_
_
_
_
_
Reportaje:

El laberinto de las drogas

El 29 de septiembre finaliza con grandes fiestas la temporada turística de Ibiza. Esa noche, los amantes de la música tecno, del tecno trance y hasta del house, tienen una cita en cualquiera de las macrodiscotecas que han convertido esta isla balear en una especie de Las Vegas, dedicada no a los casinos, sino a las discotecas.

Ibiza es uno de los reclamos más potentes de la fórmula que ha hecho famosa a España en el mundo, el país de la marcha, la movida, la juerga, por el que corren a raudales el alcohol, la cocaína, el cannabis, el éxtasis, el speed y otras drogas de diseño. La geografía y el clima han contribuido al éxito de esta fórmula.

A un paso de Marruecos, uno de los mayores productores de cannabis, y extraordinariamente bien conectada a Latinoamérica, de donde procede fundamentalmente la cocaína, España parece condenada a disfrutar o padecer (según quien lo mire) este espejismo de celeridad y placer, de eterna fiesta que se cobra vidas y voluntades a un ritmo creciente. Sólo en 2002, la policía española decomisó 564.809 kilos de hachís y 17.617 de cocaína, cifras que representan apenas el 10% o el 15% de las cantidades de estas drogas que transitaron en esas fechas por nuestro país. A lidiar con este fenómeno que genera delincuencia, pero también un fabuloso negocio, se dedican considerables medios económicos y energías policiales. Las cárceles españolas alojan a más de 16.000 presos extranjeros, la mayoría magrebíes y latinoamericanos, mientras se dispara el consumo nacional, como si todas esas medidas represivas se limitaran a arañar apenas la tersa superficie de uno de los negocios más boyantes en el mundo de hoy, con raíces cada vez más profundas en la economía nacional. Porque, con o sin multas al consumo público, con o sin penas de cárcel, en España es enormemente sencillo comprar un gramo de cocaína, un poco de costo, unas pastillas de éxtasis.

Se impone el realismo, dice Josep Rovira. No es posible un espacio sin drogas, y menos con las fronteras tan permeables que tiene este país
España es conocida en el mundo como el lugar de la 'marcha', la 'movida', la juerga, por el que corren a raudales el alcohol y otras drogas
"Todo lo que sea restricción, prohibición en este país, es inmoral, carca y fascista. Pero los problemas existen", dice el psiquiatra Álvarez Vara
"Las actuales cifras de consumo son culpa de una política prohibicionista, alarmista, que dura 80 años", opina el profesor Antonio Escohotado
"Más de una vez he tenido que mandar a un alumno al baño a lavarse la cara porque venía a clase totalmente 'colocado", dice una profesora de instituto
De todos los europeos, los españoles fueron los que declararon encontrar drogas más fácilmente cerca de sus lugares de estudio, de bares y discotecas

Facilidades

En el primer Eurobarómetro encargado por la Comisión Europea en 2002 sobre las actitudes y opiniones de los jóvenes ante las drogas, resultó que uno de cada tres españoles de entre 15 y 24 años había probado el hachís, y más de un 12% había llevado este interés experimental un poco más lejos, consumiendo a la vez alguna otra sustancia psicoactiva. De todos los europeos, los españoles fueron los que declararon tener más facilidades para encontrar cualquiera de estos productos en los alrededores de sus lugares de estudio, de bares y discotecas.

Y eso aunque Sebastián Gamboa, de 29 años, uno de los más famosos pinchadiscos de Ibiza, esté dispuesto a romper una lanza en defensa de estos locales. "En las discotecas de esta isla se controla mucho este asunto, los jefes de seguridad tienen facultades para detener al que lleve drogas y llamar a la policía. Al local no le interesa ese consumo. Lo que ellos quieren es que la gente beba alcohol, no que los chavales de 16 años se pasen la noche con pastillas y una botella de agua mineral".

Sin embargo, la publicidad de Ibiza en Europa se basa en gran medida en su liberalidad con el éxtasis. En 1999, la isla fue escenario de un inquietante suceso. En el plazo de apenas un mes, cinco británicos y un alemán se arrojaron al vacío desde sus habitaciones de hotel al término de una de estas noches locas. Todos eran veinteañeros y habían consumido diversas pastillas estimulantes. Un episodio negro en la isla maravillosa, que recibe todos los veranos legiones de turistas jóvenes atraídos por el poderoso reclamo de música, drogas y playas. Aquel año, que se antoja tan lejano, las mafias que operan en la isla, en manos de británicos, ingresaron unos 150 millones de euros, según publicó el semanario The Observer.

