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DON DE GENTES
Columna
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Pili y Mili

Elvira Lindo

A BICOCA NO la invitaron. Y está que trina. Esto a ella le ha supuesto un trauma porque nada más anunciar los novios el compromiso en octubre ella sacó del armario la peineta de doble teja que heredó de su santa madre, la condesa viuda del Fresno, esa anciana prodigiosa que va a cien por hora en silla de ruedas por el pasillo infinito de su piso y que ahora le ha cogido el gusto a pedir limosna en la calle de Claudio Coello, en la puerta del mercado de la Paz, que es donde compra la infanta Elena. Por cierto, me contó Bicoca que el otro día, estando su madre en la puerta del mercado (mientras la doméstica compraba unos higadillos), pasó por allí la Infanta con Froilán, y el niño, conmovido ante esa mujer que mendigaba y que tal vez le recordaba a su abuela, la condesa viuda de Ripalda, se empeñó en poner una moneda de 20 céntimos en la mano temblorosa. Gracias a Dios que al simpático Froilán no le dio por darle a la vieja una patada en la espinilla. Bicoca me dijo: "Veinte céntimos, vaya mierda de limosna". Bicoca respira por la herida. A Bicoca nada de lo que haga en la actualidad la familia real le cae bien. Bicoca de pronto ha sufrido un brote de republicanismo. El otro día, Paqui, mi depiladora, me dijo que ella no sabía que hubiera fachas republicanos. Pues date una vuelta por el barrio de Salamanca, la dije, verás cientos. Respiran por la herida. A Bicoca lo que más le duele no es que no la hayan invitado a ella (eso dice, superdigna), sino que hayan invitado a los López, a los Muñoz, a los Vargas. Resumiendo: a Bicoca le duele que hayan invitado a gente como yo. No me lo dice a la cara, pero se sobreentiende. Otra cosa no seré, pero larga... Y este doloroso asunto ha abierto una brecha entre nosotras. A mí me gustaría quedar con ella, igual que he quedado con cientos de amigos, para contarles mi aristocrática experiencia. Me gustaría contarle, por ejemplo, que todos esos hombres que en la tele describen como superelegantes y dicen que llevan los chaqués con una naturalidad admirable, a mí se me antojan pelín rancios (ejemplo, Carlos de Inglaterra); que Rania, que dicen que iba inapropiada, me pareció la más bella del mundo, y eso de que se saltó el protocolo y lució una falda larga me parece una chorrada, francamente. Es que en la actualidad en el Estado español das una patada al suelo y te salen veinticinco expertos en protocolo. La tele está llena de gente ordinaria que sienta cátedra en protocolo. Digo yo que el protocolo es la buena educación, para empezar, y eso es lo primero que tendrían que aprender algunos. En total, que fue empezar a hablar Rouco Varela (¡ese mecenas del arte conceptual!) y yo acordarme de Haro Tecglen. No por el mensaje de Rouco, del que ni me enteré. A mí las homilías me entran por un oído y me salen por el otro. Quedé fatal, por cierto, cuando el ministro de Justicia, al que encontré la mar de elegantón con su chaqué alquilado (ya quisiera Charles), me preguntó si no me había parecido una pasada eso de que Rouco estuviera dale que dale con el temita de la procreación. A mí la procreación me encanta, le dije al ministro, y lo que va antes de la procreación, ya ni te cuento. Eso último no lo dije, la verdad, pero lo pensé en su misma cara. Que digo que me acordé de Haro Tecglen por aquello que escribió de que los intelectuales iban a la boda obligados por sus señoras. La vieja idea de que a los hombres el cotilleo les aburre. Desde aquí te lo digo, tío Eduardo: el intelectual es cotilla por naturaleza. Y más, si es hombre. Qué te voy a contar que tú no sepas. Tendrías que haber visto, tío Eduardo, qué excitados estaban los intelectuales. Gracias a Pérez Reverte me enteré de que Carolina había venido sin Ernesto. Vargas Llosa me dijo: "¿Dónde está Ernesto? Pásalo". Mi santo comentó: "A Carolina el sufrimiento la embellece". Carlos Fuentes destacó la elegancia de Matilde de Bélgica. Mi santo señaló, sin cortarse, los pies de Mette Marit: "Mírala, lleva los zapatos en chancleta". Mingote apostilló: "No tiene vergüenza". Aquello era como estar en una peluquería de caballeros. Era como ver el Hola, pero en movimiento. Y en ese paseíllo de casas reales pasó la reina Noor, y todos ellos, intelectuales de alto standing, resaltaron la elegancia de dicha dama sin percatarse de que Noor me había copiado el abrigo. Qué fuerte. Me puse colorada, no me preguntes por qué. Metí más aún más la cabeza en la pamela, como las tortugas, y pensé: a ver si vamos a tener un conflicto diplomático con Jordania. Mi santo me miraba con reprobación, como diciendo: siempre tienes que distinguirte, hija mía. Me soltó al oído: "Y si tu abrigo lo lleva la reina Noor, ¿se puede saber cuánto te ha costado el dichoso abrigo?". Lo mismo que le dije a él en esos históricos momentos les digo a ustedes: "¿Es que le podemos poner precio a la felicidad de una mujer?". Conste que yo en el convite no me levanté ni a hacer un pipí, por no provocar un altercado con la mítica jordana en el tocador, y porque mi santo no se alterara, porque cuando vamos a sitios de alto copete me mira como con miedo. Él hacía que hablaba como que hablaba con Lola Carretero y Carmen Caffarel, pero qué va, me observaba por el filillo para que no me pasara con el vino. Y cuando le dije que me iba a buscar un momentillo a la reina Noor para hacernos una foto como Pili y Mili, cómo se puso el tío. Como un obelisco.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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