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Columna
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La venganza del Santo

San Isidro fue un santo con suerte, patrón de agricultores y campesinos y labrador en vida, tuvo por esposa a una santa mujer que le dio un hijo igualmente santo, tal vez porque venía muy bien recomendado. De humilde extracción, sin pretensiones de mártir y aún menos de doctor de la Iglesia, el buen Isidro sirvió a su amo, un señorito madrileño llamado Iván de Vargas, que le tuvo en gran estima por su prodigiosa intuición para encontrar agua y hacer brotar las fuentes, habilidad que, sin duda, le procuró la indulgencia de su amo cuando descuidaba sus tareas agrícolas para ponerse en oración y le otorgó su fama de santo milagrero. En realidad san Isidro pudo ser un zahorí, practicante de la radiestesia, magia geomántica que define el diccionario como una especial sensibilidad para descubrir o identificar materias escondidas como el agua o el oro. Isidro era un preciado tesoro para sus empleadores y heredero de una tradición bíblica que empezó con Moisés. Su dominio sobre las aguas de mayo es proverbial, siempre llueve en la feria taurina de Las Ventas y la Feria del Libro de Madrid nunca se libra de chubascos intimidatorios. Isidro no era hombre de letras ni de toros bravos, sino de plegarias sencillas y de bueyes aradores y pacíficos que se dejaban guiar por los ángeles y trazaban surcos perfectos sobre los secarrales de Carabanchel, vergeles nacidos de su cayado maravilloso.

El destino del humilde santo labrador y geomántico estaba señalado y vinculado con el mundo rural, el de las sequías y las rogativas, Isidro parecía predestinado a un plácido exilio, lejos del mundanal ruido y del tráfago urbano. Y así hubiera sucedido de no ser por la imprudente y veleidosa decisión de un rey alabado por todo lo contrario.

La sorprendente capitalidad de Madrid promocionó, mucho más allá de sus expectativas, al rústico siervo que ascendió vertiginosamente en el escalafón desplazando a colegas consagrados, más venerados y con mejor currículo. Desde entonces, la fama del santo campesino se emparejó con la de la ciudad y superó, sin romperse mucho ni mancharse demasiado, la brusca transición del agro al asfalto y de la yunta al monovolumen, aunque con el paso de los siglos remitieran los bárbaros, necrofílicos y supuestamente terapéuticos rituales que con su momia como panacea se montara la clerigalla palaciega en tiempos de los Austrias. Monarca hubo que para aliviar sus dolencias compartiera lecho con su cuerpo momificado, una terapia de choque pero que alguna vez funcionó como mano de santo, pues el doliente ponía toda su voluntad en sanar para no tener que enfrentarse una noche más con tan horripilante adefesio.

Siglos después, un alcalde agnóstico y versado en latines, rindió de nuevo culto, aunque pagano y báquico, al arcaico patrón en su efemérides, y emergió un san Isidro posmoderno y noctámbulo, colocado -al menos psico-trópicamente- y al loro de todo lo que se cocía en el Madrid de la movida, que el ilustrado edil contemplaba y cuidaba como un espléndido vivero de votos juveniles que compensaran las deserciones de sus desencantados hermanos mayores.

Pero ni en el ayer histórico, ni en el ayer de ayer por la mañana, nunca vieron los siglos semejante ninguneo con la figura y la festividad del santo como el que vivimos hoy. Mayo es el mes festivo por antonomasia del calendario madrileño, pero este año nos aguaron las fiestas, se suprimieron las "patrióticas" del día 2, por el luto del 11 de marzo y los ciudadanos transigieron comprensivos pese al lapso transcurrido, al fin y al cabo san Isidro estaba a la vuelta de la esquina, pero casi ni le vimos doblarla, porque los focos, todos los focos y los medios, todos los medios, los de comunicación y los de financiación municipal y comunitaria, apuntaban hacia el deslumbrante evento nupcial del día 22. A san Isidro este año sólo le rinden culto en Las Ventas y no parece el santo muy complacido con la tradicional y colosal hecatombe, opinión que comparten público y crítica. San Isidro, pese a su reconocida modestia, está molesto porque le han robado su fiesta y por eso, abusando de su dominio sobre las aguas de mayo, envió sus trombas, rayos y centellas sobre una comitiva que no había venido preparada para luchar contra los elementos.

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