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Columna
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Futurismo

La Feria de Turismo de Madrid ha acaparado la atención de medios informativos y ciudadanos. Se ha convertido, junto con Arco y la pasarela Cibeles, en una de las grandes citas de invierno que confirman a Madrid como indiscutible capital de España. Los teletipos lo recogieron literalmente al tiempo que transmitían que el ministro de Economía, Rodrigo Rato, había aprovechado la celebración de Fitur, para anunciar una nueva política sobre la que construir un turismo sostenible, más desestacionalizado y de calidad. Hacía unos meses lo había demandado Rafael Ferrando, presidente de las organizaciones empresariales CEV y Cierval, quien representa nada menos que al 10% de la actividad económica de España. Y por decirlo se llevó en su día una reprimenda. Ahora lo confirma Rato para remachar que nos espabilamos o nos quedamos desfasados en el modelo turístico, basado en la ocupación extensiva del litoral mediterráneo, en el que prime la invasión del ladrillo y la falta de respeto al medio ambiente.

En la Comunidad Valenciana sabemos mucho acerca de ese modelo turístico desmadrado que basa sus atractivos en mastodontes de hormigón, grandes eventos puntuales y en la sobreexplotación de unos recursos turísticos que ya estaban saturados con antelación. Los grandes operadores alemanes han mostrado su desinterés en la oferta turística de la Comunidad Valenciana porque no se corresponde con los gustos de sus clientes. El turista alemán busca un medio natural inalterado, tranquilidad, calidad, silencio, servicio y comodidad. Prefieren Canarias a la Costa Blanca. Miran de reojo otros destinos de la cuenca del Mediterráneo y zonas que, junto con Turquía, Bulgaria o Croacia aporten nuevas alternativas que añaden a sus encantos un nivel de precios más atractivo. Los belgas y los holandeses que ya pasaron por España en su demanda de turismo de calidad, ahora piensan en otros destinos más vírgenes.

Esta realidad se añade a los grandes problemas que genera la concentración en dos o tres meses del año de los índices más altos de ocupación hotelera. Falta por resolver cómo hoteles y restaurantes pueden sobrevivir a esa saturación que contrasta con otros nueve meses de baja afluencia de turistas. Así no hay hotel o restaurante que subsista, salvo los más privilegiados o los que se asemejan a la cueva del pirata, porque con la aplicación de precios desmesurados en temporada alta suplen el desequilibrio estacional.

A estas conclusiones hay que añadir los grandes y cada vez más insalvables desequilibrios territoriales entre la zona del litoral mediterráneo y el interior de la Comunidad Valenciana. En este sentido, no cabe rasgarse las vestiduras porque desde distintos puntos de la sociedad civil se ha advertido que era necesario potenciar el turismo de interior, preservar el medio ambiente, pensar en los valores naturales que aporta el territorio, hasta que la mano del hombre deja de respetar su integridad y lo que es más grave, su proyección de futuro.

Hay que pensar más en el agua, el alcantarillado y los servicios, de tal modo que este enfoque comience a reflejar el cambio de tendencia que apuntó el ministro Rato, mientras por estas latitudes permanecemos deslumbrados por los fulgores de un destello del que no logramos recuperarnos.

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