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Columna
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Sucesos

Ya falta un poco menos para que nuestros administradores públicos cojan sus merecidas vacaciones. Esa podría ser una buena noticia este verano lleno de sucesos atroces y crímenes sin cuento, maridos que asesinan a sus mujeres, padres descabellados que matan a sus hijos e hijos que degüellan a sus padres en el último tranco del camino, antes de que la Parca se haga cargo de ellos y antes (siempre) de que aparezcan con sus mangas verdes los asistentes sociales.

Cada día parece que aumenta la violencia doméstica y sus derivaciones conyugales o paternofiliales, crímenes del corazón y de otras vísceras que estos días de sol se multiplican como los accidentes en las carreteras. Es difícil saber, en todo caso, si la apariencia es algo más que eso y hoy se mata más que antes o se viene a matar parecido. Dicen los expertos del ramo que la excesiva publicidad sobre estos hechos pavorosos no es buena, que los monos desnudos somos imitadores por naturaleza e improvisamos poco. De tarde en tarde surge algún congénere que eleva nuestra modesta media y consigue escribir poemas celestiales o tocar la guitarra como Dios o Francisco Sánchez Gómez, también llamado Paco de Lucía, a quien tan merecidamente acaban de otorgar el último Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Pero son casos raros, camarones contados. Lo normal es salirse de la media hacia abajo. Para muchas personas, por desgracia, la única manera de salir a la luz es tocar fondo.

Los sucesos, que en los diarios franceses aparecen bajo el epígrafe de "Hechos varios", son, si se mira bien, muy poco variados. Los ataques de celos o de envidia o de ira son lamentablemente parecidos. Un cornudo es igual a otro cornudo lo mismo que un capullo o una gota de sangre a otro capullo o a otra gota de sangre de capullo. Pueden multiplicarse aritméticamente las carnicerías, pero su sordidez es siempre idéntica. Todos los asesinos de la katana son el mismo asesino tronado; todos los botejaras sanguinarios de Puerto Urraco son el mismo botejara lunático y sediento de sangre. Todos los terroristas irredentos -aunque en nuestro país se obstinen aún algunos en negarlo- son el mismo terrorista.

La inteligencia sosegada y quieta de la que habla San Juan de la Cruz: ese es el gran suceso, el hecho realmente singular y admirable. Pero los medios de comunicación no suelen destacar estos sucesos y el público no suele proponerse imitar a sus protagonistas, aunque sea lo mismo que esos monos desnudos que compraban raquetas de tenis en tiempos de Santana y bicicletas cuando Induráin ganaba un Tour detrás de otro. Nuestra capacidad imitadora y la tendencia humana a la emulación, aunque sea cosmética y torpe, debiera mover a reflexión a nuestros administradores públicos y privados. ¿Qué modelos sociales nos proponen los medios de comunicación y la publicidad? ¿Quién se anima a aprender a tocar la guitarra durante el largo y cálido verano?

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