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VISTO / OÍDO
Columna
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Virginidad

El único reproche que se hace a la elección de la novia del Príncipe de la Corona es su condición de divorciada. Habrá otras, pero quienes las tengan no las pueden decir y más o menos se callan: es plebeya, por ejemplo. En Gran Bretaña, la aún posible pareja del heredero es divorciada y eso ha impedido que se casen como hubiera debido suceder después del accidente que dejó viudo al príncipe. En la Iglesia católica es más fácil de tratar el asunto. Un matrimonio civil equivale al pecado sexual, y un divorcio lo ensombrece; pero el matrimonio sacramentado posterior redime a la pecadora, y Letizia quedará redimida en la Almudena. Las gentes que oigo en las encuestas están elegidas en la calle, y muchas mujeres dicen que es lástima que sea una divorciada. Aunque algunas añaden el gesto de decir: "Después de todo, qué más da...". Todo es arcaico, carpetovetónico, absurdo.

Se está refiriendo la virginidad, que es todavía una refinada manía eclesiástica, tan burlada que el oficio de remiendavirgos es famoso en España. En otros países es peor, sobre todo en los musulmanes; y es que la Iglesia española se dejó penetrar de las bases ideológicas del enemigo, sobre todo de las más tontas y de las peores. Todavía hay muchas de sus sectas que cultivan la virginidad, y entre las cosas más cómicas de esa tradición está el invento por una reunión de sabios y supuestamente castos varones de la enormidad de que la madre de su Dios vivo era virgen, antes y después de parir. Y quienes se oponían al disparate terminaban con su condena a la hoguera.

Los que hemos vivido los cuarenta años del franquismo recordamos de qué forma estuvo vivo no sólo ese mito, sino la obligación de ser doncella y de ser casta que pesaba sobre las mujeres. Quizá lo más grave para ellas fuera no sólo que se las obligase, sino que se las convirtiese en guardianas de esa minucia física, de la que hoy parecen disponer, y no todas, libremente. Todo estaba mezclado: la garantía de que la herencia dependía solamente del macho que la desposaba, por ejemplo. Y aun así se elaboró una misteriosa teoría de la "impregnación" según la cual la mujer que hubiera estado con un macho quedaba "impregnada" de forma que la descendencia que tuviera con otro tendría algún parecido con aquel inaugurador. Se vive en el disparate. La idea de que la Casa Real -dura cuando su heredero quiso casarse con una extranjera, es ahora feliz- marque un nuevo comportamiento social no es verdadera: es el nuevo comportamiento social el que la ha penetrado.

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