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Reportaje:

"Es la gente pobre la que está en la cárcel"

En su convento de la Barceloneta, sor Genoveva, de 79 años, cumple varias décadas ayudando a presos y a enfermos

Sor Genoveva pertenece a la orden de las Hijas de la Caridad desde 1944. Nació en Sabadell hace 79 años. Lleva varias décadas ayudando a presos y a enfermos terminales desde su convento de la Barceloneta. Llegó al barrio de los pescadores hace más de 30 años y allí encontró un lugar acogedor, con un sector marginal numeroso. Allí acogen a jóvenes y ancianos convalecientes que no tienen a dónde ir cuando el médico les da el alta.

Si hace algunos años eran los enfermos seropositivos los que llamaban con más frecuencia a su puerta, actualmente abundan los enfermos mentales: "Me interrogo mucho sobre los trastornos de personalidad y por la razón por la que cada vez se diagnostican más casos de este tipo". A fuerza de consolar a tantos seres humanos en situación límite, esta mujer alta, delgada, pero con gran fortaleza, ha aprendido a leer en las miradas ajenas como si fueran un libro abierto.

Tras consolar a tantos seres humanos, cree firmemente que toda vida "puede rehacerse"
Su principal inquietud es la falta de centros para atender a personas con problemas psíquicos

Es reacia a conceder entrevistas y a dejarse fotografiar porque prefiere dedicar su tiempo a los que más la necesitan. Le gusta más hablar del trabajo social que desarrolla el colectivo del que forma parte que de su biografía personal, pero nadie duda que el carisma de esta mujer es fundamental para sus compañeras. La misión que ella misma se impuso desde que era una adolescente es "acompañar" a quienes no tienen a nadie que les cuide, "darles la mano, andar a su paso".

Entre las personas que requieren sus cuidados predominaban tiempo atrás los enfermos terminales de sida. Ahora ya no acuden con tanta frecuencia porque se han ido abriendo centros donde ingresarlos. Su preocupación se dirige ahora a las personas con problemas psíquicos. Muchas de ellas deambulan por las calles sin rumbo y caen en todas las dependencias habidas y por haber porque carecen de la fuerza de voluntad necesaria para vencerlas. "Faltan centros de día donde puedan atenderles". Se interroga mucho sobre esto y no entiende cómo algunos de estos enfermos se tienen que ver incluso en la cárcel.

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Lo más duro del trabajo que realizan sor Genoveva y sus compañeras (ocho religiosas, todas ellas jubiladas) "es ver a las personas sufrir sin capacidad para rehacerse". Afortunadamente, tampoco faltan momentos de auténtico gozo cuando enfermos sin esperanza superan su adicción y logran salir adelante porque, según afirma, "los que más llegan a preocuparte ocupan un lugar preferente en el corazón".

Otra patología que abunda hoy en día por las dependencias del convento es la conocida como "el síndrome del inmigrante", que afecta a quienes acaban de llegar a un país extraño y parten "de bajo cero porque, por no tener, no tienen ni el cero", apostilla la monja.

Un año después de ingresar en el convento, sor Genoveva entró a trabajar en un colegio situado muy cerca de la cárcel Modelo. Esa proximidad que ella interpreta como "una gracia de Dios" le permitió entrar en contacto con la población reclusa, con la que no ha dejado de relacionarse.

"Las prisiones son un lugar privilegiado para personas que descubren que, pese a las rejas, puedes sentirte libre de corazón. Les reconforta relacionar libertad y amor". Desde que cumplió los 21 años, ha frecuentado las cárceles catalanas y las de todos aquellos lugares por donde ha viajado. Jamás le ha ocurrido ningún percance. Valora que los reclusos "hablan muy de corazón". Antes, en las celdas, predominaban los llamados "vagos y maleantes". Ahora la causa de su situación suele estar relacionada con el consumo de cocaína y las pastillas. No alberga ninguna duda de que "siempre es la gente más pobre la que está en la cárcel".

Detrás de esta religiosa que inspira confianza se adivina una fortaleza de ánimo descomunal. Conoce a la perfección los resortes más íntimos del ser humano y está convencida de que "una persona, por mala que sea, tiene un corazón y cuando alguien entra en él renace la esperanza".

A lo largo de su vida ha conocido a infinidad de presos. Algunos de ellos la han marcado. Recuerda a un adolescente de 16 años que entró en la Modelo hace unos 40 años. Cuando le faltaba poco para salir, la fue a ver para decirle: "Soy un delincuente y volveré a entrar. Venía para pedirle que salga en mi lugar mi compañero de celda porque él es buena persona y tiene familia". A sor Genoveva le encantó su sinceridad.

La religiosa de la Barceloneta pidió en ocho ocasiones que la mandaran a las misiones. Sus superiores no la dejaron. "Dios me quería aquí", señala.

Ella que ha visto tantas vidas destrozadas por la droga no es partidaria de su legalización porque piensa que todos sabemos lo que ocurre con el alcohol. Está convencida de que hay que educar a los hijos con valores "para que sepan que hay que vivir como personas". Pese a los momentos de desasosiego que vive cuando observa que alguien que parecía curado vuelve a caer, no pierde la esperanza. Y es que, a lo largo de su vida, ha aprendido que "toda vida es capaz de rehacerse".

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