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Columna
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'Performance'

Una procesión de Semana Santa es una gran performance. Lo dice Harold Szeemann, el comisario de la I Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla. Recuerdo que a mí, que siempre me han aburrido las misas una barbaridad, las únicas que me resultaban tolerables eran precisamente las de Semana Santa, cuando los curas del barrio hacían una lectura dramatizada de la Pasión según Mateo. En aquellas representaciones la misa recuperaba el carácter dramático de sus orígenes, y todos los niños de la iglesia vivíamos con tensión los últimos momentos de la vida de Cristo. La verdad es que están muy bien contados. Si yo fuera Papa, no me cortaría: convertiría la misa en un gran espectáculo teatral para atraer gente. La Iglesia católica siempre se debate entre la contención del placer y la necesidad de ganar clientes.

No quiero ni pensar que la Semana Santa de Almería no sea del agrado de Dios. Lo digo porque un año más los elementos se han conjurado contra los pasos y procesiones. Aquí, donde la lluvia es escasa, han caído estos santos días 50 litros por metro cuadrado. Algunas carreteras se han cortado. Se han inundado también algunos barrios sin alcantarillado de la moderna ciudad que albergará los Juegos Mediterráneos del 2005. Pero la verdadera noticia, lo que hemos comentado con rabia en la frutería, es que no hay derecho a que las procesiones programadas para la noche del jueves y la mañana del viernes hayan tenido que ser suspendidas. La frutera, que es muy devota de no sé qué Cristo, sugiere ponerle un toldillo a las imágenes. Aquí vamos hacia el laicismo de las instituciones por la meteorología. ¡Con el esfuerzo que han hecho los socialistas desde las instituciones autonómicas y municipales para crear de la nada y en muy pocos años una tradición tan nuestra! No conozco un caso igual en toda Europa. Y ciertamente la cosa no se comprende sin intervención divina. La Semana Santa almeriense, que hace poco más de veinte años era algo casi inexistente, es hoy una de nuestras más arraigadas tradiciones culturales. La prensa local le dedica páginas y páginas, la tele retransmite en directo las procesiones y hay personas que se presentan a sí mismas como especialistas en Semana Santa almeriense. Hablan en la radio.

Mis amigos almerienses, cuarentones y cincuentones, me cuentan sus recuerdos infantiles de Semana Santa: veían bajar por la Rambla a cuatro mujeres vestidas de negro detrás de un carro con una Virgen. No había gente ni para portar la imagen. En tan solo veinte años los socialistas han conseguido lo que Franco no logró en cuarenta: que en esta tierra de infieles la gente acuda masivamente a estas manifestaciones de religiosidad popular. Hoy Almería está a la altura de cualquier capital andaluza; se cortan las calles, la gente se vuelca con nuestra Semana Santa y por lo que veo en el televisor estamos en disposición de competir con la mismísima Sevilla. Por eso resulta inquietante que la lluvia haya vuelto a estropear esta vez el espectáculo que muchos llevan esperando desde el año anterior. ¿Será que la performance no es del agrado de Dios?

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