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Reportaje:

"Los servicios sociales están concebidos sólo para pobres"

La fundadora y directora de ASISPA, organización dedicada a la atención de los mayores, cuenta sus logros y angustias

"La vida es un truco". Así lo resume Carmen, Luli, Zabala Cabello, directora y fundadora de ASISPA, asociación sin ánimo de lucro dedicada a la atención de los mayores, que a sus 70 años mantiene que lo importante en la vida es ser útil, hacer cosas que sirvan a los demás. La que fue la primera asistenta social de Cáritas se define de forma sincera y con facilidad. No en vano se psicoanalizó recientemente durante cinco años. "Es una experiencia que me ayudó a encontrar una identidad propia, a poner orden en mi vida y a reforzar mi personalidad".

Se califica como autodidacta y se muestra segura de sí misma: "Impongo mucho, no sé por qué. Estoy acostumbrada a que las cosas me salgan bien". Pero al mismo tiempo habla de sus angustias y ataques de pánico. También del ambiente tenso que se respiraba en su familia: "Todo mi trabajo social quizá sea una sublimación de mis angustias". Su postura es clara: "Los servicios sociales están concebidos sólo para los pobres, y tienen que ser un derecho para todos".

Zabala es aficionada al cine, la lectura, las labores y a escuchar la radio. Con extrema facilidad cuenta lo que ha sido su vida. "Vengo de una familia muy liberal y culta, y eso me ha hecho discurrir desde pequeña".

Tercera de cuatro hermanos, Luli, como la llama todo el mundo, nació en Zamora, pero a los tres años, en 1936, su familia se trasladó a Burgos (allí vive la guerra y la posguerra). "A mi padre, liberal de ideas, le salva que estaba recién llegado y no era muy conocido". Ese tiempo lo recuerda como una época desagradable y con angustia. "Mi madre era una mujer muy dura que creía que los sentimientos se guardaban en el zapato", cuenta. Y añade: "Su madre todavía era más dura. Se encargaba en Zamora de la gota de leche, una institución de tipo benéfico que se dedicaba a repartir leche a las madres que no podían amamantar a sus hijos. A mi abuela le gustaba meterse en líos, como a mí, quizá de ahí me viene todo...".

"Mi padre era inteligente, pero, en un cierto sentido, vago. Trabajaba por las mañanas como ingeniero agrónomo, pero las tardes las tenía libres. Quería vivir bien, no quería líos ni problemas. Era muy dulce y cariñoso. Me sacaba de paseo y me contaba cuentos", rememora. "Fui poco al colegio, tenía profesores en casa porque a mi madre no le gustaban los colegios de la época. Yo soñaba con ir a clase. No me sentía a gusto. El ambiente era tenso, nada relajado".Fuera de casa también se sentía incomprendida: "Siempre discutía con los que me rodeaban, chocaba con el ambiente de aquella época. Yo escandalizaba, y eso es muy cansado. Quería irme, pero no fui capaz. Era una atmósfera asfixiante. A los 18 años me metí a monja de clausura, pero sólo resistí tres días, me puse malísima".

Empezó a estudiar perito agrónomo, pero cuando ella tenía 19 años su familia se trasladó a Madrid y aquí se hizo asistente social. Prosigue: "Entré en Cáritas Diocesana en 1957 y me enamoré a los 24 años de un hombre casado. Eso me hizo más mujer, más persona". Un amor que, según confiesa, se mantiene de forma recíproca más de 40 años después. "Yo huía de los solteros, no me quería casar, no sé por qué, quizá porque no me quería ir de casa".

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Fue la primera asistenta social de Cáritas. Allí organizaba la distribución de la ayuda americana y era la subdirectora del departamento de recursos. Luego pasó a trabajar en la Vicaría 2, que abarcaba San Blas, Salamanca y Ciudad Lineal. "Me dedicaba al trabajo con personas mayores en colaboración con Cruz Roja y la Sociedad de Geriatría. Tras años de experiencia elaboré un proyecto de atención integral, coordinado y profesional. Aunque en un principio fue apoyado por Cáritas, finalmente fue rechazado, y es entonces, en 1980, cuando nace ASISPA como entidad sin ánimo de lucro".

Fue difícil. Lo describe así: "Cuando empiezas, nadie te da créditos. Yo me sentía obligada a hacer todo lo que hacía falta, pero no podía con todo ese peso y sufrí una depresión. Llevaba el mundo sobre mis hombros y tenía que conseguir un millón de pesetas todos los meses. Fui al psiquiatra y me puso deberes: que me diera un capricho todos los días".

El comienzo de ASISPA (Asociación de Servicio Integral Sectorial para Ancianos) coincidió con la llegada de la democracia. "Había otro talante en la Administración, que comenzó a firmar conciertos con los privados", dice, y continúa: "Empezamos con una residencia en el barrio de la Concepción con 23 ancianos que pagaban lo que podían. Vivíamos de los socios y de las colectas en las parroquias que habían intervenido en el proyecto. Luego iniciamos la ayuda domiciliaria. Nos empezó a llamar el Ayuntamiento. No había asociaciones que se dedicaran a esto, entre otras cosas porque salíamos de una época en la que asociarse estaba prohibido".

En 1985 abrieron el primer centro de día con transporte, también ubicado en el barrio de la Concepción. "En 1988 empezamos con la teleasistencia y seguimos con las viviendas compartidas que ahora llevan Solidarios para el Desarrollo. Poco a poco, ASISPA fue adquiriendo una infraestructura", añade.

Su actitud crítica le permite mejorar las cosas. "Siempre me he planteado retos para conseguir lo difícil", asegura. Dice que se siente tranquila, libre y sin miedos: "Me voy a jubilar en febrero, pero me quedo en la junta directiva y así no me desvinculo".

Mármol contra el sentido de culpa

"Nadie se reconoce viejo hasta que enferma", afirma tajante Luli Zabala, directora de ASISPA, asociación dedicada al cuidado de los mayores. Cuenta con 2.000 empleados y tiene su sede en una modesta casa del barrio de la Concepción."Tenemos una función social. No entiendo que las empresas se metan en esto para ganar dinero", dice.

"La gente quiere envejecer en su casa", comenta, "así se deduce de los estudios que encargamos". "Apoyándonos en esa idea, decidí poner en marcha un proyecto de apartamentos con una serie de servicios comunes". Zabala explica que los servicios públicos pagan con cuatro meses de retraso, y eso desequilibra la tesorería; por ello decidieron potenciar lo privado, para compensar. "Hemos sido siempre muy austeros. Hemos gastado en calidad, no en lujos, pero descubrimos que la gente necesita lujo y mármoles para evitar el sentido de culpa de dejar a sus padres en una residencia".

Ese proyecto se concretó en el complejo Calendas, en el que participa el Colegio de Huérfanos de Hacienda. Abrió sus puertas este verano en Peñagrande, con 117 apartamentos y una residencia. Los apartamentos tienen servicio de salud, teleasistencia, limpieza, lavandería y comedor.

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