Tiempo de canallas
Lillian Hellman escribió un libro con el título de este artículo en los años cincuenta, denunciando la cobardía colectiva y las mentiras del poder que representó la era McCarthy. Hace ahora un año, millones de personas salimos a la calle en todo el mundo para evitar una guerra; para gritar que la acción que estaba a punto de cometerse contra Irak mancharía una vez más a la humanidad.
En aquellos momentos se iniciaba lo que denominé la revolución por la paz con la que, de manera práctica, se quería construir esta parcela de la historia en una forma distinta, más participativa y, por tanto, más real. Los promotores de aquella guerra apostaron por una acción preventiva y "terapéutica" pensando que salvarían a una parte del mundo, y minusvaloraron, cuando no despreciaron, a todos los que defendimos una opción diferente.
La invasión se produjo, las masacres también. Las causas que generaron esta acción militar ilegal quedaron de momento larvadas. La "victoria" inevitable se decantó del lado ocupante. La imagen de la bandera americana cubriendo el rostro de la estatua de Sadam fue reveladora y definitiva, pero a la vez comenzaba a dar forma a la gran mentira.
El movimiento ciudadano se diluía poco a poco sin saber bien por qué. Parece como si alguien o algo hubiera movido las piezas adecuadas para que la situación se recompusiera y nuevamente cada uno volviéramos a lo que, se decía, era realmente importante, lo cotidiano, lo más próximo.
Igual de lejano parece un acontecimiento, sucedido sin embargo hace poco más de dos meses, y que entre otros muchos atrajo mi atención. Ahora ocurría en Afganistán, otro de los escenarios de la denominada "guerra contra el terrorismo", y se refería a la muerte por error de nueve niños. El Ejército norteamericano, que buscaba o perseguía a un terrorista "peligrosísimo" y que según su "información" estaba oculto en una casa, sin más argumentos que los que otorga su posición de fuerza, disparó un misil que impactó en la vivienda en la que al parecer estaba el terrorista, que por supuesto escapó, y produjo una serie de daños colaterales: nueve niños muertos.
Este trascendental hecho, aunque no único ni desgraciadamente el último, por cuanto el reino de la voluntad sin límites de algunos líderes mundiales está vigente, apenas levantó algún interés en el mundo y en particular en los Estados Unidos, cuyos ciudadanos, en esos días, estaban más atentos al pavo de plástico que el presidente Bush llevó en el Día de Acción de Gracias a los soldados norteamericanos en Irak.
De todas formas, estas noticias ya no son siquiera recordadas. Otros muertos, otros atropellos, otros atentados, y múltiples despropósitos internacionales han ocupado su lugar y, como siempre, a la gran masa, al público en general, le cuesta trabajo recordar. Hemos sido inoculados con el virus de la amnesia terapéutica para recordar sólo lo que nos interesa o aquello que no nos haga daño. O lo que es peor, aquello que conviene a otros que recordemos. Casi siempre ha sido así; tras la Segunda Guerra Mundial, la negación del holocausto; durante los años setenta y ochenta, Camboya, Indonesia, Chile, Argentina, Guatemala y tantos otros países cerraron los ojos ante lo evidente; en los noventa, Bosnia y Ruanda llamaron nuestra atención, pero no así Asia o el resto de África; en la actualidad, Chechenia, Congo, Haití y una treintena de conflictos y represiones olvidados.
Que los muertos no tienen el mismo valor en las diferentes partes del mundo es cosa sabida; pero que, en forma reiterada acontezcan hechos de esta índole y que no se produzca ningún tipo de reacción resulta, por reiterado, no menos llamativo y triste, muy triste. Si se hiciera un recuento de los muertos "colaterales" en los diferentes conflictos existentes en el mundo, resultarían unas estadísticas que asustarían incluso al más indiferente. ¡Ah! la indiferencia, esa compañera fiel de todos los dictadores, represores, autócratas, fundamentalistas y terroristas. De ella se aprovechan todos, incluso la generalidad de los ciudadanos. Los primeros para continuar su escalada bélica a favor de los "pueblos oprimidos", o para liberar a quienes no reclamaron ser liberados, o para masacrar a los discrepantes; los segundos, porque aquello que perjudica a los demás no va con ellos, no les afecta.
Un sector demasiado amplio de la sociedad vive mediatizado por la timidez, por los compromisos sociales, por las falsedades religiosas, por las actitudes pasivas, por la mentira oficial, y actúan como avestruces humanas que ocultan la cabeza debajo del forro de la chaqueta y se tapan los oídos ante lo que está sucediendo delante de sus ojos.
