El diálogo 'Oriente-Occidente'
Nos encontramos en un periodo de la historia de gran convulsión, de conflicto permanente tanto hacia el exterior como en nuestro propio interior y, en definitiva, de cambio. Las bases en las que se sustentó el sistema internacional por décadas se derrumbaron repentinamente y los años de paz y buenaventura que todos esperamos que precediesen al fin de la guerra ideológica no han traído los resultados esperados, como tan trágicamente nos adelantó el infame 11 de septiembre.
Los atentados terroristas de Nueva York fueron sin duda la prueba determinante de que el mundo había comenzado ya un cambio irreversible que los gobiernos, en especial de Occidente, no habían sido capaces de leer ni tan siquiera en los acontecimientos ya cotidianos y que con insultante indiferencia se reflejan en los medios de comunicación a diario.
El mundo está en crisis, y la sociedad civil de Occidente tiene la fortuna de poder influir y exigir a sus gobiernos para que tomen las medidas necesarias a fin de dar soluciones a problemas urgentes. En Oriente, los instrumentos de presión son más escasos, y también lo es la débil sociedad civil, por lo que la intervención de actores como los Estados se hacen más necesarios e imprescindibles.
En este difícil periodo que nos ha tocado vivir, el diálogo se ha convertido en un redescubrimiento para los actores internacionales, en un nuevo instrumento tan útil como imprescindible. Los políticos lo usan, los economistas lo demandan y la sociedad en su conjunto lo espera.
La responsabilidad a la que nos enfrentamos para resolver los problemas actuales tiene que ser compartida. En este punto, Oriente no sólo tiene la capacidad de pensar, como nos recordaba el embajador Kishore Mahbubani en su libro Can Asian think, sino que tiene la responsabilidad compartida de actuar.
En estos momentos de transformación, Oriente tiene que desempeñar un papel más acorde al que le destina el futuro. Las interacciones entre Oriente y Occidente están marcadas por una larga historia y tradición llena de encuentros que terminaron en fracasos, pero también en intercambios fructuosos que dieron lugar a periodos de esplendor.
El Lejano Oriente está llamado a ser el centro de atención económica y política de este siglo que comienza, y Occidente puede ser el compañero de viaje de esta nueva travesía en la historia.
El choque entre civilizaciones no es algo nuevo en la historia de la humanidad, lo novedoso es que ahora, al contrario de antaño, tenemos más medios que antes para evitar que ese enfrentamiento ocurra, aunque los intereses y motivos para que se reproduzca sigan siendo los mismos: el dogmatismo y la irracionalidad representados en los nuevos fundamentalismos.
Cuando el ideólogo del nuevo terror, Osama bin Laden, hablaba en sus discursos de la humillación que por más de 80 años están sufriendo los musulmanes de los que se autonombra portavoz y representante, hacia referencia a la caída del Imperio otomano, el más grande de los últimos imperios musulmanes. Como nos recuerda Bernard Lewis: "El islam no es sólo una cuestión de fe y práctica, sino de identidad y de lealtad que trasciende a lo demás". Sin embargo, quizá convenga recordar que el problema no es el islam, como los Estados musulmanes del Lejano Oriente nos demuestran cada día.
El diálogo Oriente-Occidente tiene que servir como instrumento para derribar estereotipos en ambos lados y acercar Oriente a Occidente y viceversa. El miedo es un mal consejero y la incomprensión lleva fácilmente a la desconfianza.
En un mundo cada vez más pequeño debemos aprovecharnos de los puentes que crea la globalización y que facilitan el acercamiento entre culturas y civilizaciones.
Desgraciadamente, existe el riesgo de que esos puentes tengan un solo sentido y que no sólo Occidente imponga su modelo en Oriente, sino que ese modelo que se exporta no sea precisamente el más apropiado para ser adoptado por unas civilizaciones que están basadas, en muchos casos, en valores diferentes.
Cuando hablamos de democracia, ¿de qué modelo estamos hablando? ¿Es que el país más poblado del planeta, China, necesita un sistema democrático liberal para seguir prosperando? ¿O es que sólo un sistema autoritario puede mantener, sin que se fragmente de nuevo en pequeños reinos de señores de la guerra, a la civilización continua más antigua del mundo, como vemos en Afganistán?
Internet es como una nueva ventana al mundo exterior. Pero ¿cuáles son los dominios más visitados?: la liga de baloncesto de la NBA, la pornografía...
Trabajar para que esos puentes tengan dos sentidos depende sólo de nosotros. El diálogo Oriente-Occidente pretende, sin duda, servir como un instrumento útil para aportar las primeras preguntas sobre que es lo que separa a Oriente y Occidente, y sobre todo buscar soluciones partiendo de lo que los une.
El diálogo no es un ejercicio intelectual, académico o artístico nuevo. Una institución internacional como la Unesco ya lo realizó en la década de 1950. Sin embargo, este diálogo tiene como novedad, en relación con los anteriores, la voluntad de conectar este vínculo y su vocación con el objetivo de que tenga continuidad en la ciudad de Barcelona.
Casa Asia como secretaría técnica y el Fórum Barcelona 2004 pretenden con este diálogo reabrir el debate entre Oriente y Occidente y ofrecer la ciudad como capital mundial asiática para que los verdaderos testigos directos y protagonistas de ambas civilizaciones vengan a debatir y a explicar por qué queremos un mundo mejor en ambos lados y cómo lograrlo. En definitiva, para que los que no tienen voz encuentren un espacio para opinar y debatir lo que realmente nos interesa para construir entre todos un lugar más habitable. El núcleo temático del Fórum Barcelona 2004: la diversidad cultural, las condiciones para la paz y el desarrollo sostenible tienen un distinguido capítulo entre Oriente y Occidente.
Eso es así porque si Oriente es el futuro, también es el pasado, cuna de las civilizaciones más antiguas, y sobre todo porque Occidente es el presente. La comprensión mutua entre ambos está necesitada de diálogo porque las soluciones a los problemas tienen que estar, más que nunca, pactadas.
Como ya vislumbraba en la década de 1920 el intelectual francés René Guénon, "si los occidentales no comprenden nada de Oriente es únicamente debido a una cierta desviación mental que caracteriza propiamente a la civilización moderna, y el único remedio es traer a Occidente a la verdadera intelectualidad. La influencia de Oriente, si existe, sólo podrá ser beneficiosa para Occidente".
Rafael Bueno es director del diálogo Oriente-Occidente en Casa Asia de Barcelona
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