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Columna
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Memoria e historia

Poco a poco empezará a hablarse de la nueva novela de Bernardo Atxaga, después de un tiempo que nos hemos concedido para leer despacio y gustando las casi 500 páginas del texto. Es probable que lo primero que deba señalarse es la alegría que existe en la escritura de esta obra, y -eso que se dice siempre- el euskara tan agradable en el que está escrita.

La obra juega con varios niveles de narración. Joseba, un trasunto del propio autor, reescribe la obra Soinujolearen semea [El hijo del acordeonista] que su amigo David ha escrito en sus últimos años de vida. David ha novelado su memoria en cuatro ciclos vitales: el conocimiento de las personas que fueron claves en su vida, contado ya en los años en los que vive en EEUU; sus años de bachiller, en los 60, en los que investiga la memoria de la Guerra Civil y la participación de su padre en la represalia y en los paseos del año 36; sus años de universitario, año 70, y su entrada en la lucha antifranquista; el agosto anterior a su muerte en el que Joseba completa la narración de su actividad en ETA en el año 76.

Bernardo Atxaga no ha olvidado Bilbao, vale decir su veta realista, pero ha vuelto a Obaba, y ello lleva al planteamiento de la pregunta de si se ha dado una regresión en su obra. Puede ser. Como es probable que aún sea un mejor homme de lettres, un evocador de espacios mágicos, que un escritor realista (la configuración final de ciertas narraciones puede resultar insatisfactoria a algún lector).

El lector encontrará en la obra al Atxaga que más le sorprendió, y que le sigue sorprendiendo, y esa fabulación le arrastrará en la lectura, porque la mano de escritor sin prisas recrea un mundo perdido, pero, a la vez, puede ser que vea algunos detalles que le extrañen (por ejemplo el escaso poso que deja en el protagonista su relación con Teresa).

La obra relata una memoria, la de David, que narra dos momentos claves de la historia de este país: la Guerra Civil y la participación en la organización violenta. Pero lo que se presenta como memoria personal, se proyecta como memoria social. La memoria de David se pretende general. Los teóricos de la memoria sostienen que sólo existe una forma en que la memoria personal se convierte en social: es la verbalización de esa memoria, la conciencia de que esa memoria es transmitida, y, por tanto, comunicada. Por eso, en esta noveal abundan los momentos en que los personajes hablan de casi todo. Se trata más de una novela de contemplación y de conversación que de acción.

En esa comunicación básica de la memoria, Soinujolearen semea presenta lo que los retóricos llamaban un teatro de la memoria, es decir, un itinerario mental que se debía seguir en el momento de crear un discurso.

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Los lectores de esta novela nos veremos obligados a seguir el teatro de la memoria que Atxaga ha diseñado y cuyas bases se encuentran en la configuración de una red de relaciones, que diseñan una mirada sobre la familia y los amigos de David. La obra nos obliga a seguir ese itinerario. Y ello crea un mundo en que existen centenares de muy buenas historias pequeñas, pero no un hilo que ate todo el conjunto, exceptuando la voz del narrador y la maestría de Atxaga como homme de lettres en crear un artefacto verbal donde ha puesto toda su sabiduría como escritor en la vertebración de un lenguaje de repetición de motivos, como la creación de listas, por ejemplo, en la descripción de un mundo -el rural tradicional- que va a desaparecer, en juegos de autorreferencia a sus obras anteriores, en una recreación de guiños al lector (existen ecos de muchas de sus obras anteriores). En una propuesta de participación, en suma.

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