Me da igual la profesión o empleo del sujeto, siempre existirán categorías de personas: unos, los que sobreviven; otros, los que viven del esfuerzo de los demás; otros, los que se esfuerzan, y finalmente, aquellos que simplemente son espectadores. Con ser malos los que se aprovechan de los demás, estos últimos (los espectadores) son perversos porque para ellos todo acontece como en una película; pagan su entrada y ello les da derecho a un sitio preferente para disfrutar de la escenificación, y criticarla. Cuando termina el espectáculo marchan a su casa y continúan viviendo en el magma amorfo de la prosperidad diseñada por hábiles manos y profundos ojos que todo lo "ven", que todo lo "saben" y que todo lo controlan, pero carentes de valores básicos, y dominados por la indiferencia; incluso administran la verdad y la falsedad según convenga ante la vista, ciencia y paciencia del ciudadano que consiente culpablemente en la situación.
Y seguimos viviendo como asistentes al teatro diario de nuestra existencia, atribulados con el devenir trepidante de los acontecimientos, y pasando los días apoyándonos en la mera epidermis de nuestra sociedad, dando vueltas y vueltas a impulsos de una o mil "manos directoras", como bolas de billar sin poder salir de los límites marcados por las cuatro bandas de la mesa. Frente a esta inercia, la única alternativa es mantener viva la convicción en los valores éticos y humanísticos que han contribuido durante siglos a construir la idea de una humanidad renovada, libre y democrática como elementos básicos de la seguridad humana.
Ahora los políticos y estudiosos oficiales dicen que el porvenir de Irak se ve más claro porque la "bestia" ha sido detenida. ¡Qué sería de nosotros si no hubiera una versión oficial de todo y para todo! ¿Seríamos capaces de pensar por nosotros mismos y formar nuestro propio juicio? ¿Acaso no disfrutaríamos más de la libertad al demostrar que las versiones oficiales son siempre falsas? Sin embargo, y no quiero ser agorero o parecer que me moleste la detención de Sadam Hussein, creo que esto no sea así. Los ataques de la resistencia continúan.
Por cierto, bueno sería que algunos de nuestros políticos aprendieran la diferencia entre resistencia y terrorismo; entre acciones contra un ejército invasor sin cobertura legal y atentados terroristas, y también que dejaran de ju-gar no sólo con las palabras, sino también con la buena voluntad de milllones de personas que estuvimos en contra de la guerra, que pedimos responsabilidades, y que ahora exigimos que la reconstrucción de Irak esté cuanto antes en manos de Naciones Unidas y no de los ocupantes. Alguien debería susurrar al oído del "gran" Director norteamericano que se quite las espuelas de vaquero, que no siga rompiendo la columna vertebral de la legalidad internacional y que piense que el mundo no sólo se ve como una bola a la que se le golpea con el taco de billar para que ruede, y que más que "Presidentes de guerra", el mundo necesita "Constructores de Paz".
¿Ustedes se acuerdan de que hubo una guerra en Irak? ¿Recuerdan asimismo que ha habido, según las estimaciones más fiables, más de 30.000 civiles muertos y que más de 10.000 soldados iraquíes perdieron la vida en la misma? ¿Por qué no se publica la historia de la vida actual de las familias, de los militares, de los ciegos, de los sordos, de los sin piernas? ¿Quién responderá por todo esto? Sin embargo, machaconamente nos cuentan, día a día, en todos los medios de comunicación, los muertos norteamericanos. Hasta en esto tienen que ganar y humillar los vencedores al vencido. Son muertos con nombre y apellidos frente a las fosas comunes, antes de Sadam y ahora de la indiferencia mundial.
¿Y que pasó con la amenaza representada por las tan traídas y llevadas armas de destrucción masiva de Sadam, que constituyeron la excusa para la guerra? Algunos anunciamos la falacia y nos opusimos a la versión oficial, y por ello resultamos tildados de agoreros e incluso "amenazados" con males mayores; ¿y ahora qué? De nuevo tenemos que soportar la perversa utilización del lenguaje, la distorsión de la realidad por la apariencia, basada en la mentira oficial de que ellos no dijeron que había armas o que se podían utilizar, o que estaban en desarrollo, o que cumplieron las resoluciones de la ONU. ¡Cómo juega el poder con los ciudadanos, sin detenerse en métodos, reglas o formas! Todo está permitido para hacer olvidar a aquellos lo que deben recordar y tener presente a la hora de decidir sobre el futuro de la sociedad a la que pertenecen. De nuevo el olvido inducido y, como consecuencia, la indiferencia son los mejores baluartes de los detentadores del poder que cobardemente distorsionan la realidad jugando con el ciudadano para que éste nuevamente les dé su apoyo.
