicada a convencer a sus propios simpatizantes de la necesidad de seguir recurriendo al terrorismo. Desde que el siniestro juego de la "acción-represión-acción" dejó de serles rentable, el propósito de torcer el brazo del Estado y domesticar en el terror a la sociedad vasca resulta más ilusorio que nunca. Como resulta ilusoria la idea enraizada desde siempre en el mundo de ETA de que la excarcelación de sus presos se daría por añadidura por muy malo que fuera el acuerdo final.

"Socializar el sufrimiento, acelerar el proceso y ganar", rezaban las consignas que acompañaron la decisión de asesinar a los representantes políticos y a los intelectuales disidentes no nacionalistas, adoptada en 1995 al hilo de la ponencia Oldartzen (Acometiendo) en la que se sustituyó la estrategia de forzar la negociación con el Estado por la del "desbordamiento" del Estado a través de la creación del "frente nacionalista", cristalizado temporalmente en el Pacto de Lizarra. La práctica de este terrorismo de corte fascista ha terminado por precipitar una reacción policial, judicial, política y social que ha acabado poniéndole contra las cuerdas.

Con más presos que nunca en su historia (709), menos margen de maniobra que nunca, más desprecio y rechazo social que nunca, ETA parece condenada por la historia a la grapización y marginación, un camino al que está plenamente decidida a arrastrar a su ilegalizado brazo político. Así cabe interpretar el anuncio de Batasuna de que su grupo parlamentario en la Cámara vasca no apoyará el plan Ibarretxe.

Sobre el papel, la estrategia soberanista del Gobierno vasco ofrece al mundo de ETA una buena pista de aterrizaje pero, como viene ocurriendo con los últimos movimientos del nacionalismo institucional (Pacto de Lizarra), se pretende ignorar el cordón umbilical que une a Batasuna y a ETA, la vocación de perpetuarse del terrorismo vasco.

Esfumados los supuestos efectos pacificadores del plan invocados por el lehendakari, lo que queda es un panorama de conflicto, un enfrentamiento servido de primera magnitud que divide a la sociedad y enfrenta a las instituciones vascas y españolas, que pretende oponer a la legalidad constitucional la legitimidad popular adquirida con un eventual referendo. ¿Es a eso a lo espera ETA-Batasuna, a una situación convulsa de la que sacar partido, a obtener algunas bocanadas más de oxígeno?

Otegi y los otros dirigentes se hartan de decir que les gusta el preámbulo del plan, no en vano reconocen en él la música autodeterminista que ellos han compuesto en estas décadas, pero no quieren aceptar las condiciones de poner fin a la violencia que les reclama el nacionalismo institucional.

Temen que su base electoral se integre en el frente nacionalista y olvide lo otro: a ETA, a "la lucha armada", a los presos, etc. El PNV, argumentan, no estará nunca dispuesto a ir hasta el final en el enfrentamiento con Madrid y menos desde que Josu Jon Imaz ha sustituido a Xabier Arzalluz. Además, piensan, Ibarretxe no tiene la solución de sus problemas, no tiene la llave de las prisiones, ni la que puede devolverles a la legalidad, asuntos que empiezan a cobrar su importancia. Su situación reclama a gritos que aparezca un valiente, alguien sin complejos y con ideas claras, un veterano que con mano de hierro o guante de seda ponga fin a esta burla sangrienta, a esta locura indecente, un valiente que quiera redimirse ante la historia tratando de reducir los daños propios y ajenos, repescando a la denominada izquierda abertzale del pantano en el que la ha introducido el terrorismo. No hay nada que avale verdaderamente la existencia de este tipo de valientes y eso que está ya probado que la izquierda abertzale gana electoralmente cuando se difumina ETA.

