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LA CRÓNICA
Columna
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Miedo al elector desmotivado

Soledad Gallego-Díaz

En las elecciones de marzo de 2000, un chocante 9% de electores que al principio de la campaña dijo que pensaba votar decidió finalmente no hacerlo. En su mayoría, estos electores desmotivados habían sido votantes del PSOE y de IU en 1996.

El dato pertenece a un libro que acaba de editar el profesor Ismael Crespo, de la Universidad de Murcia (Editorial Tirant lo Blanch, Valencia, 2004), en el que 14 especialistas en ciencia política, sociología y comunicación de distintos centros académicos de toda España analizan la campaña de 2000 y sus efectos en la decisión de voto. Algunas de las conclusiones son llamativas, como la de los electores desmotivados, que se han convertido, en 2004, en el centro de atención de los socialistas.

La bicefalia Aznar-Rajoy, que hasta ahora se ha mantenido controlada, pasará a un primer plano cuando se trate de explicar el programa electoral del PP

José Luis Rodríguez Zapatero cree que arrebatar al PP la mayoría absoluta depende ahora del comportamiento de este sector de antiguos votantes. Y, dado que según ese mismo estudio, en las elecciones generales no funciona el llamado "voto estratégico", es decir, el voto dirigido a impedir que otro gobierne, quiere decirse que todo dependerá de la capacidad del propio dirigente socialista para convencer a ese grupo de que su programa merece la pena. Ése ha sido, sin duda, el principal objetivo de la conferencia política celebrada este fin de semana.

El análisis de la campaña de 2000 llega también a otras conclusiones. Explica, por ejemplo, que el PP basó gran parte de su éxito en volcar a su favor los votos de las personas mayores, manteniendo una posición mayoritaria en los jóvenes, mientras que los socialistas no fueron capaces de compensar su retroceso en el electorado de más edad con un avance sustancial entre los jóvenes. Ése será otro de los elementos importantes de la nueva convocatoria.

Los responsables de la campaña del PSOE aseguran que conocen esos análisis y que la desmovilización que les llevó a la catástrofe de 2000 esta superada desde hace ya tiempo, gracias, sobre todo, a la huelga general y a la guerra de Irak.

"Ahora ya estamos en otra etapa. No tenemos ninguno de los grandes problemas de 2000, como la mala explicación del pacto con IU; nuestro mensaje está mucho más centrado y tenemos un candidato que tiene muy buenos niveles de aceptación y credibilidad", explica uno de los responsables del partido. Pero para lograr que se produzca no sólo la movilización de los tuyos, sino también la de los indecisos, hay que lograr, según explica en el libro mencionado el socialista Ignacio Varela, otras tres cosas: que el electorado conceda una gran importancia a la convocatoria electoral, que exista una pulsión de cambio social y que se mantenga un buen nivel de incertidumbre sobre el resultado electoral. Eso son, pues, los objetivos inmediatos del PSOE.

La bicefalia

Según analizan por su parte María José Canel, Juan Benavides y Nazareth Echart, el PP dividió en 2000 su campaña en dos fases: una primera basada en recordar los logros con el lema "Hechos", y una segunda, en la que se anunciaban las promesas electorales, con el eslogan "Vamos a más". Otro éxito profesional, aseguran, fue poner de "comunicador" de los hechos a la persona de mayor credibilidad, en ese caso el propio presidente del Gobierno: "Se optó", explican, "por presidencializar las noticias".

En la nueva campaña electoral da la impresión de que el PP está repitiendo el modelo básico, con dos diferencias importantes. La primera es que en esta ocasión tiene que conjugar dos presidencias, la efectiva, de Aznar, y la supuesta, de Rajoy. ¿Quién será el más creíble? ¿A quién confiar los mensajes más importantes? ¿Cómo presidencializar ahora las noticias? La bicefalia, hasta este momento controlada y nada estridente, pasará inevitablemente a primer plano en cuanto se entre en la segunda etapa y haya que explicar el programa electoral.

La otra diferencia estriba en el clima político. Según los especialistas, en la campaña de 2000, el PP persiguió la imagen de un líder "tranquilo" y, sobre todo, la ausencia de confrontación. La estrategia pasaba por "una cierta ausencia de referencias cruzadas: se trataba de obviar las propuestas del PSOE, pero a su vez recalcar la incoherencia de su mensaje".

En el caso de Aznar, esa "tranquilidad" y esa "ausencia de confrontación" han desaparecido casi por completo, lo que está provocando más de un dolor de cabeza entre los expertos populares. Ya nadie está tan seguro de que deba participar al 100% en la nueva campaña porque nadie está seguro de que no provoque la tan temida aparición del "elector desmotivado".

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