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Columna
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La biblioteca del Ateneo Barcelonés

La adaptación de las viejas instituciones a las nuevas formas de vida y a los nuevos sistemas de comunicación de la cultura es una operación problemática porque las finalidades originales han quedado a menudo bastante lejanas y porque las estructuras y los programas no acaban de adaptarse a las nuevas formas de comunicación. Los ateneos son un caso particular porque presentan una ventaja sobre los demás: sus objetivos esenciales siguen siendo válidos y lo que hay que buscar son instrumentos para que todo funcione con la precisión, las facilidades y las sugerencias de lo moderno, y sobre todo, con las seguridades obligadas en cualquier espacio colectivo. Dicho de otra manera: los grandes ateneos o sus equivalentes siguen cumpliendo con su antigua finalidad: expansión cultural, diálogo pluridisciplinar, centro de estudio e incluso de autoformación, y formación continua de adultos, en el marco de la función ciudadana y de la aceptación de los principios políticos como base del pensamiento civilizado. Y esta visión ilustrada se mantiene viva, con pocas deformaciones, aunque la falta de instrumentos para asegurarla y traducirla acaba menoscabándola. El colectivo mantiene sus intereses, pero los medios que se utilizan se han hecho anticuados e insuficientes. Seguramente el escenario para profundizar y divulgar una polémica cultural y política ya no puede ser hoy una sala de conferencias de falso estilo isabelino con megafonías anticuadas. Pero no se trata sólo del estilo y la tecnología. Hay que cambiar el sistema. Hay que pasar a nuevos métodos expresivos, conectar con redes especiales y, sobre todo, encontrar un nuevo discurso expresivo en el fondo y en la forma.

La biblioteca de la entidad es un patrimonio cultural que no puede ser atendido sólo por los socios

Pero hay otro problema que está en la base gloriosa de esos ateneos y que se ha convertido en su talón de Aquiles. Estas instituciones -como las academias, los institutos, etcétera-, a lo largo de los años, cumpliendo su misión ilustrada, han acumulado evidentes tesoros culturales. Por ejemplo, sus colecciones de arte y sus magníficas bibliotecas, que han acabado superando en mucho lo que podríamos llamar la justificación histórica de su existencia. La biblioteca del Ateneo Barcelonés, con sus cientos de miles de ejemplares, sus incunables, sus tesoros bibliográficos y sus diversas especializaciones -en temas del XIX y de la primera mitad del XX, antes de la destrucción franquista-, es un ejemplo evidente. Hoy es una biblioteca que supera las necesidades -y hasta las dimensiones- de la institución y que ha pasado a ser un regalo que el ateneo ofrece a Barcelona. Es una biblioteca que hay que considerar un patrimonio cultural de la ciudad, un patrimonio que, evidentemente, no puede ser atendido exclusivamente por los socios, ni intelectual ni económicamente. Antes de la guerra los ateneístas pagaban 15 pesetas al mes, cuando un periódico costaba 15 céntimos. Ahora pagan 20 euros, cuando un periódico cuesta un euro. Por las razones que sea -y debe de contar la deshinchazón de la euforia de las décadas de 1920 y 1930 con la acción demoledora del franquismo-, los socios no alcanzan a pagar el gasto corriente y, por lo tanto, es difícil que además puedan mantener la biblioteca y el coste de las grandes reformas que hay que hacer en ella, aunque sólo sea para recuperar la calidad ambiental del magnífico interior de Josep Maria Jujol e imponer una nueva funcionalidad con la catalogación digital, acceso a la red universitaria, informatización general, salidas de emergencia, previsiones contra incendios, restauración de los muebles y las pinturas murales, etcétera. La anterior junta, para legalizar las obras que había hecho en el edificio -obras que no afectaban a la biblioteca-, se tuvo que comprometer a realizar unas radicales adaptaciones antes de 2006, tanto para la protección de los usuarios como de los bienes monumentales que contiene. Es lógico que las autoridades exijan la debida conservación de un monumento, pero cuando éste es en realidad un bien público, particularmente insostenible, hay que pedir la intervención de las administraciones.

Hay un proyecto en marcha para la rehabilitación de la biblioteca y su puesta al día, con una sala nueva de depósito, con la rehabilitación de las salas de lectura y las de programas interactivos, con los nuevos instrumentos de información y con las medidas radicales de seguridad. Según el grado de ambición del proyecto, hay que prever unos costos que pueden oscilar entre tres y cuatro millones de euros. Habrá que pensar en lograr un convenio entre ministerio, Generalitat, Diputación, Ayuntamiento y alguna benemérita entidad de crédito. No creo que nuestras autoridades se nieguen a salvar una biblioteca insólita, valiosísima, quizá la mejor biblioteca privada de Cataluña, con un elevado porcentaje de contenido que no figura en las demás bibliotecas públicas. No creo que nos obliguen a organizar la enésima edición de una campaña Salvem...! Pero si es necesario, la organizaremos. Y salvaremos la biblioteca antes de que las mismas autoridades nos obliguen a cerrarla. Es decir, antes de su asesinato.

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