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VISTO / OÍDO
Columna
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Continuismo

Algunos se han expuesto (han pasado riesgos, han sufrido daños) por mantener que algunas creaciones políticas de Aznar y su cuadrilla imitaban las libertades democráticas: en los posibles daños recibidos -aunque no haya sido más que el exilio interno- les sostenía la idea de que un cambio de gobierno podría restablecer, no digo que la democracia, pero sí el regreso de una sociedad legal. Cuando se ve que un gobierno surgido por reacción comienza a barrer las corrupciones, se siente satisfacción. Fuera las tropas de Irak, fuera el conjunto de leyes de educación, fuera las prohibiciones religiosas: viva el sexo libre. Si hay, en cambio, destellos de continuismo resucita el peligro de las socialdemocracias, que tuvieron buen cuidado de aislarse de sus amigos de la izquierda y de la república y hasta de pedir que los votos de izquierda se sumaran a la "utilidad nacional": es decir, a expulsar a Aznar entre el deshonor y la vergüenza del tramposo. Me refiero al golpe de ahora de la resurrección de la Ley de Partidos para echar a HZ de las elecciones europeas; y a la Ley de Extranjería para expulsar islámicos contra los que no se tienen acusaciones penales viables. La ley del sospechoso, como las de vagos y maleantes, o la de la "mala pinta", que era ya el colmo de la justicia ocular, reaparecen: no como textos, sino como prácticas. Son un continuismo y, lo que es peor, una consecuencia de la política de pactos, a la que nunca renunció Zapatero.

Algunas bases de la democracia real están en un par de cosas que se violan en estas legalidades absurdas: el pensamiento no delinque, y la expresión es libre. Aznar y Mayor Oreja, que reaparece ahora, como si no hubiera hecho daño a su partido, a la inteligencia, a la pacificación, se ven continuados por este Gobierno, cuyos fiscales y magistrados constitucionales invalidan a HZ para las elecciones porque entre ellos hay quienes fueron de Batasuna, víctima a su vez de la ley inicua: ilegal porque no expresó un pensamiento contra el terrorismo. Castigar la no expresión es hitleriano, por no decir mandarinesco. Si unos extranjeros no son delincuentes, ni lo expresan, expulsarles por sospechosos a un país donde la justicia es irregular no es democrático. Muchos de entre nosotros hemos condenado esas leyes públicamente: no vamos a callar ahora.

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