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Reportaje:

Lo que va de José Luis a Iker

La evolución de la onomástica en el País Vasco corre paralela a la historia y muestra el sentir de sus habitantes

Hasta hace un par de décadas lo más vasco que se podía llamar uno era Pachi, Chema o Begoña. Ahora, el espectro es todo lo amplio que se desee. La onomástica en el País Vasco refleja, a lo largo del tiempo, los avatares de la historia.

Mikel Gorrotxategi (Bilbao, 1963), académico de Euskaltzaindia y responsable de su comisión de Onomástica, recuerda que las primeras dificultades se remontan al Concilio de Trento, en el siglo XVI. "A partir de entonces la Iglesia católica decide que los nombres de los católicos deben proceder del santoral católico y registrarse en la lengua de la Administración civil".

Sin embargo, la documentación de la época descubre que no decayó el uso de los nombres en euskera.

Antes del Concilio de Trento, los nombres más utilizados eran: Eneko, Hobeko, Gartzia (que luego ha pervivido como apellido en castellano), Oneka... "Uno de los pocos que subsiste es Iñigo, evolución romance de Eneko y difundido por San Ignacio de Loiola, fundador de la Compañía de Jesús, quien siempre firmó como Eneko", indica el académico.

Políticamente, los nombres en euskera sólo se vuelven a utilizar durante la República (1931-1936) y luego desde de 1978. "En el breve trance republicano se empiezan a usar nombres en euskera, fundamentalmente de mujer. Y en familias nacionalistas. Pero a partir de 1938, con el franquismo, los nombres en euskera están totalmente prohibidos y perseguidos. La gente no se atreve a usarlos ni en privado por miedo a ser descubiertos".

Hay casi 30 años de "terror absoluto" en los que los nombres más usados son José Luis, Francisco Javier, José María, Antonio, Manuel, María del Carmen, María Jesús, Begoña, Pilar... Hasta la década de los sesenta. Y es en 1971 cuando una circular recuerda que se pueden utilizar advocaciones marianas en euskera que no tengan traducción. Esto abre la puerta a "las Ainhoa, Izaskun, Idoia,..."

En la década siguiente, el vuelco es espectacular. La Constitución restituye la libertad para elegir los nombres. Según un estudio realizado por Mikel Gorrotxategi, en las décadas 1976-1986 y 1986-1996 los nombres en euskera copan los diez primeros puestos de la lista de los más utilizados, con alguna pequeña incursión como David, Laura y María.

Los 25 años de democracia comenzaron con la utilización de "nombres en euskera que se conocían". Entre las mujeres surgen Agurtzane, Edurne, Nerea. "La tendencia hoy es poner nombres en euskera, cortos, originales". Pero los nombres en euskera ya no son patrimonio de los nacionalistas, "se han extendido a toda la población, y están por encima de opciones políticas". Y se exportan, no sólo al resto de España, sino a Europa.

Después de la primera oleada democrática, comienzan a buscarse apelativos en la mitología, la literatura (Aitor o Amaia) o se buscan nombres de raíz no cristiana, como Hodei, Zuhaitz. En la actualidad, la elección del nombre se ha estabilizado y, entre los más puestos, no hay rarezas.

Según las estadísticas del Eustat, de 2000 a 2002, los 15 nombres masculinos más utilizados en Euskadi eran todos vascos. Los primeros, Iker y Jon, alternándose, seguidos de Unai, Mikel o Ander. Para las mujeres, Ane y Leire, por este orden, son éxitos indiscutibles, líderes en los mismos tres años. Después Irati, Nerea, Ainhoa, pero en seguida Paula, Sara o Irene. "Estos se escriben igual en ambas lenguas, por lo que no es posible saber si se ha elegido en euskera o castellano", matiza Gorrotxategi, que destaca la gran variedad de nombres femeninos. Y siempre, entre los más escogidos, María, con acento o sin él. La forma vasca Miren se queda bastante más abajo en las preferencias.

Nombres tachados

Después de siglos en los que no se pudieron usar los nombres en euskera, llegó la libertad en 1932, con la República española. "Los que nacieron en esa época, si llevaban un nombre en euskera es que sus padres eran nacionalistas. Esto era así", indica Gorrotxategi. Se escogían del santoral que creó Sabino Arana en 1897. Y es para las niñas para las que más se eligen nombres en euskera. "Esto es una cuestión sociológica: a las niñas siempre se les ponen nombres más escogidos que a los niños".

Esa tendencia, asegura el académico, continúa ahora. "No importa que en una clase del colegio la mitad sea Mikel y la otra mitad Jon, pero entre las chicas los nombres se repiten menos".

La libertad fue breve. En 1938 un decreto de Franco prohibió los nombres en euskera, admitiéndose sólo las advocaciones marianas (Begoña, Icíar), con grafía castellana.

Los nombres vascos se traducen al castellano y los que no tienen tradución, se cambian. "Es de destacar el caso de Barakaldo, donde los nombres se tachaban con un tampón con la frase 'Viva Franco', algo que es y era ilegal: tachar escribiendo otra cosa encima".

Los límites

Actualmente, hay libertad para elegir el nombre que se quiera, aunque con las lógicas limitaciones: no se pueden poner nombres ofensivos. ¿Por qué hay personas que se llaman Zigor (castigo)? "¿Y Dolores?", responde raudo Gorrotxategi, y luego matiza: "Zigor es un nombre tradicional de la Edad Media".

"Quiero insistir en que cuando se elija un nombre eusquérico que no aparezca en el nomenclátor de Euskaltzaindia, hay que verificar que se pueda poner", avisa el catedrático. Puede resultar que el nombre elegido sea "un diminutivo, que sea para el otro sexo, que no sea un nombre sino el mote de alguien...".

La tendencia actual va por dos caminos. Uno, "utilizar nombres ya estabilizados, a ser posible de dos sílabas, fáciles de pronunciar, que no tengan diminutivo (algo que ahora gusta muy poco), como Leire. Esos son los nombres que más aparecen". Y la otra vertiente es la de "quien quiere un nombre para su hijo que no tenga nadie, único". Esos siempre aparecen al final de la lista. "Cuantitativamente el nombre ese es muy pequeño, pero si uno se fija en la cantidad de nombres que sólo aparecen una vez, la riqueza es enorme".

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