El puente de Mostar
El reconstruido puente de piedra sobre las aguas verdes del río Neretva comunica de nuevo, si no une, a musulmanes y croatas en la ciudad de Mostar.
Europa se ha volcado simbólicamente, 11 años después de su destrucción, en una cita que evoca a la vez una aberración histórica y una promesa de futuro para Bosnia-Herzegovina. El puente fue bombardeado a finales de 1993 por la artillería croata siguiendo órdenes del Zagreb de Franjo Tudjman y como paso previo a la aniquilación de la parte musulmana de la ciudad y la expulsión de 30.000 de sus habitantes. Su voladura abrió una de las páginas más negras de la historia reciente de Europa.
Aparte de Sarajevo, probablemente ningún lugar como Mostar ejemplifica todo lo perdido en la guerra de Bosnia, la indescriptible atrocidad que supuso el sangriento final de la antigua Yugoslavia. El puente que dio nombre a la ciudad, que unía dos culturas y servía a todos desde finales del siglo XVI, cuando fue construido por el conquistador turco, está de nuevo en pie. Se ha tardado tres años en reconstruirlo con su perfil acogedor y las técnicas de hoy. Se ha usado mármol vecino y se han gastado 12 millones de euros, aportados por numerosos países e instituciones.
Pero por reconfortante que sea el renovado enlace entre dos orillas, la conexión es sólo física. En Mostar, una ciudad de la Bosnia-Herzegovina teóricamente unitaria consagrada por los acuerdos de Dayton -que pusieron fin a la guerra a finales de 1995-, ha cicatrizado alguna de las terribles heridas dejadas por el odio étnico en que se disolvió la antigua Yugoslavia. Sin embargo, la distancia entre las comunidades de las dos riberas sigue siendo sideral. El nuevo Puente Viejo une dos mitades separadas no sólo por metaconceptos como cultura y religión, sino también por las realidades más prosaicas de la vida cotidiana, desde el correo y la electricidad al uso de un espacio deportivo.
Nueve años después, nada ilustra mejor la precariedad de la convivencia interétnica en Bosnia -varada en dos entidades, una de musulmanes y croatas y otra serbia- que la continuada presencia de la OTAN, aunque con un contingente mucho menor (7.000 soldados), y a la que relevará la UE a fin de año. El eco de esa fragilidad resonaba amenazador este fin de semana en la vecina ex república yugoslava de Macedonia, donde las reivindicaciones de la minoría albanesa han provocado un nuevo brote de violencia. El resucitado puente de Mostar viene a recordarnos que el arduo camino hacia la reconciliación no ha hecho más que comenzar en la antigua Yugoslavia.
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