Gamboa, un tipo sano y abstemio que monta en bicicleta, navega y va al gimnasio, no encaja ni remotamente en este cuadro y asegura que tampoco la discoteca donde trabaja. "Para el cierre me ha llamado un empresario belga de 48 años que no se pierde uno. Gente así viene sólo por la música".

No hay muchos cuarentones en las discotecas que frecuenta Andrés. Tiene 22 años y a estas alturas de la vida las drogas han dejado de tentarle. Ni a él ni a los tres amigos de su actual pandilla. Andrés recuerda haber comprado su primer pollo (un gramo de cocaína) a los 14 años. "Igual bebíamos algún cubata también, y tomábamos una pastilla", dice ahora, convertido en casi un abstemio, salvo de alcohol. Nunca en sus correrías nocturnas, que empezaban al filo de la medianoche y concluían bien entrada la mañana -casi un tercio de los chavales, según estadísticas de 2002, regresan a casa pasadas las cuatro de la madrugada-, tuvo problemas. "Pero uno de mis amigos se ha quedado enganchado. Ha dejado los estudios y se dedica al trapicheo para pagarse la farlopa", dice. En su barrio madrileño, como en cualquier rincón de este desinhibido país, hay un par de camellos que suministran de todo. Uno sólo tiene que extender los billetes. Un pollo de coca, 60 euros; una pastilla de éxtasis, cinco euros, aunque en según qué sitios, y en las grandes fiestas rave se pueden conseguir hasta por dos.

Drogarse en España -y esto incluye al alcohol- es relativamente barato, quizá por la saturación de oferta de un mercado al que se accede con facilidad y a edades cada vez más tempranas. Si en 1994 el porcentaje de chavales de 14 a 18 años que decían haber probado el cannabis en los últimos doce meses era del 18%, en 2002 se elevó al 32,8%. Otro tanto ha sucedido con la cocaína, que hace diez años confesaban haber consumido en los últimos doce meses el 1,8% de los jóvenes, frente al 6,2% que lo habían hecho en 2002.

La cuestión inquieta a las autoridades y ha reabierto un viejo debate sobre cómo enfrentarse a un problema que se agrava. ¿Ha sido excesiva la tolerancia y permisividad social en este capítulo? ¿O quizá, como consideran otros sectores, es la línea prohibicionista la que ha fracasado? Y sobre todo, ¿qué hacer para frenar una deriva de imprevisibles consecuencias? "Invirtiendo más en prevención y asistencia. En estos momentos, en prevención trabajamos cuatro gatos y con cuatro duros", dice Eduardo Hidalgo, psicólogo de Energy-Control, una ONG dedicada a informar a los jóvenes de las características y eventuales riesgos de las drogas, que se creó en Barcelona en 1997. Energy no entra en la polémica entre prohibición y legalización, limitándose a brindar una información sobre estas sustancias psicoactivas completa y sin prejuicios, para minimizar sus riesgos.

"Esté prohibido o legalizado, el consumo de drogas requerirá siempre atención especial", explica Josep Rovira, que trabaja también para Energy en Barcelona. "Porque no es posible un espacio sin drogas, y menos con las fronteras tan permeables que tiene este país". Por eso se impone el realismo, la información sin tapujos y no las meras campañas basadas en una frase: No a la droga. Engánchate a la vida. Puestos a hablar de realismo, tampoco las Naciones Unidas está bien orientada al proponer el objetivo de un mundo sin drogas para el año 2008. "Lo que vemos cuando vamos a discotecas y a festivales musicales es que los jóvenes tienen mucho desconocimiento. Son capaces de comprar una pastilla de éxtasis a un desconocido sin la menor idea de lo que se meten en el cuerpo", dice Hidalgo. Razones para dar la alarma, aunque, y pese a que "casi la mitad de la juventud consume drogas", son una minoría los que caen en esa fase "compulsivo-crónica".