Aunque se llenan la boca con el ejemplo irlandés extrayendo paralelismos imposibles que en nada les compromete, no hay un Gerry Adams, ni un Martin Mc Guinness en ese mundo. Los que aparecen en las fotos parecen dispuestos a que Batasuna desaparezca del Parlamento vasco, la única instancia institucional que les queda, decididos a acompañar a la organización terrorista en el viaje a la nada, a aceptar las consignas de los futuros jefes, jóvenes que seguramente no se encaramarán al poder con el propósito de pasar a la historia como "liquidacionistas". Ahora, Otegi y los suyos lanzan guiños al PSOE y a Rodríguez Zapatero, insinúan que la detención de Mikel Antza, artífice intelectual de la "socialización del sufrimiento", puede haber frustrado dinámicas pacificadoras, hablan incluso de una etapa de renuncias, condicionada, claro está, a que se acepte su sacrosanto derecho de autodeterminación.

Mandan a gentes del sindicato LAB en misiones de interlocución, tratando, una vez más, de crear expectativas: una posible tregua precedida de gestos recíprocos, tratan de disfrazar la derrota ante su propia gente. No quieren entender que su crédito es nulo, que no están en disposición de engañar, que todo pasa porque ETA desaparezca. Si se leen los artículos que los padres de los presos de ETA publican en Gara, muy dolidos porque se les pida a los activistas que reconozcan el daño provocado, se llega a la conclusión de que ese mundo no está maduro, en absoluto. Porque resulta que esos padres están "orgullosísimos de la entrega y coherencia" de sus hijos presos. Por lo visto, ha habido una guerra y resulta que, naturalmente, ellos son víctimas, pero no víctimas del fanatismo asesino, no víctimas de esos ideólogos que viven cómodamente alucinados iluminando la senda del salvajismo, de tantos embusteros y demagogos que teorizan sobre la falta de democracia, sobre la opresión del pueblo vasco, de tantos jefes irresponsables y cobardes que nunca han querido asomarse siquiera al ingente dolor causado, a los 800 asesinados, a los miles de heridos, a las familias desgarradas, a la sima de divisiones y odios abierta. Habrá merecido la pena, vienen a decir, porque ahora el pueblo vasco podrá expresar en referendo lo que quiere ser. Como si no lo hubiera hecho hasta ahora, como si la preguntita les expurgase de toda culpa ante la historia.

Está demostrado que el reflujo de ETA favorece también las opciones electorales de los partidos no nacionalistas y que los momentos más álgidos del terrorismo han coincidido con los avances nacionalistas. Tenga finalmente o no el apoyo de Batasuna en la votación prevista para diciembre en la Cámara vasca, Ibarretxe está decidido a seguir adelante con su plan al menos hasta confrontarlo en las urnas en las elecciones autonómicas de primavera. Si el tripartito obtiene la mayoría absoluta en unos comicios de tono plebiscitario, Ibarretxe se sentirá legitimado para echarle un pulso a las instituciones españolas y el conflicto puede entrar en una dinámica envenenada.

Con el propósito de abrir un portillo en el dique que separa a nacionalistas y no nacionalistas y posibilitar el trasvase de los votantes alarmados por la deriva soberanista, el PSE-PSOE va a jugar la baza de la reforma estatutaria y del vasquismo. El gran obstáculo que el PP y el PSE vascos tienen que superar es el de la obviedad misma de la pregunta que prepara el lehendakari. ¿Cómo explicar que no se oponen a que los vascos y vascas decidan su futuro pero que no están dispuestos a aceptar el plan soberanista? Por acertada y fundada que sea, la respuesta siempre será más compleja y difícil de captar que la pregunta reclamo. De ahí, que algunos socialistas vean la necesidad de "pinchar el globo" de la nebulosa soberanista, obligar al nacionalismo a decantarse sobre su objetivo final. Puesto que el plan de Ibarretxe se inspira en el de Québec -la diferencia es que los nacionalistas quebequeses proponían irse para luego reunirse con Canadá en áreas como la política internacional, mientras que el nacionalismo vasco propone quedarse como libre asociado para luego irse-, quieren que las instituciones comunes españolas introduzcan la claridad y la coherencia forzando al nacionalismo vasco a pronunciarse por elevación sobre la independencia, una reivindicación que, según las encuestas, sólo sostiene el 30% del electorado.

Barrena, Morcillo y Otegi tras una rueda de prensa en 2003.
Barrena, Morcillo y Otegi tras una rueda de prensa en 2003.J. HERNÁNDEZ

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