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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Las mujeres barbudas

El pasado 26 de junio, Vicente Verdú utilizó su columna para descargar su irritación por los "hombres feministas". El artículo empezaba así: "Sólo es posible imaginar algo peor que un hombre feminista: la mujer barbuda", y continuaba asegurando que cualquier esfuerzo por parte de ellos resultaba inútil puesto que las mujeres recelan siempre de ese tipo de hombres demediados, no les interesan como individuos y por tanto su buena disposición hacia la mujer, que no está guiada por la búsqueda del bien común sino que es derivada de una relación insatisfactoria con el otro sexo, acaba, finalmente, en la frustración.

La primera pregunta, de las muchas que surgen al paso, es ¿de dónde sale la seguridad de Verdú para establecer esa ley sobre los gustos y previsible reacción de las mujeres ante los hombres que comprenden sus reivindicaciones?, ¿es tanta su experiencia en este campo como para atreverse a un juicio universal? Prescindamos de entrar al trapo de una afirmación tan absurda como desacostumbrada en un hombre de su prudencia literaria para comentar el sentido del artículo.

Vivimos un momento de particular tensión: de un lado la ola de violencia ejercida contra las mujeres exige un cambio de actitud en la sociedad española, convenientemente representada -porque estamos en una democracia- en sus instituciones políticas. De manera que son dichas instituciones las únicas que pueden y tienen el deber moral y público de buscar la forma de proteger a las mujeres legalmente antes de que puedan ser víctimas, por ejemplo, de una paliza mortal. Del otro lado, las propuestas del nuevo Gobierno español, liderado por José Luis Rodríguez Zapatero, parecen firmemente encaminadas a disolver en la medida de lo posible la desigualdad que se ha vivido hasta ahora (y que es la principal causante de dicha violencia), apoyando medidas encaminadas a la paridad efectiva entre los dos sexos. Son medidas inéditas en España: paridad en los nombramientos ministeriales, mujeres en la dirección de importantes instituciones y el anuncio de un cambio real de actitud. Todo eso está creando un nerviosismo y un enfado evidentes. Hasta el extremo de recurrir, como vemos, al espantajo de las mujeres barbudas como si viviéramos en pleno siglo XIX y fuera todavía admisible ridiculizar a la mujer. Podríamos preguntarnos por qué. ¿De qué tiene miedo Vicente Verdú?

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Hace años que la situación profesional de las mujeres ha cambiado. Todos sabemos que las antiguas restricciones laborales han ido cayendo arrastradas por la fuerza de los hechos. ¿Hay objetivamente alguna razón para que una mujer no pueda conducir un autobús, escribir un ensayo de filosofía o ser un arquitecto de prestigio? Como lo que había no era razones sino prejuicios, éstos han ido cayendo uno tras otro manteniéndose, sin embargo, intactos los mecanismos del poder. Pero esa dinámica social de mujeres trabajando en todas las esferas de la sociedad, aunque prácticamente nunca dirigiéndolas, está llegando a un punto delicado. Y la tensión entre poder y sociedad es máxima. Se diría que los hombres en España no están dispuestos a ceder los privilegios que en tantos aspectos les han otorgado las leyes a lo largo de los siglos. Porque ¿cuántas disposiciones legales no han discriminado negativamente a la mujer beneficiando al varón en todas las esferas de la vida? Desde la censura de san Pablo ("las mujeres en la Iglesia, cállense") hasta la prohibición al voto femenino, pasando por la ley sálica o el veto a la educación superior... ¿Alguien tiene idea del elevado coste de sufrimiento que ha significado para las mujeres vivir en una posición de permanente inferioridad?

Por ello, es difícil comprender cómo puede criticarse que unos hombres, conscientes de la injusticia histórica, intenten compensarla desde la máxima responsabilidad política poniéndose de su lado en la legítima aspiración de la mujer a la igualdad de trato. Sorprende que Verdú se muestre tan ciego a la necesidad social de armonizar las dos mitades de una situación dramáticamente escindida. En realidad, recurriendo al mito de la mujer barbuda, Verdú no está llamando a estos hombres feministas, sino afeminados.

A un intelectual que escribe regularmente en un periódico se le pide que aclare los procesos en los que está sumergida una sociedad, que analice, que explique y matice sus circunstancias. Que lea, y lea bien, los signos que la mueven. Si el autor de Los feministas nos permite un consejo, sería preferible que etiquetara menos y comprendiera más.

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