Andrés pertenece a esa mayoría que ha superado sin problemas los años de curiosidad y transgresión con las drogas. Ahora no fuma ni siquiera tabaco, bebe alguna copa sólo cuando sale de marcha, y en esas noches interminables del fin de semana, a lo más que llega es a fumarse un porro con los amigos. Conoce los riesgos y se ha vuelto más duro con los usos de la noche, aunque sigue considerando al cannabis "menos fuerte que el alcohol".

Una opinión muy común entre los jóvenes españoles, que la consideran, al contrario que la Administración, una sustancia controlable, que anima en las fiestas y da buen rollo. Por eso no deja de aumentar su consumo. Por eso, "y porque los chavales han visto que hay un divorcio total en su experiencia de fumar y el mal cartel social que tiene el hachís", dice Pepe Sánchez, vicepresidente de Enlace, una federación de asociaciones que asisten a los drogodependientes en Andalucía. Sánchez, de 48 años, profesor en un instituto de Alcalá de Guadaira (Sevilla), es un abanderado de la despenalización total del cáñamo. "Al hablar de drogas hay que distinguir", dice, "porque el mayor consumo de cocaína tiene que ver con el cambio de horarios de ocio, que ahora son más nocturnos". Bailar hasta las cinco o las seis de la mañana requiere una resistencia física ni siquiera al alcance de todos los chavales, que pasan del porro al cubata, y, a la hora de coger el volante, a la cocaína.

El cannabis no tiene los mismos riesgos, cree Sánchez. "Lo que pasa es que al no haber un control del producto, existe el peligro de que los chavales terminen acudiendo a un mercado ilegal, con el riesgo de quedar atrapados en él".

Profesores y alumnos

Les ha ocurrido a muchos. Beatriz, profesora de lengua y literatura en un instituto al que acuden chicos de clase media, conoce de vista a varios camellos que pasan costo a las puertas del centro. "No son mucho mayores que mis alumnos de 15 años. Con la droga sacan lo suficiente como para llevar unas deportivas caras o un teléfono móvil de última generación". Esta joven profesora sí considera un problema la normalización total del consumo de hachís. "Mis alumnos fuman porros en el recreo, porque pueden salir del instituto. A veces caminan delante de mí, echándome el humo literalmente, sin cortarse lo más mínimo. Más de una vez he tenido que mandar a un alumno al baño a lavarse la cara porque venía a clase totalmente colocado". En su instituto se barajó la posibilidad de impedir la salida durante el recreo. "Pero el consejo escolar no lo aprobó, por la oposición de los padres, que lo encontraban muy severo".

Una reacción que sorprende poco a Carlos Álvarez Vara, coordinador de la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid. "El nivel de tolerancia de este país empieza a tener algo de suicida", dice este psiquiatra y experto en drogas, de 62 años. "En España, el porro es una tradición secular, y en las últimas décadas además era progre, moderno; a la mayor parte de los consumidores no les han ocurrido grandes desgracias, de ahí que se considere inocuo. Pero en realidad desconocemos su peligrosidad real".

Álvarez Vara lleva en esto desde 1967. Primero trabajó para la OMS y luego para la Unión Europa. En todos sus años de experiencia no ha visto, dice, un país de espíritu más anarquista y donde las conductas anómalas causen menos alarma. Al contrario. "Todo lo que sea restricción, prohibición, en este país es inmoral, carca y fascista. Pero los problemas existen. Yo estoy montando una unidad de patología dual, es decir, de problemas de consumo de drogas asociados a trastornos mentales, en el hospital Rafael Rodríguez-Lafora, porque cada vez vemos más casos así. No menos del 8% de los consumidores de cualquier sustancia psicoactiva se arriesga a padecer una patología de este tipo. Aunque todas se pueden tomar con moderación sin problemas". A juicio de este psiquiatra, esta politoxicomanía que caracteriza al consumidor de drogas de las sociedades occidentales actuales puede traer una terrible resaca, y en España nadie puede predecir qué sucederá.

Nuevos ricos

Antonio Escohotado, profesor de filosofía y una autoridad en el tema (autor de la famosísima Historia general de las drogas), también considera impresionantes los índices de consumo españoles. Pero su diagnóstico es distinto. "Es culpa de una política prohibicionista, basada en el alarmismo, que dura 80 años". Aunque también ha contribuido al resultado final la idiosincrasia nacional y el milagro económico. "El consumo está ligado a la riqueza de la que disfrutamos, que permite el desarrollo de una sociedad lúdica. Las drogas se mezclan con la fiesta. Estamos en una sociedad de nuevos ricos. Lo cierto es que en la calle hay muchísima cocaína, hachís, pastillas, éxtasis líquido y todo lo que venga".

