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Crítica:COMER
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hierbabuena, sésamo y un ambiente a la última

MOSAIQ, un nuevo local madrileño que propone recetas de Marruecos, Túnez, Líbano y Turquía

José Carlos Capel

La vida nocturna de Madrid y Barcelona se viene animando con restaurantes fashion donde la comida es una cuestión

intrascendente. Por lo general, locales bien ambientados donde alternan las barras de copas con comedores deslumbrantes que atraen a una clientela joven.

Mosaiq, uno de los últimos en sumarse a la oferta madrileña, se ajusta a los patrones en boga con una relativa dignidad culinaria. Se trata de un macroespacio de ambientación exótica que sumerge al comensal en algún país magrebí o de Oriente Próximo. En consonancia con el marco, una carta panárabe con recetas emblemáticas de Marruecos, Túnez, Líbano y Turquía. Es decir, sabores en los que preponderan el ajo, la hierbabuena, el sésamo, el clavo, la nuez moscada, el pimentón, los cominos y la canela. Aromas característicos del arco mediterráneo, que intervienen en ensaladas y carnes guisadas, fundamentalmente pollo y cordero, y que aportan tonos de sutileza intrigante.

MOSAIQ

Caracas, 21. Madrid. Teléfono 913 08 44 46. No cierra. Precio aproximado por persona: entre 30 y 35 euros. Menú degustación, 28 euros. Bastela de pollo, 5,75 euros. 'Shish kebab', 11,25 euros. 'Tagine' de cordero, 12,25 euros. Pastelitos árabes, 4,75 euros.

Pan ... 5

Café ... 6,5

Bodega ... 4

Servicio ... 6

Ambiente ... 7

Aseos ... 6

Más información
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A pesar de que la autenticidad no es el mayor mérito de la casa, sus especialidades, que tienen una aceptable calidad, no escapan a los inevitables altos y bajos. Entre los entrantes, un hommos (crema de garbanzos) conseguido y un tabulé (picadillo de perejil con trigo, tomate y hierbabuena) acertado. A su lado, el típico moutabal (crema de berenjenas asadas) carente del obligado gusto ahumado de las verduras, junto a unas dolmas (hojas de parra rellenas) anodinas y con el arroz bastante entero. Otro fallo de bulto es la bastela de pollo, sabrosa pero grasienta, que se elabora con un hojaldre de mantequilla al estilo europeo, en lugar del milhojas magrebí de pasta filo.

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Entre los bocaditos calientes, más de lo mismo: sabrosos los falafel (pastelitos de lentejas) y las fatayer (empanadillas de espinacas y queso), y discretos los kibbe (croquetas de cordero) y los boreks (rollitos de pollo). Con diferencia, el peor plato de la carta es el cuscús de verduras, vergonzosa caricatura del auténtico. En cambio, no desmerecen los tagine (guisos) de pollo o cordero, con aceitunas y ciruelas. En la misma línea, los shish kebab (pinchos de cordero) y las kafta (brochetas de cordero), dos propuestas sabrosas. Incluso tiene un pase la hamburguesa de ternera, insólita concesión al fast-food americano.

MENÚ, DULCES Y BODEGA

AUNQUE MOSAIQ no cierra en ningún momento, es justo por las noches cuando alcanza una ambientación más lograda. Bajo la luz de numerosas velas, sus salones rememoran restaurantes de Marraquech, Fez o algún enclave del norte de África. Todo el conjunto, cuya remodelación ha corrido a cargo del estudio de Ignacio García de Vinuesa, se distribuye en varias plantas. Los comedores principales ocupan la primera. A ras de la calle se encuentra un patio/terraza ideal para el buen tiempo, inundado por intensos olores de cocina, un defecto grave. En la planta inferior, el espacio destinado a copas, un salón con mesas bajas donde la ambientación musical contribuye al bullicio de las conversaciones. Si algo cabe destacar es la afabilidad del servicio, personal joven que compensa con sonrisas los errores que comete en la sala. Teniendo en cuenta el tipo de especialidades que componen su carta, una buena opción es compartirlas. O bien optar por el menú degustación (21 euros), obligado para toda la mesa. Primero, shish kebab (pinchos de cordero macerados en ajo y perejil a la barbacoa). Luego, tagine de pollo, guisado con limón y aceitunas. Por último, los pastelitos árabes, un pobre surtido que desmerece de la tradición magrebí y de la lujosa pastelería turca. La bodega, ridícula, que no da mucho de sí, tampoco obliga a mayores esfuerzos. Con una comida bañada en especias, lo mejor son tragos de cerveza, fino de Jerez, champaña o cava. El café es bueno, el té moruno desvaído y el pan de pita sin ninguna gracia.

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Sobre la firma

José Carlos Capel
Economista. Crítico de EL PAÍS desde hace 34 años. Miembro de la Real Academia de Gastronomía y de varias cofradías gastronómicas españolas y europeas, incluida la de Gastrónomos Pobres. Fundador en 2003 del congreso de alta cocina Madrid Fusión. Tiene publicados 45 libros de literatura gastronómica. Cocina por afición, sobre todo los desayunos.

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