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Elecciones 2004
Columna
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Mayoría absoluta, no

En 1571, el caballero Michel de Montaigne se retiró del foro y llevó una vida de hidalgo campesino. A ratos libres escribió sus "ensayos", consistentes en agudas sentencias,válidas para siempre, avaladas por erudición grecolatina y simples historietas. Entre ellas cuenta la de un catalán cuyos "esfuerzos demasiado ardorosos", de marido brutal y desnaturalizado, imponía a su cónyuge, incluso en los días de ayuno, 10 contactos amorosos. Según Montaigne, la reina de Aragón intervino para dictaminar que un máximo de seis coitos era lo correcto.

El bárbaro catalán sumaba, sin duda, al abuso, el convencimiento de su derecho y la exhibición de su potencia, pero a quienes identifiquen sus modos con su procedencia les produce más bien vergüenza. Hoy es éste el sentimiento que se desprende de los acontecimientos políticos de Cataluña. ¿Se ha hecho más daño a ésta, a la causa republicana o a la izquierda? Resulta difícil saberlo. Ahora, lo mejor -para la mayoría, no sólo para los mencionados- sería que todo se aplacara; un episodio parecido resultaría de imposible reconducción. Los electores deberán decidir y sacionarán conductas, pero es malo que Esquerra se convierta en un partido de transeúntes en su dirección y afiliación, como en el pasado. También lo es que despierte excesivos entusiasmos regeneradores entre el electorado o fervores mesiánicos entre los dirigentes, luego decepcionados.

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Las circunstancias han convertido ese desdoblamiento que se percibe en el seno de cada opción durante la campaña electoral en un grave peligro para la izquierda.Una cosa es ofrecer a González y a Guerra en el mismo paquete y otra que te puedan reprochar que, en realidad, está en liza con Zapatero-Carod en vez de con Bono-Zapatero.

Se advierte así, que, frente a lo que le reprocha la extrema derecha, conquistada ya gracias al antecesor, Rajoy está haciendo una buena campaña. Ese cielo protector de la mayoría absoluta al que aspiran los candidatos sólo se puede conquistar con el traspié del adversario y midiendo con el milímetro la cercanía y el alejamiento de quien le dotó del poder en el partido. Está jugando con el margen que le proporciona el mal saque del tenista contrario y viene ayudado por el hecho de que a menudo parece tan voluntarioso como lesionado. La sabiduría le ha convencido de que él sólo puede ganar por mayoría absoluta porque nadie lo crea posible o piense en los efectos mágicos de su talante.

Pero éstos no pueden llegar a ser tan grandes. Cómo gobierne el PP dependerá de su situación parlamentaria.Hoy, el Ejecutivo da la sensación de ser un manazas con un aparato de relojería demasiado delicado entre sus dedos.Nada en materia de medios de comunicación públicos, Estado de las autonomías y de justicia mediatizada por el poder, tendrá remedio con mayoría absoluta. La consecuencia es que es preciso salvar a Rajoy de sí mismo y de los suyos no otorgándosela.

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Claro está que eso resulta difícil de aceptar para el antecesor o para quienes han quedado no quemados sino carbonizados por su propia gestión. Es inevitable que tras el resultado de las elecciones venga una nueva experiencia para el primero. Será el tiempo del estallido de esas bombas de relojería que son siempre los escándalos a medio plazo o las dagas florentinas empleadas por los afines. Como siempre, el ya ex presidente del Gobierno tendrá la ocasión de comprobar la lucidez de la frase de Oscar Wilde: "Cualquier gran hombre tiene sus discípulos y siempre Judas escribe su biografía". Las peores descripciones de su persona proceden de poltronas ministeriales o de insignificantes preteridos por sus propias culpas.

España requiere una cura de consenso. El elector puede y debe contribuir a crearlo con su voto, porque lo propio de nuestra política es el pacto, pero siempre a rastras. Así sucedió en 1977 y en 1996. No es fácil medir las consecuencias precisas del acto de depositar un voto en la urna porque ésta no mide la intensidad de la aprobación. Será,pues, preciso esperar hasta la última encuesta. Pero es ya evidente, con antecedentes empíricos en la mano, que la abundancia de poder en manos del político conduce al desvarío. No a la mayoría absoluta.

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