Reflexionemos: ¿a cuantos responsables políticos mundiales les importa que más de 5.000 personas estén detenidas en Irak en condiciones infrahumanas?, ¿o que lo hagan 650 personas en Guantánamo sin los más elementales derechos? Todos los que nos manifestamos hace ahora un año contra la guerra lo hicimos para demostrar que tales personas sí son problema nuestro, y para transmitir a los más jóvenes el compromiso y la firmeza heredada de nuestros mayores, y para demostrar, frente a los diseñadores de opinión y los censores que quieren dar forma oficial a la sociedad, que tenemos opinión propia y que guardamos la memoria para decir "no".
La postura frente a estos manipuladores natos es la de la intransigencia ética; no hay pacto ni consenso posible con ellos, sino sólo la exigencia de responsabilidades políticas y cualesquiera otras que procedan.
Frente a las atrocidades e injusticias masivas que recorren el mundo hace ya tiempo que la indiferencia no es una opción, y desentenderse de ellos, una aberración inaceptable. Así el hambre de dos tercios de la humanidad; la pobreza masiva; el sida que acaba con la vida de más de 4 millones de personas al año; la lucha contra la corrupción, el apoyo a los que quieren combatirla y el respeto a la legalidad internacional deben ser nuestras prioridades para, con ello, contribuir a la recuperación de la dignidad como elemento base de la revolución por la paz y la convivencia humana. En esta acción también debe integrarse el repudio a aquellos que quebranten el contrato democrático con los ciudadanos, sean terroristas o gobernantes.
Frente a ellos, debemos demostrar nuestra indignación activa, cuando los responsables de una guerra ilegal no asumen su responsabilidad o ni siquiera dan explicaciones; cuando un determinado responsable político europeo se asegura su imperio empresarial, sanciona las leyes adecuadas para tal fin, denuesta a la oposición y ataca a los jueces sin respetar sus resoluciones en tanto que le son adversas; cuando la Administración norteamericana quebranta, en forma constante, los derechos humanos de miles de extranjeros; cuando en Rusia la democracia disfraza una dictadura cada vez más evidente; cuando en Chechenia se violentan, so pretexto del terrorismo, los derechos legítimos de todo un pueblo; cuando Ariel Sharon, con una iluminación próxima en la esquizofrenia, lleva a Israel a un callejón sin salida y a los palestinos a ser un simulacro de seres humanos; cuando las Autoridades de éstos no hacen nada para acabar con los suicidas terroristas; o, en fin, cuando en China se sigue privando de identidad a pueblos enteros como el tibetano.
Todo esto no es problema de los estudiosos. Es problema nuestro y debemos conseguir que la sociedad deje de estar adormecida y sometida por voluntades externas a una especie de deslizamiento sin rumbo y sin muro de contención. Y que se preocupe por cuestiones relevantes como el tipo de educación de los hijos, la restricción de libertades, el control de los medios de comunicación oficiales, la manipulación inducida de los ciudadanos; la utilización partidista del terrorismo, la baja calidad y eficacia de la justicia, entre otros.
Una sociedad libre y democrática necesita reafirmar constantemente las bases en las que se apoya, y para ello, aquellos que se ocupan de la cosa pública, y en especial los que desarrollan el ejercicio activo de la política, deben ser espejo en el que los ciudadanos nos reflejemos. Sin embargo, reconozco que a veces pedimos a gritos que nos inoculen un antídoto para superar el veneno de la mediocridad política de algunos, sobre todo en campaña electoral. Las subastas de programas electorales tienen un precio de salida bastante bajo. Veremos quién puja más para convencer a los cándidos ciudadanos. Los discursos llegarán, los debates no creo, y si finalmente acontecen, ¿nos harán cambiar la perspectiva? ¿Serán capaces los políticos de recuperar la credibilidad en lo que dicen porque lo hacen, o nuevamente será el mercadeo de los votos para obtener el poder lo que se imponga?, y el ciudadanos que vote, pero que no moleste.
Más democracia significa más responsabilidad y menos indiferencia; más libertad y menos seguridad como único valor emergente, y, sobre todo, más dignidad.
Yo propongo un lema electoral para todos los partidos políticos concurrentes a las próximas elecciones españolas: "no mientan a los ciudadanos"; "no prometan aquello que no van a cumplir"; "no jueguen con la necesidad y la esperanza de la gente" subastando sus sentimientos y legítimas aspiraciones; "no se insulten, trabajen y no se vendan por el plato de lentejas del poder, del que sólo son usuarios transitorios"; y también, por qué no, les doy un consejo: consigan que ese sector adormecido de la población, que cada vez es mayor, salga de su indiferencia y únanse a aquellos otros que en forma decidida, revolucionaria si quieren, tratamos de encontrar puntos de referencia y valores en los que apoyarnos para continuar y para que las generaciones jóvenes crean que es posible un mundo diferente, más solidario, más justo, más libre y en paz. Ésa es su misión y la nuestra.
Baltasar Garzón Real es magistrado-juez de la Audiencia Nacional.
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