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Crítica:TEATRO | 'El sueño de una noche de verano'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Broma de Shakespeare

Ocurre en este espectáculo que hay varios valores singulares, a veces sin integrarse los unos con los otros, y sin embargo sin estorbarse. Detrás del texto tan limpio y directo de Mendoza, incluso de sus añadidos que no creo que fueran necesarios, yo oigo sin ninguna duda a Shakespeare; y le oigo y le veo como siempre en esta obra, a pesar de las serias variaciones escénicas que introducen D'Odorico y Narros. No soy capaz de entender bien por qué el decorado asemeja al de un trasatlántico en el Ártico, helado, bastante ajeno por ahora a Atenas, pero es bonito verlo y lo importante es el espacio central donde transcurre la acción.

Ese decorado podría servir para cualquier otra obra, clásica y moderna, y volvería a gustar. En ese espacio central, pulido también como el hielo, patinan algunos de los personajes sobrenaturales, como Puck, y me asombra ver al actor David Zarzo diciendo su difícil papel y al mismo tiempo patinando muy bien; y a las hadas. Puedo explicármelo en razón de que son personajes aéreos y los patines dan muy bien la sensación de velocidad y distancia. Afortunadamente, Verónica Forqué se salva del patín, y está muy bien, y da muestra de su calidad de siempre: y de una bella juventud.

El sueño de una noche de verano

De Shakespeare. Versión de Eduardo Mendoza. Música de Mariano Díaz. Intérpretes: David Zarzo, Verónica Forqué, Vladímir Cruz, Macarena Vargas, Israel Frías, Mariano Alameda, Isabel Pintor, Pablo Méndez-Bonito, Antonio de la Fuente Arjona, Néstor Lahuerta, Jesús Prieto, Óscar Ortiz de Zárate, Alberto Rubio, Aida Villar, Palmira Ferrer, Adrián Bocalón, Beatrice Binotti. Vestuario: Andrea d'Odorico y Miguel Narros. Escenografía: d'Odorico. Dirección: Miguel Narros. Centro Cultural de la Villa. Madrid.

Las magias pasan bien, sin alardes ni rarezas: no hay que olvidar que transcurre en una noche de San Juan, o sea, la que precede al día de San Juan, la más corta del año, que en toda Europa es orgiástica entre hadas, elfos, y a veces personas normales pero bien sexuadas.

Shakespeare era un gran bromista, y esta broma que contiene varias dentro -una historia de amor doble, y su inconstancia y sus arreglos; la de unos artesanos de pueblo que parodian sin querer la historia de Príamo; el juego entre los personajes sobrenaturales- se mantiene dulce y ligeramente escéptica sobre sentimientos y personas. Narros acentúa esta broma con sus propios recursos teatrales: una pelea de palos bien manejada es quizá el mejor momento de su versión escénica.

Comicidad

Temblé de miedo cuando vi entrar en la sala dos o tres colegios: suelen ser unas representaciones temibles, por sus comentarios y sus libertades, y por lo que suele ser su incomprensión ante el clásico, por mucho que los profesores lo expliquen antes. No fue así. Quizá porque principalmente eran chicas (los varoncitos escapan más ante las manifestaciones culturales); quizá porque tanto Shakespeare como Narros los atrapan desde el principio con la gracia, incluso con la comicidad de la obra. Aguantaron encantados las tres horas de representación, que con buena voluntad de Narros y de Mendoza hubieran podido ser poco más de dos, y al final prorrumpieron en ovaciones y en los grititos de "yu-yu-yu" que dan en los conciertos suyos; parece que son de origen americano, pero yo los he oído iguales, y con profusión, entre las mujeres árabes. También lo pasaron bien los espectadores mayorcitos: incluso yo, tan aburrido de costumbre.

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