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Columna
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Vejez de oro

Las relaciones, trabajos, negocios o tejemanejes de un presidente de ilustrísima corporación provincial con determinados empresarios, el desaguisado público condimentado con la hierba amarga de productos fitosanitarios, la escasa por no decir nula explicación pública por parte del principal señalado en el caso, el dislate de las adhesiones públicas e inquebrantables al jefe, y tanta niebla, o agua turbia, o humo o realidad envuelven el asunto Carlos Fabra o Naranjax, que parece como si la vida pública, en las comarcas norteñas valencianas, se conforme ahora mismo como una lamentable comedia de enredo y negocios. Una comedia de pícaros y negociantes, o negociantes pícaros. Y los pícaros, de eso tiene conocimiento el vecindario, están profundamente enraizados no sólo en la literatura sino también en la realidad hispana.

En el escenario guiñolesco de figuras grotescas y esperpénticos parlamentos, cada semana se nos representa un nuevo acto o escena, si cabe más grotesca, más esperpéntica que la anterior. Un acto o escena que nos deja a los espectadores sin ver con claridad el mensaje de la representación teatral, pero intuyendo sobradamente el tema: el poder político, el negocio y el dinero.

Esta última semana, el protagonismo en el retablo de las maravillas, donde se representa Naranjax o el poder, lo tuvo un meritorio. El presidente de la Unión Democrática de Jubilados y Pensionistas de Castellón, de cuyo nombre mejor no acordarse por respeto a sus canas. Militaba el buen hombre, hace poco más de una década, en las filas socialdemócratas o socialistas de Lerma, y su ardiente verbo funcionaba como flagelo o cilicio entre las gentes del PP. Los cambios de humor, la luna y las dádivas, lo adocenaron. Ahora, y a pesar de que siempre se habló de la vejez decrépita, uno de los bastiones electorales de la derecha, el no pasarán de Carlos Fabra en la comedia que se escenifica y que tanta verosimilitud guarda con la realidad. El aludido presidente de jubilados y pensionistas -desconocemos si con el consentimiento unánime de cuanto jubilado y pensionista respira en La Plana-, salta al escenario con una nota haciendo público su más "rotundo respaldo" a Fabra; tachando de "linchamiento en los medios de comunicación" cuanto se relaciona con el jefe; de "injusticia brutal" califica que publique u opine sobre el valor de la comedia, y cierra su monólogo tragicómico afirmando que los ancianos estaban "completamente olvidados" hasta que llegó Fabra con sus huestes, un Fabra al que distinguió en las ondas de la Cadena SER con el título de "gallina de los huevos de oro" por ser el benefactor máximo, conocido y por conocer, de las tierras castellonenses. Épico, apoteósico, contundente y muy triste fue el acto en el retablo del guiñol.

Y fue triste, porque la conclusión del espectador es que la escena discurre por entre las bambalinas de estómagos agradecidos. Triste por venir de quien viene el parlamento, si se piensa que siempre se le tuvo un gran respeto a una cabeza con canas. Triste porque en setencia breve y resumida -no la judicial sino la que constituye todo aforismo que aclara cuanto de positivo o negativo hay en nuestras conductas- en sentencia aforística se escribió en el libro de los proverbios que "la temeridad es propia de la edad florida, la prudencia de la que envejece". Pero del viejo y bello proverbio se olvidó el meritorio actor jubilado de la comedia Naranjax.

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