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61ª MOSTRA DE VENECIA

Jonathan Demme critica el poder de las corporaciones de armamento en EE UU

John Travolta y Scarlett Johansson defraudan con su nuevo filme

Enric González

La hambruna de ideas y buenos argumentos en Hollywood es un fenómeno universalmente conocido. A veces, sin embargo, el reciclaje de viejos productos produce resultados apreciables. El candidato de Manchuria, un thriller político que reelabora El mensajero del miedo, dirigida por Frankenheimer en 1962, basada a su vez en una novela de 1959, recibió aplausos en la Mostra de Venecia y elevó el nivel de lo visto hasta el momento al margen de la competición. Una canción de amor para Bobby Long, en cambio, demostró cómo se puede desperdiciar el talento de dos grandes actores como John Travolta y Scarlett Johansson y la magia oscura de una ciudad como Nueva Orleáns.

Richard Condon escribió El candidato de Manchuria en 1959. El entonces presidente de Estados Unidos, general Dwight Eisenhower, estaba a punto de abandonar la Casa Blanca y de alertar a sus conciudadanos sobre los riesgos del "complejo militar-industrial" desarrollado en torno al Pentágono; sobre el vicepresidente, Richard Nixon, no hacen falta comentarios. El riesgo de holocausto nuclear era en aquella época el factor esencial de la geoestrategia de Washington. Hoy es el hiperterrorismo. Ambos factores generan obcecación, fiebres patrióticas e incapacidad crítica en el electorado. Por lo demás, la tesis de Condon sobre la manipulación mental con fines políticos y sobre el poder de las corporaciones que ganan billones con la guerra se mantiene vigente.

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Jonathan Demme (El silencio de los corderos, Filadelfia) retoma El candidato de Manchuria y ofrece una película tersa y trepidante, viva, aunque se haya visto la versión anterior de John Frankenheimer (más mórbida y paranoica), y muy satisfactoria.

Denzel Washington y Meryl Streep (una delicia) aportan carnalidad a una historia que, sin ellos, correría el riesgo de dejar en la cuneta a los personajes en beneficio de una trama que corre por su cuenta, y Demme pone el oficio. El candidato de Manchuria puede interpretarse como un filme de acción, como una crítica al cerrado sistema de poder de las corporaciones de Washington (basta sustituir la malvada empresa Manchuria por Carlyle, el enorme y fantasmagórico grupo en el que convivían como accionistas los Bush y los Bin Laden) y, en fin, como un mensaje al público: por favor, cambiemos al presidente antes de que las cosas se pongan realmente graves. Demme afirmó ayer, tras la presentación del filme, que nunca se habló de política durante el rodaje. En la conferencia de prensa sí se habló de política, y Demme, flanqueado por dos actores de conocidas simpatías demócratas como Washington y Streep, verbalizó su rechazo a George W. Bush y a la concatenación de guerras preventivas.

Una canción de amor para Bobby Long, el filme de la novel Shainee Gabel, queda muy por debajo del de Jonathan Demme. De hecho, podría ser considerado delictivo si el Código Penal recogiera la figura del ensañamiento psicológico con un cadáver, en este caso el de Tennessee Williams. Bobby Long, el personaje interpretado por John Travolta, es un ex profesor de Literatura alcoholizado, que convive con su antiguo ayudante y supuesto biógrafo (Gabriel Macht) y con una muchacha desarraigada y desorientada (Scarlett Johansson) en una casa destartalada de Nueva Orleáns.

Gabel, según la cual Long-Travolta personifica la magia fétida y embriagadora de la ciudad, se entrega a un presunto homenaje a la literatura y a la proverbial elocuencia sureña, con mucho licor y muchos cigarrillos, ateniéndose (al parecer) al estilo dramático de Williams; ni Travolta, teñido de blanco, envejecido y cojeante, es capaz de salir con bien del empeño. Sólo algún momento, alguna imagen, o la potencial predisposición del público al sentimentalismo, justifican la visión.

Entre las películas aspirantes al León de Oro, Delivery, del griego Nikos Panayotopoulos, provocó una estupefacción casi unánime entre los encallecidos críticos asistentes a la Mostra de Venecia. Se trata de una película que cautelarmente podría definirse como ininteligible. Un personaje sin nombre, del que sólo se conoce el tamaño de los genitales (muy, muy grande), llega a Atenas en autobús, encuentra trabajo como repartidor de pizzas y sufre varias desgracias en los ambientes más lumpen de la capital olímpica. El significado de la peripecia, o "cuento de hadas oscuro" y "película pobre sobre gente pobre", en palabras de Panayotopoulos, queda abierto a la interpretación de cada cual. Una opción legítima sería no ir a verla y evitarse un enigma prescindible.

Scarlett Johansson y John Travolta, en la Mostra de Venecia.
Scarlett Johansson y John Travolta, en la Mostra de Venecia.ASSOCIATED PRESS

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