_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una eficiencia excepcional

El etíope Bekele, tres veces bicampeón del mundo en cross corto y largo con sólo 21 años, no deja de causar asombro. En apenas 10 días ha batido el récord del mundo de 5.000 y 10.000 metros. Aunque todavía no se han realizado estudios con corredores etíopes, podemos extrapolar lo que sabemos de los otros grandes fondistas del África Oriental: los kenianos, que sí han sido estudiados por prestigiosos científicos escandinavos. Su consumo máximo de oxígeno, algo así como la cilindrada o capacidad máxima del motor humano, suele ser muy alto (cerca de 80 mililitros por kilogramo de peso y minuto), pero no supera el de los mejores corredores europeos.

En cambio, los africanos tienen una economía o eficiencia de carrera excepcional. Es decir, son capaces de correr muy rápido durante muchos minutos sin exprimir su motor al máximo. Como el gasto energético de correr depende mucho del peso de las extremidades inferiores, la prodigiosa economía de los africanos se debe en gran medida al hecho de que sus piernas suelen ser finas y ligeras. (Llama la atención el escaso diámetro de sus gemelos y tobillos).

Más información
El prodigio Bekele

Esta capacidad para correr muy rápido con bajo coste energético se traduce en una mejor distribución de las reservas de energía a lo largo de una prueba: a los africanos les queda todavía gasolina para acelerar el ritmo en las últimos 1.000 ó 2.000 metros. En los dos últimos récords de 10.000 metros, el de Gebrselassie de 1998 y el reciente de Bekele, éstos hicieron el último kilómetro unos 6 segundos más rápido que en el resto. Un acelerón nada desdeñable cuando el cuerpo trabaja al límite.

Otra característica que distingue a los africanos es la altísima intensidad de algunos de sus entrenamientos. Frente a los sofisticados sistemas europeos (con frecuentes pruebas de laboratorio y mediciones de lactato para ajustar los ritmos de entrenamiento), ellos proponen un axioma mucho más sencillo: para que el cuerpo se sienta relativamente cómodo a ritmo de récord del mundo, nada mejor que acostumbrarlo a correr aún más rápido. Por ejemplo, a base de durísimos entrenamientos interválicos: repeticiones de 400 metros en menos de 1 minuto con escasa recuperación entre serie y serie.

Alejandro Lucía es profesor de la Universidad Europea de Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_