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Reportaje:ESCAPADAS | Brihuega

La más fresca de la Alcarria

Jardines históricos, fuentes caudalosas y bodegas invitan a recorrer en verano esta villa monumental de Guadalajara

Decía Cela que se alegraba de no haber visto en la Alcarria nada extraño -"un crimen, o un parto triple, o un endemoniado, o algo por el estilo"- porque luego, al escribirlo, iban a decir que exageraba y nadie le había de creer. Tenía razón. Cualquiera que nos oiga contar, por ejemplo, que en estos páramos desolados de Guadalajara se celebra en pleno verano una copa de arte floral, pensará sin duda que llevamos encima una copa de más, y no precisamente de flores. Mas es la verdad. Será el último domingo de julio. Y será en el Parque de María Cristina de Brihuega, una villa a la que, por cosas tan increíbles como ésta, le llaman el Jardín de la Alcarria.

En lo más alto de Brihuega, visible desde cualquiera de sus calles cuestudas, se halla la Real Fábrica de Paños de Carlos III; y, abrazando su rotonda rosa, un soberbio jardín creado en 1840 por Justo Hernández Pareja, que compró aquélla cuando ya no fabricaba nada. El jardín de la fábrica, escribió Cela en 1947, "es un jardín romántico, un jardín para morir, en la adolescencia, de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia". Hoy aún infunde más melancolía, al verlo partido en dos: el 67% es propiedad privada y el resto del Ayuntamiento.

Hay una anciana pajarera de madera y un paseo de cipreses. Y un jardinero

Jalonando sus veredas curvilíneas hay topiarios de boj, rosales trepadores y palmeras Trachycarpus que resisten tan bien los rigores africanos del verano alcarreño como sus inviernos de 15 grados bajo cero. Hay una anciana pajarera de madera, pérgolas de hierro fundido y un paseo de cipreses que conduce a un mirador colgado sobre la vega del Tajuña. Y hay un jardinero, Nicolás, que como ya no le dan dinero para plantar flores, las compra por su cuenta y se las vende a los visitantes.

Nicolás, que ha pasado 60 primaveras en este jardín, lo enseña con pena, sin sospechar que ahora, medio abandonado, está mejor, más romántico que nunca.

Además de al río Tajuña, que la ciñe de huertas, Brihuega debe su verdor y su frescura a las fuentes que corren por doquier, fuentes de chorros gruesos como muslos y aguas tan frías que, aun en el rigor del estío, anestesian. Quienes se han entretenido en contarlas, aseguran que hay 14, sobresaliendo entre todas ellas la llamada Blanquina, que tiene 12 hermosísimos caños, sin incluir los que, por la parte de atrás, dan al viejo lavadero. En 1895, el semanario Flores y Abejas se hacía eco del decir briocense: "Si en vez de agua fuese quina, a Brihuega la haría rica la Blanquina". Respetando la rima, hoy se entendería mejor con gasolina.

La fuente del Tinte, las dos del Coso, la del Hisopo, la Princesa, la de San Juan...: ellas acompañan, con una dulce música de fondo, a quien visita los muchos monumentos de Brihuega, unos monumentos que no vamos a describir porque resultaría pesado y porque en la oficina de turismo dan unos folletos donde vienen muy bien detallados.

Baste decir que, desde dicha oficina, conviene bajar siguiendo la larga sombra de las murallas árabes hasta el castillo de la Peña Bermeja, luego subir por la plaza del Coso y la calle Mayor en busca de la puerta de la Cadena y, finalmente, doblar a la derecha para ver el romántico pensil que guarda Nicolás.

Aparte del jardín de la Real Fábrica de Paños, en Brihuega hay dos lugares asaz sombríos, donde uno se estaría al fresco todo el día, y aun el verano. Uno es el viejo cementerio del castillo, con su galería llena de lápidas quebradas y tiernos epitafios. El otro, las cuevas árabes, unas bodegas que se abisman y ramifican bajo la plaza del Coso y que sólo pueden visitarse con la venia del dueño de la vecina carnicería, pues son de su propiedad. Ángel Gutiérrez no es un cicerone muy expresivo, la verdad, pero tiene el fino detalle de sacar una botella de tinto afrutado que, según él, se dejaron olvidada los moros y que nos acaba de refrescar la jornada.

Miel, queso y antigüedades

- Cómo ir. Brihuega dista 90 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Barcelona (A-2) y desviándose en Torija por la CM-2011.

- Qué ver. Jardines de la Real Fábrica (entrada, 0,60 euros), murallas árabes, puertas de la Cadena y del Cozagón, castillo, iglesias de Nuestra Señora de la Peña, San Felipe y San Miguel -las tres, del siglo XIII-, fuente Blanquina y cuevas árabes (entrada, 1 euro).

- Alrededores. En Fuentes de la Alcarria (a 10 km.): mirador sobre el valle del río Ungría. En Torija (a 17 km.): castillo, sede del museo Viaje a la Alcarria. En Cifuentes (a 29 km.): plaza Mayor triangular, portada románica de la iglesia de El Salvador y castillo.

- Comer. Quiñoneros (tel.: 949 28 04 95): canelones de boletus y foie, merluza a la costra de almendras y mousse de arroz con leche; precio medio, 30-35 euros. El Tolmo (tel.: 949 28 11 30): bacalao en tolmitos, cabrito asado y bizcochos borrachos; 25-30 euros. Carlos III (tel.: 949 28 05 79): buena cocina casera, 10-15 euros.

- Dormir. Princesa Elima (tel.: 949 34 00 05): hospedería recién inaugurada frente a la Fábrica de Paños, con salón árabe de lectura, bodeguita y restaurante alcarreño; doble, 45-60 euros. Don Gonzalo (tel.: 949 28 00 71): elegante casa del siglo XVIII, con chimenea y jardín; doble, 72 euros. Caserío de Palazuelos (tel.: 629 34 48 93): finca a orillas del Tajuña, para 14 personas; fin de semana, 1.000 euros. Casa Blas (tel.: 949 28 06 61): habitaciones con hidromasaje junto a la muralla árabe; doble, 50-60 euros. El Torreón (tel.: 949 28 03 00): hostal donde se alojó Cela; doble, 36 euros.

- Compras. Apícola Moreno (plaza de San Miguel, s/n): miel de la Alcarria. La Flor de Brihuega (Camilo José Cela, s/n): quesos artesanos. La Fábrica de Paños (paseo de la Fábrica, 20), antigüedades.

- Más información. Oficina de Turismo de Brihuega: Margarita de Pedroso, s/n; tel.: 949 28 04 42. En Internet: www.brihuega.org

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