_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sosos

Cuesta trabajo creer que entre miles de políticos posibles, los demócratas no encontraran un candidato más lucido que John Kerry. Probablemente este sujeto, consecuencia de minuciosos procesos de selección, va a resultar más significativo de lo que parece porque, si efectivamente no hay otra opción superior, la especie política declara su deterioro. O, más concretamente: declara la máxima desvitalización masculina relacionable con la mala calidad de sus espermatozoides o sus bajas calificaciones desde la escuela a la universidad. El ejemplo de Armstrong, que ha ganado seis veces el Tour, tras una obligada manipulación de sus gónadas, puede ser el contraejemplo de que el liderazgo pasa por momentos críticos en el área de la masculinidad.

Ya en las anteriores elecciones presidenciales el asunto se presentó con crudeza. O el país se lanzaba en manos de Al Gore, perteneciente a la especie insulsa de Kerry, o se entregaba a la patológica testosterona de Bush, proclive a una operación gonadal urgente. En ambos supuestos, pues, la vía viril mostraba un surtido amenazador. ¿Por qué no una mujer? Prácticamente todas las esposas de los líderes políticos son hoy preferibles a sus maridos. Desde luego, Hillary Clinton es mejor que todos los candidatos norteamericanos, pero, también, la mujer de Putin, la de Blair, la de Zapatero, parecen de mayor entidad que sus cónyuges: y ¿qué presidente de banco puede hoy compararse a Patricia Botín? ¿No habrá llegado el momento de la alternancia? La discriminación positiva es tan nefanda que condena a las mujeres a llenar los huecos que les ceden los hombres por compasión. ¿No será que con ese 50% de regalo están cerrando el paso a que ocupen el 100%? En alguna revista francesa he leído que, "de no hacer algo", la proporción entre licenciadas y licenciados será de 155 a 100 en quince años. La diferencia, entre una cifra y otra, estará formada por tipos sosos a lo Kerry, que irán siendo eliminados de la carrera como inteligencias blandas, solubles en agua, mientras algunas mujeres bien constituidas seguirán esperando a que les toque la cuota en esas loterías benéficas que monta el innombrable feminismo viril.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_