Escohotado, que nunca ha tenido pelos en la lengua a la hora de hablar de sus experiencias con las drogas, no es partidario tampoco de una liberalización total. Pero cree que a estas alturas las cosas están claras. "Los holandeses son el mejor modelo. Han tomado la sana medida de convencer a la juventud con cosas como los coffee-shops, y al abrir la mano con el cáñamo han conseguido que la gente joven haga caso a las autoridades. De forma que hay drogas en Holanda, pero el consumo es menor. Aquí hemos llevado hasta el final el experimento prohibicionista y éstos son los resultados".

Un prohibicionismo repleto de lagunas, en cualquier caso. Después de los estragos causados por la heroína en los años ochenta, los expertos temen las consecuencias del posterior favor social que ha encontrado la cocaína, en la interminable espiral de prohibiciones y dependencias de las drogas que jalonan la historia de la humanidad. Quizá sea cierto, como postulan los defensores de la neutralidad moral de estas sustancias mágicas, que todo depende del individuo, de su madurez y de su capacidad de cabalgar la serpiente, como decía el líder de The Doors, Jim Morrison. Pero, ojo, advierte Álvarez Vara, "las drogas no estuvieron nunca al alcance de todos, sin limitaciones. El peyote lo controlaban los sacerdotes incas, y ¡pobre del que se atreviera a robarlo!". ¿Cómo se puede enderezar entonces la situación? "No nos dejan pontificar", dice Escohotado con ironía. "En todo caso, las razones para tomar drogas pueden ser muy variadas, y este tema no admite simplificaciones ni clichés". De acuerdo, siempre que recordemos que esto -por educación, tradición y cultura- no es Holanda.

Antonio Escohotado: "En la calle hay muchísima cocaína, hachís, pastillas y todo lo que venga".
Antonio Escohotado: "En la calle hay muchísima cocaína, hachís, pastillas y todo lo que venga".REUTERS

Con la ley a vueltas

LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA en materia de drogas se inspira en las sucesivas convenciones de las Naciones Unidas (1961, 1971, 1978) y no es muy diferente a la que está en vigor en la mayor parte de los países de nuestro entorno. La ONU ha elaborado -y revisa periódicamente- un listado de drogas consideradas dañinas para la salud a las que se aplica la legislación penal en la mayor parte del mundo, aunque con distinta severidad. Hay países asiáticos donde se aplica incluso la pena de muerte a los traficantes. Pese a la prohibición que contempla el Código Penal español de cultivar, elaborar o traficar con este tipo de sustancias, el consumo de drogas no ha sido delito en España, ni siquiera en los tiempos de la dictadura franquista. Cuando el PSOE accede al poder en 1982 se lanza de inmediato a una reforma legal que despenaliza no el consumo, que ya era legal, sino la posesión de sustancias psicoactivas, siempre y cuando sean para el propio consumo. El cambio legal se opera en 1983. Posteriormente, en 1992, la nueva ley de Seguridad Ciudadana, conocida como ley Corcuera, vendrá a endurecer un poco la situación al sancionar el consumo público de drogas en la calle, en bares, discotecas u otros lugares. En este caso, la pena es siempre una sanción administrativa, una multa que puede ser sustituida por un periodo de rehabilitación en caso de aceptarlo voluntariamente el afectado. En Francia o el Reino Unido no están despenalizados ni el consumo ni la posesión, pero la policía no suele perseguir este tipo de conductas porque en todos los casos lo que se considera delito con mayúsculas es la fabricación y el tráfico de estas sustancias. En Holanda, por el contrario, está legalizada la venta y el consumo de cannabis en determinados locales, conocidos como coffeshop.

Puestos a imitar a los holandeses, en España no habría problema para encontrar productores de cáñamo. Al menos eso sostiene Pepe Sánchez, que lleva años en la asistencia a drogodependientes. "Hay gente bastante organizada, gente que lo cultiva, y hasta un Partido del Cáñamo que fue el ocyavo más votado en las últimas elecciones europeas". Por no hablar de la Federación de Consumidores de Cannabis', que funciona sin demasiadas cortapisas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_