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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rearme militar sin reglas

Josep Ramoneda

¿De verdad somos conscientes de lo que estamos haciendo? Ésta es la interpelación que nos dirige José María Ridao en Weimar entre nosotros. El mundo ha sucumbido como otras veces a la tentación de la utopía: esta vez la utopía es "la apelación a unas leyes económicas que operan con independencia de la voluntad de los individuos". Y, como siempre que la utopía aparece, la política, en tanto que apuesta por el reconocimiento y la negociación de los conflictos, es presentada como un instrumento obsoleto, como una actividad capaz de poner en peligro la prosperidad y el progreso de las sociedades.

Toda utopía tiene unos únicos intérpretes autorizados, aquellos que se han otorgado su representación y han utilizado el Estado, en su peor versión. Toda representante de la utopía asienta su acción sobre el desprecio de los demás, conforme a la lógica del amigo y el enemigo, como hemos tenido oportunidad de experimentar en España. Reaparece una vieja idea como trasfondo ético del que gobierna: los perdedores han de sentirse culpables. Y lo sorprendente, o desesperante, es que la izquierda acepta resignadamente esta sumisión de la política a la eficacia económica, contribuyendo, de este modo, a consolidar la idea de que no hay alternativa.

WEIMAR ENTRE NOSOTROS

José María Ridao

Galaxia Gutenberg/Círculo

de Lectores. Barcelona, 2004

312 páginas. 15,50 euros

En un libro pegado a los principales acontecimientos de los últimos años, en que el ensayo y la crónica política se mezclan en un género híbrido, como corresponde a los tiempos que corren, José María Ridao va desmontando los tópicos sobre los que se asienta esta forma de dominación que ha seguido a la guerra fría y que ha culminado la construcción historicista de dos entelequias irreconciliables: Occidente y el mundo islámico, hasta conducir a una situación bélica que va camino de destruir las propias democracias en nombre de las cuales se está llevando a cabo la cruzada.

Cuando se gobierna en nom

bre del bien, todo está permitido: el camino a la arbitrariedad y a la impunidad está abierto. La ley se convierte en un estorbo, que hay que impugnar o adaptar. Así actuó el trío de las Azores con la legalidad internacional. O se acepta la doctrina de la acción preventiva o no se es útil: éste es el dilema ante el que pusieron a Naciones Unidas.

La conversión de la lucha contra el terrorismo en guerra ha sido el último ejercicio de confusión que trastoca todas las reglas y todos los valores. Si estamos en guerra contra el terrorismo, estamos dando al terrorista estatus de enemigo. Si vinculamos el terrorismo con una religión y con una cultura, estamos legitimando el terrorista en su pretensión de representar al islam y a la cultura árabe. En realidad, todo ello es una estrategia de dominación que ha encontrado en la seguridad la suprema manifestación ideológica. "Los gobiernos", escribe Ridao, "han puesto en circulación el concepto de seguridad con el propósito de disimular tras él una transformación radical de la función del derecho". Las instituciones jurídicas se modifican -como ha ocurrido en Estados Unidos-, se establecen zonas de impunidad, los ciudadanos corren el riesgo de ser considerados terroristas "por la simple razón de ejercer la libertad".

El uso de eufemismos, como retención por detención ilegal o repatriación por deportación, en la acción de gobierno contra la inmigración es un ejemplo del revisionismo general al que la legalidad democrática está siendo forzada. La inmigración es un territorio ideal para una doctrina basada en la desigualdad, en la culpabilización de las víctimas y en la presunción de superioridad cultural de Occidente.

En este contexto, los fantasmas del etnicismo reaparecen al tiempo que se tira a matar contra la presunción ilustrada de entender la cultura como lucha contra el prejuicio y la ignorancia. El prejuicio es la base de este mundo, dividido entre buenos y malos, nosotros y los otros, en que "en lugar de desactivar la tensión recordando que las identidades son quimeras y que la cultura es otra cosa, nos hemos lanzado a encontrar razones en las que apoyar la superioridad de las nuestras, de manera que las suyas aparezcan como irremediablemente bárbaras".

En este contexto, la situación de Europa es preocupante: los gobiernos democráticos están asumiendo sin rubor las agendas de partidos de extrema derecha que no tienen posibilidad alguna de ganar unas elecciones, pero que han conseguido cambiar las prioridades. Y nadie se atreve a llevarles la contraria en seguridad o en inmigración.

Y al fin de esta peligrosa aventura, al aprovechar el 11-S para imponer una hegemonía basada sobre la guerra preventiva declarada unilateralmente por el poder americano, lo que aparece es algo que nunca falla a las citas de las grandes crisis: el rearme. Después del 11-S, el rearme ha vuelto al mundo: Estados Unidos, Rusia, Brasil, Corea, Japón, China, Irán y la propia Unión Europea han anunciado su intención de incrementar sus gastos militares. Bin Laden tiene de que enorgullecerse: "Un mundo armado hasta los dientes, en el que, además, hemos ido prescindiendo irresponsablemente de las reglas".

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